Este horrendo caso de violación masiva demuestra cómo la perversidad incluye el uso de sustancias, el grabar a las víctimas en vídeo, el uso de Internet y el consentimiento
Por Sandra D. Rodríguez Cotto
En Blanco y Negro con Sandra
San Juan, Puerto Rico – Debe ser la sensación más horrible el levantarte de tu cama un poco mareada y sentir tu cuerpo raro. Sentirlo así, mes tras mes, año tras año, sin entender qué era lo que de verdad te pasaba, para de momento, enterarte de la verdad. Abrir los ojos y darte cuenta de que estabas viviendo en el mismísimo infierno en la privacidad de tu hogar, y que el diablo era tu marido.
Esa sensación de rareza que tenías en el cuerpo era que uno tras otro, tras otro, tras otro desconocido, mientras tú estabas dormida, iba a tu casa, llegaba a tu cuarto, se metía en tu cama y te violaba. Todo eso, mientras tu esposo observaba y grababa. Tú estabas drogada y no te dabas cuenta. Y así pasó por una década, porque el marido estuvo invitando a decenas y decenas de extraños que contactaba por Internet y les daba permiso a que violentaran la privacidad de su casa a violarla a ella.
Esto fue lo que pasó en uno de los casos más horrorosos contra una mujer que han estremecido al mundo. He estado siguiendo desde el primer día el caso de Gisèle Pelicot, desde que comenzó en Francia el juicio contra su exmarido, Dominique Pelicot.
Hoy, ese criminal fue hallado culpable y sentenciado a pasar 20 años de cárcel por violar, drogar y grabar a su esposa por una década. El electricista retirado de 72 años, deberá cumplir al menos dos tercios de su condena tras las rejas.
Con él, los otros 50 hombres acusados de violar a Gisèle, también fueron declarados culpables. Estos hombres tenían entre 20 y 30 años de edad, pero había incluso mayores. Uno de los violadores tenía 70 años. Casi todos fueron declarados culpables por violación agravada, y han recibido condenas de entre 10 y 18 años de cárcel.
Según han reportado varios medios europeos, en los vídeos que tomó el marido, los policías encontraron 72 abusadores diferentes, pero no todos pudieron ser identificados. Así que hay victimarios todavía en la calle.
Pero lo más horroroso fue conocer que en esos vídeos el marido les daba lecciones a esos hombres sobre cómo drogar y tranquilizar víctimas como su esposa. Me pregunto, ¿cuántos de esos 72 habrán repetido esas enseñanzas? ¿A cuántas más mujeres le habrán hecho lo mismo y nunca se sabrá? Es horrible por donde quiera que se mire.
En todo ese proceso del juicio y la cobertura mediática, lo que más sobresalía era ver la imagen de Gisèle Pelicot entrando y saliendo en el tribunal francés. Algunas veces iba con sus hijos ya adultos, pero en todo momento con sentido de dignidad impoluto. Mirando de frente a las cámaras, ella caminaba sin miedo ni vergüenza, sino con valentía.
Ella sí fue objeto de un crimen, pero no se dejó avergonzar públicamente como suele pasar con las víctimas de violación, que viven como una especie de doble condena. Primero por el crimen del que son víctimas, y después el escarnio y la vergüenza pública que las señala.
A ella no. Gisèle Pelicot siempre ha dado el mensaje con claridad: quien tiene que sentir vergüenza es su marido y los demás criminales. No ella. En vez de víctima, asumió el control, algo que no siempre sucede en estos casos. Esa fortaleza, merece ser reconocida públicamente.
Gisèle Pelicot se ha erigido ante la opinión pública como símbolo de la dignidad y la resiliencia. Con estoicismo pasó más de tres meses de testimonios atroces, incluidos el tener que escuchar y ver en sala extractos de la sórdida biblioteca de vídeos caseros sobre los abusos que hacía su exmarido.
Considero este caso como un triunfo para las mujeres y para las activistas en contra de la violencia sexual en Francia y en todo el mundo. También lo veo como un punto de inflexión en la lucha cultural contra el uso de drogas para someter a las víctimas, el consentimiento, y como se usa la Internet para hacer esos contactos en las redes de trata humana. Las víctimas tienen que entender que no están solas y que la vergüenza la deben sentir los criminales.
Aquí en Puerto Rico, donde hay tantos casos de violencia doméstica, espero que miremos este caso y aprendamos que hay que combatir la maldad y que las cosas no se deben ocultar. Hay que tener valentía y prevalecer. Bravo por todas las personas que lo han hecho. Bravo por Gisèle Pelicot.