El jueves hacía un calor horrible y pensé comprarme un mantecado, cuando de pronto veo una noticia en mi celular. Uno de los fundadores de la compañía de helados Ben & Jerry’s fue arrestado en Washington.
Resulta que Ben Cohen, cofundador de Ben & Jerry’s, y Jody Evans, cofundadora del grupo antibelicista Codepink fueron arrestados por bloquear la entrada de la sede central del Departamento de Justicia en Washington. Estaban allí con otra gente protestando porque querían entrar a hablar sobre una campaña en defensa de la libertad de prensa. Como les prohibieron entrar, hicieron un acto de desobediencia civil, sentándose frente a la entrada y mientras entonaban el estribillo que seguían otros manifestantes de: “el periodismo no es un crimen”.
Me olvidé del helado y del calor porque esto era realmente importante. Era un statement, una manifestación inequívoca: el periodismo no es un crimen. Lo que sucede es que en los Estados Unidos, y por ende, Puerto Rico, lo quieren criminalizar.
Todas las acciones recientes en cuanto a leyes sometidas y aprobadas, así lo demuestran. Quizás donde más se ve esta criminalización del periodismo es en el caso del periodista Julian Assange.
Ha habido mucho miedo en los medios de defender a Assange públicamente porque los sistemas represivos y de inteligencia han actuado. Además, los medios masivos que se beneficiaron de sus revelaciones, viven rehenes de los gobiernos, y francamente le han dado la espalda a Assange, uno de los periodistas más importantes de nuestra generación en todo el mundo.
El periodista de origen australiano ha permanecido encarcelado y en confinamiento solitario durante cuatro años, lo que es tortura. Estados Unidos lo acusa de 18 cargos por violar la Ley de Espionaje, y pide para él 175 años de prisión.
Esto podría pasar en cualquier momento porque El Reino Unido aprobó la extradición. Estados Unidos lo acusa de publicar cientos de miles de páginas de documentos militares secretos y de cables diplomáticos confidenciales, altamente comprometedores para Washington, sobre las actividades de ese país en las guerras de Irak y Afganistán, que fueron difundidos por WikiLeaks.
Todo esto pasa a pesar de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos se ha opuesto a la detención y extradición porque representa un “precedente peligroso para todos los periodistas”, pero a los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra eso no les importa. Insisten en enjuiciarlo por espionaje.
Lo mantiene en aislamiento total, a pesar del daño mental que esto causa. El gobierno de los Estados Unidos ha prometido públicamente que le brindarán tratamiento psicológico y médico en la cárcel de máxima seguridad a la que lo piensan ingresar, ubicada en Colorado.
En realidad, la extradición garantizará que él pasará lo que le quede de vida en una celda. Además, creará precedentes legales que criminalizarán cualquier investigación sobre la corrupción interna del gobierno estadounidense, sobre cómo funciona el poder político e incluso hasta cómo interfiere en las vidas de personas en todo el mundo. Esa extradición es un duro golpe a la democracia estadounidense que en los últimos tiempos ha ido cambiando a una especie de totalitarismo corporativo.
Quizás por ese maridaje de los poderes políticos y empresariales de los emporios mediáticos es que ha habido casi un silencio total en torno a este caso. Es impresionante la neutralidad y la falta de conciencia pública que hay sobre este ataque al periodismo libre, no sólo de los medios, sino del pueblo.
La prensa internacional se calló la boca y se hizo cómplice de una injusticia. Cuando la atrocidad de ese contubernio ya levantaba críticas, entonces fue que medios como The The New York Times, The Guardian, Le Monde, Der Spiegel y El País, los mismos que se beneficiaron de la información y de la venta de periódicos cuando publicaron las noticias que reveló WikiLeaks, sacaron un anuncio a página entera criticando el arresto y la extradición de Assange. Too Little, too late, como dice el refrán en inglés. Después que le ven la cola, saben que es perro, algo así dirían en español.
Cuando ya era más que evidente cómo la prensa corporativa se alió a los gobiernos para encubrir la corrupción y las muertes, estas empresas mediáticas intentaron proyectar un apoyo que nunca realmente le han dado al periodista australiano. La pasividad de la prensa corporativa, y de muchas personas, los hace cómplices de su esclavitud.
El caso de Julian Assange ha sido una farsa desde el principio. El ahora convicto por corrupción expresidente de Ecuador, Lenin Moreno, se olvidó de los derechos humanos y le quitó el asilo de refugiado político que tenía el periodista. No le importó violar la ley internacional cuando permitió a la policía británica entrar en territorio soberano que es la embajada de Ecuador en Londres, para arrestarlo. Le revocó su ciudadanía, como ahora hace el dictador Daniel Ortega en Nicaragua contra periodistas, religiosos y opositores, y que tanto critican en todo el planeta.
Pero a Moreno no lo criticaron por hacer lo mismo contra Assange por varios motivos. En aquel momento Ecuador recibía un préstamo del Fondo Monetario Internacional, y Estados Unidos bajo el gobierno de Donald Trump exigía su captura. Por eso la CIA y las agencias de inteligencia británicas hicieron todo lo posible para proyectar que Assange no es periodista y así poder lincharlo en el foro de la opinión pública. Ese debate causó inercia y miedo en la gente.
Pero la decisión de extraditarlo no fue de Trump realmente. Fue de un presidente mucho peor en materia de violaciones de derechos humanos, como se ha evidenciado con el tiempo. La movida original fue de Barack Obama, que no perdonó la publicación de los WikiLeaks, porque eso demostró a todo el planeta los programas de guerra cibernética de la CIA diseñados para monitorear y controlar remotamente todo. Desde carros y televisores inteligentes, hasta navegadores web, sistemas operativos, redes sociales y teléfonos. Es decir, WikiLeaks tiró al medio cómo el gobierno de los Estados Unidos vigila a sus ciudadanos, lo cual viola la ley.
Julian Assange también se convirtió en un peligro cuando reveló los registros de la guerra en Irak, publicados en el 2010, que documentaron la comisión de múltiples crímenes por parte de soldados estadounidenses, incluyendo el vídeo de los asesinatos de dos periodistas de Reuters, civiles y dos niños.
A Assange había que eliminarlo porque con WikiLeaks el mundo se enteró de los asesinatos de 700 civiles que estaban cerca de convoyes y puestos de control estadounidenses, incluyendo mujeres embarazadas, ciegos y niños. Assange también se tornó peligroso porque en WikiLeaks reveló más de 15,000 muertes de civiles iraquíes que no habían sido reportada, y la tortura cometida contra 800 presos en Guantánamo.
WikiLeaks también reveló que en el 2009 Hillary Clinton ordenó a los diplomáticos estadounidenses que espiaran a dos Secretarios Generales de la ONU, Ban Ki-moon y Kofi Anan, así como a los representantes de China, Francia, Rusia y Reino Unido.
Assange expuso a Obama, a Hillary Clinton y a la CIA por apoyar el golpe de estado que derrocó el gobierno de Manuel Zelaya, electo democráticamente en Honduras en el 2009. Ese gobierno fue reemplazado por un régimen militar asesino y corrupto.
Además, WikiLeaks reveló documentos de ataques contra civiles usando misiles, bombas y drones que hizo el gobierno de los Estados Unidos en Yemen. También reveló que Hillary Clinton recibió $657,000 de la firma Goldman Sachs, mientras prometía una reforma financiera.
Por revelar todas esas noticias, el gobierno de los Estados Unidos ya declaró culpable a Julian Assange. La pregunta que nos tenemos que hacer todos es ¿dónde quedó aquello de democracia americana?
Al final, no busqué el helado de Ben & Jerry’s, pero sí aplaudí y aplaudo que por lo menos, uno de sus socios tuvo la decencia de protestar contra esta injusticia. Los periodistas y los ciudadanos que aman la democracia y se oponen a las tiranías, también deben hacerlo.
Por Sandra D. Rodríguez Cotto