Por Wilda Rodríguez
Periodista
La democracia no es perfecta, pero es lo mejor que se nos ha ocurrido como sistema político. ¿Podemos hacer que nos funcione aún con la limitación original de no tener la soberanía que exige como principio y fundamento ese sistema político? Puede que sí.
No podremos presumir de una democracia completa, pero podríamos presumir de una convivencia democrática que nos convierta en un mejor lugar en el mundo. Contamos con cuatro elementos que deberían darnos esa confianza: la afición al debate y la porfía, prensa buena, mediocre y mala, oposición a lo que sea y una ciudadanía capaz de manifestarse cuando se encabrona. Esos cuatro elementos son esenciales para una democracia porque son esenciales para la libertad. Los cuatro son indicativos de que más tarde o más temprano nos rebelamos a cualquier tipo de despotismo. Somos capaces de ello y lo hemos probado.
Nuestro mayor escollo es “la prioridad a los odios por sobre el respeto a la libertad y la democracia”, como dice Enrique Krauze, historiador y politólogo mexicano antipopulista y crítico del poder – por describir al hombre concisamente de alguna manera.
Leyendo sobre Krauze con motivo de su ingreso a algo que se llama la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (la de Madrid), me puso a reflexionar sobre el tema que comparto. Su discurso de apenas tres meses atrás (octubre) me tocó muy de cerca y se me ocurrió que ahora que el mundo entero reconoce que estamos en tiempos de “polarización y populismo”, sería bueno que los puertorriqueños más empollones reconozcamos que llevamos demasiados años precisamente en eso.
Para Krauze, es la “prioridad a los odios” lo que ha hecho que el centro se hunda, se privilegien los extremos y se dé pie a la discordia que desemboca en violencia. De acuerdo, maestro, pero califiquemos violencia. En nuestro país, esa violencia no es tiroteo político en las calles y mucho menos guerras fratricidas. Se ha definido en corrupción y degeneración de todo el sistema de sobrevivencia social (salud, educación, justicia, economía, ética). Ese ha sido el pistón de nuestra polarización y la raíz de nuestro populismo. Y ambos los arrastramos por tongas de tiempo.
¿Cómo corregimos esto? Según Krauze, habría que “dejar a un lado diferencias ideológicas o doctrinarias pero conservar la esencia democrática, el respeto a la libertad y la vida humana”.
Suena perfecto. Suena a buscar una política de consenso. Suena a alianza. Pero, sobre todo, suena a generosidad. Generosidad en ofrecernos la oportunidad y confianza en que podemos aprovecharla.
Igual que la democracia, la alianza que tenemos a nuestro alcance no es perfecta. Pero es lo mejor que se nos ha ocurrido.
Hay quienes sostienen como imposible que los políticos de las generaciones en competencia se puedan desprender de sus pecados capitales: “la soberbia, el narcisismo, la megalomanía, la paranoia, la embriaguez de poder”. Tenemos que apostar a que podamos reconocer esas malas mañas y combatirlas. Los que no se hayan podido desprender de ellas, que se queden fuera.
Como bien dice también Krauze, hay aspectos del populismo que siguen presentes en nuestra vida política cotidiana que son muy difíciles de borrar: “como un líder que por momentos parece un caudillo, la tentativa de un monopolio de la verdad, la polarización política, la demonización de quien no piensa igual, el aliento a teorías conspiratorias”. Eso, agrega, es jugar con fuego. No puedo menos que estar de acuerdo.
¿Pero nos podemos dar el lujo de no jugar? ¿Nos podemos dar la gracia de la inmovilidad? No. Lo que sí podemos es ser feroces y no pasar los próximos diez meses observando desde las gradas para el 5 de noviembre del 2024 acudir en secreto a hacer una apuesta.
Queda un montón de tiempo.
“Para decidir, para descartar,
para recalcar y considerar
Solo me hace falta que estés aquí
Con tus ojos claros.”
(Razón de vivir, de Víctor Heredia)
No todo termina el 31 de diciembre del 2023 con la radicación de candidaturas. Ni siquiera termina en las primarias. Pueden pasar tantas cosas. Pueden retirarse candidatos y reclutar a otros. Podemos aclarar los “mínimos” de la agenda común y posponer las diferencias para cuando realmente cuenten. Podemos identificar los agentes disociadores y neutralizarlos en el discurso. Podemos convencernos de que podemos.
Pero, sobre todo, podemos combatir las tretas del enemigo sin perder mucho tiempo con él. El tiempo es para nosotros. Para combatir el pesimismo de los que cargan sobre sus hombros décadas de desilusión y no se arriesgan a soltarla.
Hay que sacudirse como los perritos mojados. Con ganas.
Voy hacia el 2024 con ilusión y optimismo. La caída del bipartidismo colonial debe ser tan aparatosa como ha sido de perversa. Defiendo, defenderé y haré todo lo que esté a mi alcance para que la alianza lo derroque. Advierto que soy la misma de siempre. No como cuentos. Me arrimo al 2024 con los ojos bien abiertos. Todavía falta un montón, muchas cosas pueden pasar. Espero que pasen.
Hay que apostar a la alianza en el 2024. No tenemos alternativa. Apuesten y pongan toda su energía en esa apuesta. ¡Que nos vaya bonito!