Varios días ya han pasado de la vorágine que representó para todo el país la agonía y la espera por saber si la joven madre Celivelys estaba viva. Afortunadamente la encontraron, y ella y su familia tendrán que enfrentar ahora el largo camino de la recuperación.
Pero nosotros, como espectadores, tenemos que reflexionar. Igualmente tenemos que hacerlo los periodistas y los que toman decisiones en los medios de comunicación. ¿Construimos o destruimos a esta sociedad con lo que se proyecta y comunica?, me pregunto desde entonces.
No se trató de una película de suspenso. Tampoco era una novela turca ni una miniserie de acción. Se trataba de una vida. La vida de una mujer. Una mujer que tenía el derecho a su privacidad en lo que quizás fue el momento más vulnerable de su existencia, y que fue convertido en un circo romano, y ahí todos tenemos culpa.
La gente sacando sus celulares para tomar fotos y vídeos y postearlos en las redes sociales, los policías y personal que no guardaron un perímetro, la gente pegada a sus celulares o a la televisión a ver si aparecía, y los periodistas, tratando de pegarle las cámaras a la cara desencajada, aún en un desmayo. Aún cuando se le veía hasta la ropa interior. El decoro se olvidó.
Conversa con mi amiga Lizzianette de este caso y de lo mal que ambas nos sentíamos por esa joven mujer y por las especulaciones que se hacía la gente. Ambas coincidimos en que el morbo lo dominó todo. Parecía como si todo fue una cuestión para generar ratings en televisión y clics en la web.
Quizás fue porque el esposo trabaja en los medios. Benjamín Rivera Trenche es locutor en TeleOnce, una persona muy querida por sectores en los medios, y su propia su historia de vida había acaparado la atención mediática hace algún tiempo. Fue cuando él se convirtió en una especie de héroe que superó su diversidad funcional para destacarse en la locución, y así fue reseñado.
Pero quien es la figura pública es él, no ella. Fue él quien primero no respetó la privacidad y la dignidad de su pareja. Quizás fue en su desesperación por saber de su paradero. Eso se puede entender, lo que no comprendo por qué en momentos lucía como si estuviera en un “media tour”, controlando el giro de la noticia.
En menos de par de horas de que la encontraron, sin ser médico él ya la había diagnosticado y dijo estar “bien seguro” que tenía que estar en un hospital psiquiátrico, dando a entender que por largo tiempo. Después, dijo que no fue a verla cuando la encontraron, porque eso no era lo que ella necesitaba. Es algo que levanta sospechas. Sospechas que crecen viendo la insistencia de las veces que los periodistas le preguntaron lo mismo: si ya la había ido a ver o si había hablado con ella.
Los que hemos cubierto casos como éstos, sabemos que los médicos y las autoridades permiten a la pareja acercarse hasta descartar que no sea un estresor o un “trigger”, como dicen en inglés, de alguna condición como depresión, o que no se trate de una situación de abuso doméstico.
Espero equivocarme, y me excuso de antemano si es así, pero siento que el esposo y sus familiares estuvieron tratando de controlar la narrativa, reiterando una y otra vez que ella es paciente de salud mental. Sea cierto o no, sabemos que por Ley HIPAA los médicos no van a dar esa información, así que, si Celivelys misma no cuenta su propia historia, nunca sabremos si fue una crisis circunstancial o es una condición perenne.
Lo triste es que, a este paso, cuando ella se recupere y hable, la opinión pública estará formada. La gente la habrá dado ya por desajustada mental y lo que ella declare que contradiga el ángulo y la narrativa de lo que dijo el esposo, sería descartado. De igual modo, todo este circo contribuye peligrosamente a crear el estigma de que depresión postparto es igual a madres desajustadas que salen corriendo. Yo me preguntaba ¿quién defendió el derecho de esta mujer a su privacidad y su honra?
Los excesos de insensibilidad no son nuevos, pero sí puedo decir que hay una tendencia mediática reciente por ver quién lo hace peor. Puedo marcar dos eventos trágicos anteriores – entre muchos otros – pero que si me provocaron igual sensación de disgusto.
Uno fue el horroroso asesinato de Keishla Rodríguez Ortiz a manos del salvaje exboxeador Félix Verdejo. El otro fue la muerte de uno de los grandes de la salsa, Lalo Rodríguez. La cobertura en ambos casos fue horrorosamente, antiéticamente, injustamente insensible.
“Es lindo que esté la gente aquí esperando el cadáver», dijo una reportera en la televisión cuando todavía no se sabía si Keishla estaba viva. Eso lo denuncié en un escrito en aquel momento, porque mientras sacaban una imagen de un cadáver en la laguna, otra reportera dijo a la audiencia: “No la podemos identificar, pero es un cadáver de una mujer con pelo rubio». Y otra reportera, en el otro canal, se quejaba que el hermano de Keishla estaba “hostil” con la prensa que venía cubriendo el evento desde que la joven desapareció. ¿Y cómo esperaban que estuviera? ¿Feliz?
En el caso de Lalo Rodríguez fue triste ver cómo no recordaron lo grande que fue como artista. Pretendían, pienso yo, que la gente recordara su cadáver no su grandeza. Por eso el morbo no se debe patrocinar.
Es como cuando le matan el hijo a alguien y viene un insensible y pregunta en cámara a la madre o al padre ¿perdona al asesino? O le preguntan: ¿y cómo usted se siente? Imagino que, si la persona le sale con tres piedras, entonces es “hostil”. Pero, ¿y dónde está la dignidad de esos familiares? ¿Por qué esa falta de respeto a su dolor? Hacer esas preguntas no te hace más periodista. Te hace un insensible. Te hace ser parte de un espectáculo que quiere montar un reality show de la vida de seres humanos. ¿Si fuera tu hija o tu esposa o tu hermana, harías lo mismo? ¿Lo permitirías?
La respuesta que dicen algunos reporteros de que es hipócrita no admitir que otras personas toman vídeos de los cadáveres o de sus familiares llorando para subirlos a Instagram o TikTok, demuestra lo mal que está este gremio. Es ahí donde se diferencia quién es periodista y quien es un mero esperpento con micrófono o cámara. Un periodista siempre se va a regir por la ética y la ética exige respeto a la dignidad de todo ser humano. Aún muerto.
La falta de sensatez por el dolor ajeno y colectivo, la empatía muchas veces disfrazada y el éxtasis que produce el rating, provoca estos excesos. Una mujer muerta o desaparecida es una tragedia nacional que hay que cubrir, pero la prensa no puede ser parte del problema. La exageración, abona al desasosiego general, a la tristeza y al miedo colectivo. Ese miedo que paraliza, que nos encierra. Y somos esclavos de la noticia exagerada, colonia de los que controlan la narrativa mediática en este país en el que ya no se respeta ni el dolor ajeno ni el dolor colectivo.
Ojalá Celivelys se recupere y pueda tener su espacio. Ella necesitó y necesita aliados ahora más que nunca. Celivelys merece tiempo igual.