Por Wilda Rodríguez
Periodista
Si las denuncias de la legisladora Mariana Nogales esta semana sobre el Cuerpo de Bomberos resultan tener fundamento, podríamos perder a nuestros últimos héroes. Sería como ver caer todos los ángeles de la guarda del cielo de los cristianos.
De inmediato le salieron al paso el Jefe de Bomberos, Comisionado Marcos Concepción, y el jefe del sindicato de Bomberos, José Tirado. Entonces me preocupé. Particularmente con la reacción airada del sindicalista, cuyos unionados serían, al fin y al cabo, beneficiados con que se arreglen los asuntos que denuncia la legisladora.
Concepción fue mucho más prudente. Sacó números y trató de poner cosas en perspectiva. Ahora a ver si tiene razón.
Aunque conocemos de la pasión de la legisladora por temas provocadores, dudo mucho que este sea el caso. Cualquier allegado le pudo advertir que poner en entredicho a los bomberos era una bomba.
Nogales debe tener sobradas razones para pedirle cuentas al Negociado del Cuerpo de Bomberos, y el resultado de una investigación seria de deficiencias e irregularidades sugeridas solo puede ser bueno para el país. Aunque sería terrible que se develara un cuadro que no hemos considerado nunca: politización, nepotismo y secretos en una institución que sobrevive con el respeto de los ciudadanos. Ahí sí que me echo a llorar.
Parte de mi niñez la tuve entre sirenas constantes en la ciudad de Nueva York. Eso significaba que las ambulancias, los policías y los bomberos estaban trabajando. Después vino la privatización a corromper el sistema de salud y Frank Serpico a denunciar la corrupción en la Policía.
Eso apagó un tanto el entusiasmo por las sirenas de ambulancias y policías. La de los bomberos se mantuvo como símbolo de que todavía teníamos héroes trabajando.
Los niños con los que jangueaba entonces quisieron todos ser bomberos alguna vez. Yo también, pero para entonces no sabía de Molly Williams, la primera mujer bombera de Nueva York, así que me conformé con pedir un uniforme de bombero de niño de regalo de Navidad, no recuerdo ni a qué edad, y jugar con los niños del barrio como uno más a apagar fuegos.
Siempre he temido que un día se haga el silencio en Nueva York y no se escuche una sola sirena. Ese día se acaba el mundo, pero la última sirena que oirán los neoyorquinos será de los bomberos.
Saben que serán los últimos en caer y lo harán como héroes. Como los 343 de ellos que murieron a consecuencia de la caída de las Torres Gemelas cuya razón de ser se sigue discutiendo, pero no su muerte como héroes.
No es que hayan estado inmunes a escándalos. Es que los han superado porque los buenos son más.
Me regresaron a Puerto Rico en un avión de Pan American y aquí también encontré a mis héroes. No recuerdo si fue mi abuela o mi abuelo, pero uno de ellos me contó algo de los bomberos de Ponce.
No paré hasta que supe la historia completa. Era de noche el 25 de enero de 1899. Se prendió un fuego en El Polvorín, el sitio donde los americanos guardaban la pólvora y las balas desde que llegaron a la ciudad pocos meses antes. Si aquel lugar explotaba, se llevaba en llamas buena parte de la ciudad.
El jefe gringo ordenó la retirada del lugar y sus alrededores. Pero no contaba con los ponceños. Uno de ellos, Rafael Rivera Esbrí, desobedeció y reclutó a siete desobedientes más, entraron a El Polvorín, sacaron las cajas de pólvora y municiones, combatieron las llamas y extinguieron el fuego. Aquí no acaba la cosa. A los ocho desobedientes los encausaron por desobedecer al gringo. Pero no contaban con los ponceños. Los ciudadanos tenían otros planes: declararlos “Héroes de Ponce”.
Se les construyeron cuarenta casas en lo que se llamó (y se llama) Calle 25 de enero, para que fueran ocupadas por bomberos y sus descendientes. Vayan y búsquenlas. Las van a reconocer. Están pintadas de rojo y negro.
Después pude conocer a Raúl Gándara, el legendario jefe de bomberos de la era de Muñoz Marín. Ya era periodista en ciernes, pero le debo haber parecido una boba porque me quedé muda junto a aquel señor alto y robusto en uniforme de gala que me extendió la mano con una sonrisa simpática.
Si buscan noticias sobre la muerte de bomberos salvando vidas, las encontrarán en el mundo entero y a menudo. Aquí son solo comparables en su arrojo y su riesgo a los celadores de línea de la UTIER.
Ya que saben de mi amor por los bomberos, podrán entender por qué no quiero que este asunto trascienda a convertirse en un tema político más de año eleccionario. Una cosa es que haya hijos de bomberos que han seguido los pasos de sus padres, y otra que no sepan por dónde la manguera echa agua.
Una cosa es que nombren a amigos a los puestos directivos y otra que nombren a batatas políticas que no les importa que arda el país mientras ganen un sueldo de escritorio.
Una cosa es que se usen los fondos del NCB como debe ser y otra es que no. Si algo de eso está pasando, se debe saber. Cómo hacerlo sin convertir el tema en balón político es lo que no sé y temo.