Tegucigalpa, 20 nov (EFE) – La magnitud de los daños materiales causados con las tormentas tropicales Eta e Iota, que antes fueron poderosos huracanes, comienza a asomar en el norte de Honduras, una de las zonas más afectadas por ambos fenómenos, entre el dolor de los damnificados y un ambiente fétido por aguas putrefactas.
Ambas tormentas dejaron a Honduras en lo que significa su nombre, desgraciadamente marcado por un dolor reflejado en el rostro de cada damnificado y una descomunal destrucción a todo tipo de infraestructura y cultivos agrícolas, entre otros daños.
Algunas familias que han estado viviendo bajo techos de láminas, cartones o plásticos en medio de la autopista de 27 kilómetros que comunica a las ciudades de San Pedro Sula, la segunda más importante del país, y El Progreso, están regresando a sus comunidades, que dejaron inundadas los fenómenos naturales en dos semanas.
Lo mismo hacen en otros sectores, donde sigue bajando el nivel del agua, aunque continúa latente el peligro, porque remanentes de lluvias que dejó Iota en el occidente, están aumentando el caudal del río Ulúa, que desemboca en el Caribe después de cruzar por el extenso y fértil valle de Sula.
De los daños que dejaron Iota y Eta en todo el país, el valle de Sula es de los más afectados, porque quedó convertido en un gran espejo de agua, del que en varias zonas solamente se miraban las copas de los árboles o techos de casas u otras construcciones de dos o más pisos.
La autopista entre San Pedro Sula y El Progreso no se miraba, y a sus lados quedaron poblaciones enteras como Ciudad Planeta, Rivera Hernández y el municipio de La Lima, otrora sede de la central principal de la multinacional bananera estadounidense United Brands, de Estados Unidos, totalmente inundadas.
El Aeropuerto Internacional Ramón Villeda Morales, situado entre La Lima y San Pedro, sigue inundado, daño que sufrió durante las dos tormentas, sin que se sepa cuándo reanudará operaciones.
Las dos tormentas dejaron a muchos pobladores encaramados en el techo de sus casas o el de otras construcciones para no morir ahogados, y en los que permanecieron, algunos hasta cuatro días para ser rescatados. Muchos damnificados sufrieron dos inundaciones, no habían terminado de limpiar el lodo y basura que les dejó Eta, cuando Iota les estaba anegando de nuevo.
PAISAJE DESOLADOR ENTRE AGUAS SUCIAS, LODO Y BASURA
La Lima, con más de 100,000 habitantes, es uno de los municipios más castigados por los dos fenómenos naturales, y ahora parece un pueblo fantasma porque alrededor del 98% de su población tuvo que salir en busca de un refugio, mientras que otros fueron rescatados.
El mismo panorama, aunque con un paisaje de fincas bananeras anegadas, de agua y lodo, se observa en otro extremo de la misma jurisdicción de La Lima, hasta llegar a El Progreso y comunidades vecinas, donde también hay cultivos de caña de azúcar, arroz, palma africana y cítricos, entre otros.
El norte de Honduras está incomunicado en varias regiones, por ejemplo, desde Tegucigalpita, departamento caribeño de Cortes, hacia Corinto, punto fronterizo con Guatemala. El tráfico de vehículos está interrumpido por derrumbes causados por las torrenciales lluvias que dejaron Iota y Eta.
En todo el occidente, oriente y varias regiones del Caribe, también hay comunidades incomunicadas por daños, totales o parciales de puentes, lo mismo que cortes de carreteras, entre primarias, secundarias y terciarias.
Según fuentes oficiales en Tegucigalpa, los dos fenómenos tropicales dejaron al menos, hasta el jueves, 3.4 millones de personas afectadas, 189,604 evacuadas, 128,127 albergadas, nueve desaparecidas, 108,359 rescatadas y 91 fallecidas.
Según la estatal Comisión Permanente de Contingencias (Copeco), además de los daños a la agricultura, ganadería, avicultura y otros sectores productivos, Iota y Eta dejaron 34,404 viviendas afectadas, 1,440 dañadas y 365 destruidas.
Se suman, entre dañados y destruidos, una veintena de escuelas, 51 edificios, 84 puentes, 218 carreteras, lo mismo que 71 comunidades incomunicadas, 166 derrumbes, 14 deslizamientos de tierra, 113 desbordamientos y 170 inundaciones.
En las regiones más dañadas por las lluvias, el paisaje es de toneladas de basura entre el lodo y aguas estancadas que apestan y se han convertido en focos de alta contaminación y peligro para los damnificados, de los que en su mayoría perdieron todas sus pertenencias que dejaron en sus casas.
En muchos casos, entre los más afectados más pobres, la tragedia fue mayor, de su modesta casa no volvieron a saber, las riadas las arrastraron total o parcialmente.
Muebles de sala, colchones de camas, cocinas, refrigeradores y otro tipo de electrodomésticos, mesas, sillas, vehículos, bicicletas, motos, juguetes de niños, zapatos, ropa, paredes de bloques de cemento, hierros retorcidos, tablas de madera, láminas de asbesto o zinc, y muchas otras cosas asoman entre el lodo y aguas estancadas en comunidades del valle de Sula.
En Chamelecón, un populoso barrio de San Pedro Sula, en el sur de esas ciudad, pobladores damnificados que viven a orillas del caudaloso río Chamelecón, hoy también salían desde donde estaban albergados, cargando algunas pocas de sus pertenencias que lograron sacar cuando les llegó la inundación.
En este y otros sitios hoy fueron vistos muchos damnificados cargando con algunas de sus pocas pertenencias que lograron rescatar, como electrodomésticos, antes de quedar inundados en sus casas.
Son muchos los damnificados, en los cuatro puntos cardinales del país, que no solo claman por alimentos, ropa y medicinas, sino también por una casa o un pequeño terreno, en un sitio seguro, para construir una nueva, que sea medianamente segura en una Honduras altamente vulnerable.
DOLOR RESUMIDO EN UNA LÁGRIMA
«Está bien que nos manden bolsas con alimentos, pero eso no es suficiente para nosotros los pobres», dijo a Efe en Tegucigalpa una mujer damnificada en el barrio Los Pinos, situado en el extremo oriental de la capital, en una zona de peligro, en la que ha habido deslizamientos de tierra que han dañado varias casas, mientras que otras han quedado con la mitad en el aire, retando la fuerza de gravedad. Están a punto de derrumbarse.
Hortensia, como dijo que se llama la mujer, no pudo contener las lágrimas al señalar, hacia unos 30 metros de altura, desde el bulevar que cruza frente a Los Pinos, la destrucción de lo que asegura fue su casa, hecha con tablas rústicas y láminas de zinc.
Una bolsa con alimentos que le ha llegado, de un programa gubernamental, Hortensia dijo que «no está mal, pero lo que necesito es una casita o un pedazo de tierra en un lugar seguro para que no nos mate un derrumbe. Eso es lo que le pido al presidente» (Juan Orlando Hernández).
Iota y Eta se sumaron a la otra tragedia que Honduras vive desde marzo, la pandemia de Covid-19, que desde marzo ha dejado cerca de 3,000 muertos y más de 103,000 contagios.