El cofundador de WikiLeaks fue liberado tras pasar 1,901 días en una cárcel británica de máxima seguridad y acordar con la Fiscalía de EE.UU. su culpabilidad
Por Sandra D. Rodríguez Cotto
Julian Assange salió de la cárcel, pero la pregunta obligada que queda es: ¿se entregó y claudicó el periodismo? ¿Lo dejaron libre de verdad o fue a cambio de amarrar a la prensa libre? ¿Aceptó una acusación de espionaje con tal de poder salir de la cárcel?
¿Amarró el principio de la libertad de prensa por su libertad personal o no tenía más alternativas para sobrevivir? ¿Es ese el futuro que le depara a la prensa libre?
Contestar estas interrogantes no es tarea fácil, mucho menos para un periodista que busca y defiende la libertad de expresión. Por eso hay que pensar que, quizás con el tiempo, se podrá entender mejor las motivaciones que lo llevaron a aceptar ese acuerdo.
La tragedia en todo esto es cómo queda la libertad de prensa y de expresión en el planeta. Más que nada, nos tiene que llevar a pensar cómo queda el derecho de la gente a conocer lo que pasa y lo que sus gobiernos pretenden ocultar. Esto, a su vez, nos lleva a cuestionar el rol de la prensa. La prensa está para revelar los hechos tal y como ocurren, no para ocultarlos según la conveniencia del Estado. ¿O es lo contrario? Esa es la pregunta.
A Assange lo persiguieron por años, y pocos medios informativos, de los muchos que se beneficiaron y publicaron sus revelaciones en todo el mundo, se dignaron a defenderlo. Por años permanecieron callados, acomodándose, como veletas según la conveniencia.
Eso es lo mismo que hacen ahora, por ejemplo, con las atrocidades que se cometen en Palestina, donde el Ejército de Israel ha asesinado a más de 100 periodistas en cuestión de meses, pero impera el silencio y complicidad de los grandes medios de prensa en todo el planeta. De eso no quieren hablar y, si no queda remedio, mencionarlo lo menos posible.
Pero volvamos a Assange. ¿Era hacker, era periodista o todas las anteriores? Para mí era todo eso. ¿Era espía? Para los Estados Unidos sí. Lo cierto es que el australiano pagó con creces su trabajo.
Llegó a un acuerdo con el gobierno de Joe Biden y se declaró culpable de violar la ley de espionaje, pero su sentencia se dio por cumplida con el tiempo que pasó en Belmarsh, la temible cárcel de máxima seguridad en el Reino Unido. Pasó encerrado 23 de las 24 horas del día en esa cárcel durante cinco largos años.
Antes de eso, estuvo encerrado en la embajada de Ecuador en Londres desde el 2012 hasta el 2019, cuando, con el cambio de gobierno, los ecuatorianos lo entregaron a las autoridades británicas. Pero entendamos un poco los hechos y el tracto histórico de la persecución a la prensa.
Assange había ido a buscar protección en esa embajada que le concedió asilo político, porque, como parte de su castigo, el gobierno de Inglaterra se confabuló con el de Suecia para acusarlo de violación en el país escandinavo. Años después se corroboró que esos casos de violación eran falsos y le habían sido fabricados para amedrentarlo. Estando encerrado en la embajada, se casó con Stella Assange y tuvo dos hijos.
Pero, ¿por qué el encierro en esa embajada y luego en la cárcel? Porque Assange dirigía el portal de WikiLeaks, que puso a temblar a las grandes potencias del mundo empezando por los Estados Unidos.
Entre muchas otras cosas, reveló las torturas que hacían los soldados americanos a los presos en Guantánamo. Reveló un helicóptero matando a dos periodistas y a civiles en Irak. Reveló documentos relacionados a la guerra en Afganistán. Reveló cómo la banca se confabuló para quitarle fondos. Reveló cómo la Agencia Nacional de Seguridad investigó a presidentes aliados de los Estados Unidos en Francia por años. También reveló cómo donantes del Partido Demócrata buscaban favores a cambio de dinero para ayudar a Hillary Clinton.
A través de WikiLeaks, reveló desde el 2010 más de 250,000 documentos clasificados del Departamento de Estado de los EE.UU. Los había recibido de Chelsea Manning, una exanalista de inteligencia de los Estados Unidos entre el 2010 y 2011, que también fue acusada y cumplió prisión, pero el gobierno de Barack Obama la puso en libertad. A Assange no lo querían dejar libre.
La acusación decía que Assange “conspiró a sabiendas e ilegalmente” para obtener esos documentos relacionados a la seguridad nacional y revelarlos al público, algo que, según el gobierno de los Estados Unidos, “no tenía derecho” a recibir esa información.
En otras palabras, Assange osó decir la verdad. Por todo eso, enfrentaba una pena de 175 años de prisión.
En realidad, la acusación era por decir aquello que los gobiernos querían ocultar. ¿Y no se supone que la prensa diga la verdad? Ahí es donde yace la diferencia entre lo que hace un periodista y lo que hace otro tipo de persona, y ese es un lindero borroso últimamente en los medios de comunicación.
El caso de Assange nos pone en evidencia cómo se ha criminalizado el ejercicio del periodismo para evitar que se sepa lo que hacen las mafias en el poder, y esto es bien peligroso. Periodistas sin el respaldo que recibió Assange terminan muertos o silenciados.
Aquí en Puerto Rico, por ejemplo, cuando vemos el control casi absoluto que tienen los gobiernos a través de la compra de influencias, o a través de los cabilderos que son ahora los que controlan el tiempo y espacio en los grandes medios, eso es lo que se tiene que pensar.
Son mafias asquerosas que de manera burda quieren controlar lo que usted puede y debe pensar, lo que puede y debe saber. Ellos deciden, según su conveniencia. Por eso el verdadero periodismo nunca es conveniente para los corruptos y poderosos. Es imprudente, porque hace los cuestionamientos y las revelaciones. Saca a la luz pública lo que otros ocultan.
En Puerto Rico debemos reflexionar bien las implicaciones de este caso y cómo tenemos que exigir y defender el buen periodismo y la prensa libre. No se puede claudicar por lo fácil, por lo light o el entretenimiento momentáneo. Tampoco es cuestión de buscar mártires, sino gente que no tema decir la verdad.
Después de todo, como decía el escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, “el verdadero periodismo es intencional” y busca un cambio. Además, “las malas personas no pueden ser buenos periodistas”.