Por Héctor Luis Coca Soto
Psicólogo Licenciado y Consultor en Adiestramiento y Manejo de la Conducta
LLegó la bebé a la habitación del hospital donde nació para el encuentro con sus padres. La niña llega con una banda diseñada con flores, la cual se le pone solamente a las niñas, asi como su ropita color rosa.
Este color representa delicadeza, fragilidad, desvalidez, y hasta obediencia y sumisión. Cuando llega a su casa el cuarto esta preparado de color rosa con unicornios y otros símbolos que representan belleza, suavidad y sobretodo vulnerabilidad.
Si nace un niño está prohibido que llegue con una banda. Su ropita es azul, que es un color símbolo de autoridad, liderazgo, fuerza, y protección. Hasta hace poco tiempo la llegada de un niño se celebraba regalando cigarros, símbolo de poderío económico.
En el caso de una niña se regalaban paletas. La expectativa en una sociedad machista sobre cuál es la conducta esperada de un hombre y una mujer está claramente definida desde el nacimiento. Desde la infancia temprana, las niñas son expuestas a la propaganda de las “princesas” donde aprenden temprano que las mujeres son frágiles y desvalidas. Además, se les enseña que serán desdichadas el resto de sus vidas si no tienen pareja o si un “príncipe” no las escogió.
Son comunes los regalos como estufitas, casitas, escobitas y bebés para que aprendan a ser “esclavitas”, desde pequeñas.
A ellos se les enseña que “los hombres no lloran” y que las mujeres son su propiedad, su trofeo. Esto significa que, a menos que sea para pelear, no van a manifestar emociones y menos emociones que se consideran “suaves” como la ternura y el miedo.
Esto les valdría alguna sanción social como por ejemplo el comentario: “pareces una mujer”.
Las mujeres en la cultura machista son una medida de debilidad y se espera que los hombres aspiren a no parecer mujeres cuando expresen sus intereses, al hablar y caminar.
Esto incluye especialmente a los hombres que sienten atracción por otros hombres.
En la cultura machista es despectivo parecer una mujer a menos que seas una.
La bestial represión que enfrenta el hombre en nuestra cultura facilita y promueve que el alcoholismo sea mayormente un problema de varones. Esto unido a que es una prueba de fuerza y masculinidad el aguantar el alcohol.
Las personas nacemos con emociones, no es cuestión de ser hombre o mujer. Muchos hombres que no manejan bien sus emociones forman luego “grupos de apoyo” en barras y chinchorros.
La pregunta inevitable es: ¿por qué somos de esta forma? Por qué ocupamos uno de los primeros lugares en asesinatos de pareja en el mundo. Parte de la respuesta pudiera encontrarse en datos históricos.
A partir de 1493, cuando llegan los españoles a la isla, también vino la visión cristiana de la época y también nos llega la influencia machista, que todavía hoy perdura, según algunas historiadoras especializadas en el tema como Ixa López Palau, Ruth Ortega y Diana Valle, entre otras.
El hombre español era dueño de la esposa, los hijos, el caballo, la casa, y podía disponer o disciplinar según lo entendiera necesario.
Los primeros esfuerzos de protección de parte del gobierno a esa norma cultural surge cuando se crea la ley que establecía que el hombre podía disciplinar a su esposa pero no matarla. La costumbre de la mujer española era de completa sumisión.
Hasta el año 1993 existieron leyes en tres estados de Estados Unidos que permitía a los hombres disciplinar a su esposa siempre que no se excedieran.
Hasta finales de los años setenta en Puerto Rico estaba aceptado que la custodia de un hijo solo se le debía conceder al hombre. El 15 de Agosto de 1989 en Puerto Rico se pone en vigor la ley 54, el estatuto más completo para definir la violencia entre parejas, definir responsabilidades de protección y las consecuencias, dependiendo el grado de daño.
Esta ley pudo crearse luego de años de lucha contra un sistema que resistió la existencia de protecciones legales a favor de las mujeres abusadas.
La falta de educación promueve que muchos piensen que el lugar de una mujer es la casa con el mapo, la cocina, los hijos, y sirviendo a ese hombre como una buena “cristiana”.
Tras 31 años de aprobada la Ley 54, la muerte de mujeres a manos de su pareja se ha reducido muy poco. Si no fuera por la ley sería peor y no habría recursos de control. Lo cierto es que cualquier ley sin educación siempre se quedará corta.
Para ver los efectos de la ignorancia en un pueblo solo hay que mirar a Estados Unidos con el COVID-19. Ni el poderío económico los salvó. Sin duda, es extremadamente importante la educación para romper con los estereotipos de género. Se nos va la vida en esto.