La abstención electoral en Puerto Rico refleja una creciente desconexión con el proceso democrático
Por Wilda Rodríguez
Periodista
En noviembre de 1968, fui testigo de la primera victoria electoral del Partido Nuevo Progresista. Eddie López, del San Juan Star, y yo, por el periódico El Mundo, estuvimos asignados a la reacción de Luis Muñoz Marín desde su casa en Trujillo Alto.
Sí, el mismo Eddie López que fundó lo que en principio fue El efecto de los rayos gamma sobre Eddie López y el inicio de toda una era de parodia política que seguimos cultivando. Eddie murió en 1971, pero esa noche de 1968 estaba vivito y coleando conmigo en una experiencia alucinante. Habíamos quedado en ir en su carro (yo no tenía) y, cuando acabamos ambos de dictar por teléfono a nuestros respectivos medios la reseña desde la casa de Muñoz, Eddie quiso ver la calle.
“Esto puede que no lo volvamos a ver. La primera victoria de los que nunca han ganado contra el Partido Popular”, me dijo. Y nos fuimos a recorrer las calles desde Trujillo Alto hasta el Viejo San Juan. Aunque ninguno de los dos dijo nada sobre ideología (no hacía falta), no pudimos evitar sonreír o reír a carcajadas de lo que estábamos atestiguando. La alegría de los ganadores era contagiosa. Salían de todos lados bailando y brincando. Creyendo que éramos unos más de los de ellos, nos saludaban y tiraban besos.
Pasaron los años y fui testigo de otras celebraciones del PNP que meten miedo. Violentas. Chillando gomas en una calle con niños. Tiros al aire. Humo, mucho humo en el casco urbano de Ponce. Insultos vociferantes. Graciela y yo escondiéndonos en el dormitorio de la casa en la calle Isabel y rogando que los cristales de las puertas sobrevivieran.
Entendí lo que mi abuelo llamaba las turbas republicanas. Pero nada de eso me borra aquella primera celebración que presencié con mi amigo, de gente que no sabía qué hacer con su alegría.
Eddie no llegó a ver otra de esas. Yo espero con todas mis ansias verla el 5 de noviembre cuando se derrote el bipartidismo que nos ha costado la salud mental colectiva. Quiero ver otros ganadores primerizos haciendo bulla en nuestras calles. Los míos, esta vez. Como periodista, sé muy bien que eso es un deseo de mi persona política.
Una aspiración que tiene mucho en su contra. Pero soñar no cuesta, y trabajar por ese sueño para mí es obligatorio, precisamente porque soy periodista y sé lo que le ha costado el bipartidismo corrupto a mi país. Mi responsabilidad es con la verdad.
Este pueblo está molesto. Molesto, agobiado, angustiado, inseguro. ¿Qué carajos le cuesta ir a votar el martes contra todo lo que le propicia ese estado de ánimo? Sin embargo, nos anuncian que en estas próximas elecciones se augura la participación de apenas un 41% del electorado. O sea, que este pueblo, acostumbrado a llenarse la boca con la palabra «mayoría», estaría gobernado por una minoría bien pequeña. Porque ese 41% se dividirá entre cuatro opciones.
He escuchado de tanta gente que se propone no salir a votar en contra de lo que reconocen como perjudicial al país, que me da rabia. ¿Cómo pueden hacernos eso? ¿No saben que en los países que ellos más han despreciado, la gente muere por el derecho al voto? ¿Qué es lo que ganan con hacerle ese daño a Puerto Rico? Sé que la Comisión Estatal de Elecciones hace todo lo posible por desanimar el voto. Hacernos sentir que no vale la pena porque la suerte está echada: el PNP va a ganar a como dé lugar. Ese desaliento y certeza de fracaso es por diseño y es lo primero que hay que combatir.
De otra parte, la abstención electoral es una herramienta política legítima… cuando está organizada. Como acto individual y sin propósito, es el camino más corto al totalitarismo y la dictadura. La desidia siempre va en contra de uno mismo. Aunque me he abstenido antes —en la votación del plebiscito del 2020, por ejemplo— es preciso decir que hay momentos históricos en que la abstención no vale. Por el contrario, sabotea y traiciona el futuro del país. Hay que votar.
No debemos permitir que este año vaya a las urnas solo un 41% del electorado viable. Esa sería la participación más baja de electores en la historia política del archipiélago. Cierto que esa participación viene bajando desde el 2020. Pero las circunstancias del país en este momento: LUMA, la atención de la salud, la escasez de vivienda, la educación en todos sus niveles, el robo de nuestro dinero, el maltrato de nuestros recursos, el cambio climático sin estar mínimamente preparados, todo está en nuestra contra… ¿y la respuesta es quedarse en la casa a ver si ocurre un milagro?
Pues no se vanaglorie más nunca de ser puertorriqueño, porque seríamos bien imbéciles. Si usted tiene un enfunche o encono contra alguien o contra un grupo político en particular, no se desquite con el país.
El último día para inscribirse es el 21 de septiembre. Hay 800 mil electores hábiles que no se han inscrito. Hay menos de 100 mil que lo han hecho. Hay en total unos 2.7 millones de electores elegibles para votar, de los que están inscritos 1.9 millones. Según los expertos, lo que se espera es que 1.1 millón salga a votar.
Esa no es la democracia de la que hacen alarde los puertorriqueños y les confiere el dudoso derecho a juzgar a otros países. La evidencia nos dice lo que nunca nos ha dicho: a la juventud le importa. Eso es para saltar de alegría. Los representantes de la cultura popular joven como Bad Bunny nos están saliendo buenos. Tras la exhortación del Conejo a votarle en contra al sistema y los políticos que nos abusan, esta semana se inscribieron 10,000 nuevos electores.
Si esa juventud combativa se une a los adultos enfurecidos con la corrupción y el deterioro de todo lo que debe funcionar en el país, no hay quien nos pare. Puerto Rico se merece algo mejor y podemos hacerlo. Quieran ustedes ver la alegría de ganar por primera vez y bailar en las calles.