Por Wilda Rodríguez
La educación es una opción. La ignorancia como acto voluntario, también. En estos días no dejo de pensar en eso y ustedes saben por qué. Bad Bunny decidió invertir parte de su dinero en rodearse de gente educada. Maripily prefiere invertir parte del suyo en montar un gimnasio. Eso no los hace más o menos inteligentes.
La inteligencia no es sinónimo de sabiduría. Ambos, creo, son inteligentes con niveles diferentes de exposición, formación, cultura y oportunidades.
He decidido entrar en este tema desde este punto de vista porque me parece pertinente y necesario a nuestra realidad como pueblo a punto de elegir gobierno.
Aparte de dos artículos que se han destacado sobre el asunto -de dos mujeres periodistas, por cierto: Ana Teresa Toro y Omaya Sosa Pascual– la discusión ahí afuera sobre María del Pilar Rivera Borrero es más bien clasista. Un clasismo político -que todo clasismo lo es- que nos divide entre superiores e inferiores según el nivel educativo e ideológico.
¿A quién tiene a su lado esa mujer que le diga con cariño que no puede seguir adivinando que Puerto Rico tiene más de 25 millones de habitantes? ¿O que impulsar y expulsar no son equivalentes? Quienes la juzgan, ¿no son los mismos que piensan que la mayoría de los electores son como ella?
Me dirán que no la juzgan a ella sino a los que la heroízan. A los que deberían reparar mejor en nuestros verdaderos talentos deportivos, culturales y universitarios. Ujú. Les queda bonita la justificación de su encono hacia la reina coronada de los boricuas bestiales; pero a mí no me convencen.
Hay clasismo y hay racismo en esa condescendencia como hay ignorancia en Maripily.
Por eso me gustaría traer el tema desde otro punto de vista: el culto a la ignorancia. También. María del Pilar es una de muchísimos puertorriqueños que viven bajo el lema: “Mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”.
Un lema fundamental al neoliberalismo o capitalismo salvaje que fue expuesto por el escritor Isaac Asimov en el 1980 cuando propuso que en USA existe un culto premeditado a la ignorancia. La ignorancia como valor, como virtud y como derecho. Un lema y sus corolarios que la colonialidad nos impone: la ignorancia, y la opinión desde la ignorancia, como derechos absolutos.
Pensaríamos, y nos gusta pensar, que a nadie le gusta reconocerse ignorante y mucho menos que se lo echen en cara. Sin embargo, está comprobado que la ignorancia puede convertirse en un acto voluntario y político. Resignarse a ser ignorante sintiéndose cómodo no es extraño. Tampoco lo es ser activista de la ignorancia. A María del Pilar le basta saber que no es bruta. Y lo sabe. Le importa un bledo no tener una vasta cultura.
Antes del neoliberalismo, los ignorantes que sabían que lo eran procuraban no serlo. Educarse era el camino del éxito y la satisfacción personal. Ya no lo es.
Por lo que, ahora, muchos ignorantes se ufanan de serlo. Esto puede ser devastador en ciertas disciplinas. En mi libro sobre periodismo subrayo que en mi oficio es atroz.
Un aspirante a periodista tiene que ser muy tonto o muy bribón para no reconocer si realmente tiene una base intelectual para ejercer este oficio. Hay otros oficios en los que puede valer más la astucia o la inteligencia silvestre. La ignorancia, sin embargo, siempre será incompatible con la libertad.
“Ser culto es la única manera de ser libre”, dijo José Martí. El conocimiento es lo que nos acerca a la libertad. Por eso aprovecho la oportunidad del momento para recordar que en lugar de juzgar la ignorancia debemos compartir el conocimiento.
En lugar de menospreciar a electores que van a las urnas el 2 de junio y el 5 de noviembre con pocas herramientas intelectuales, pensemos que esos electores se reirán de los más ilustrados si ganan. Y así no avanzamos ni ellos ni nosotros.
Nada, era eso. Y otra cosita: nada justifica el desprecio clasista contra María del Pilar Rivera Borrero, de Ponce, y los miles de boricuas que la admiran.