Por Sandra D. Rodríguez Cotto
Yo me crié rodeada de gente distinta. De nena, tenía dos amigas en la elemental de la Academia del Sagrado Corazón en Santurce, que ya no existe.
Una de ellas era Rose Yu, china, cuya familia nunca hablaba de religión, y otra boricua, Marina, que era graciosísima y que yo pensaba que no creía en Dios, porque no bien las monjas americanas nos cruzaban del salón a la iglesia, ella sacaba dulces de los bolsillos y se la pasaba comiendo en medio de la misa y haciéndome reír. Aprendí de mis dos amigas a respetar nuestras diferencias, credos y trasfondos, porque la amistad era lo primero.
Muchos años después, cuando iba a la universidad en New Jersey, mi padre le pidió a uno de sus amigos que estuviera pendiente de mí. Para entonces no había FaceTime ni aplicaciones, así que las llamadas a casa eran por teléfono y collect. Pero su amigo, Sidney Sawyer, era un judío practicante de su fe, y cumplidor de sus compromisos, así que siempre procuraba saber si yo estaba bien o me faltaba algo.
Solía ir con su esposa Felicia a buscarme a la universidad para llevarme a pasar con ellos fines de semana o las fiestas. Decía que era mi “gringo dad” y siempre estaba pendiente, porque sabía que estaba solita por allá.
Con Sidney aprendí a ir a la sinagoga, a charlar horas y horas con su amigo el rabino, y a pasar con su familia el passover, la pascua judía. Aprendí con su ejemplo a abrazar las diferencias con respeto, porque la amistad era otra palabra para el amor.
Con el tiempo, fui cultivando muchas amistades de distintas religiones, desde la Yoruba de mis amigos cubanos, hasta el budismo. Del cristianismo hasta los que no creen en nada. Hoy, en mi mesita de noche, tengo una biblia que me regaló hace años el reverendo Jorge Rachske después en un Clamor a Dios que me tocó cubrir frente al Capitolio, y al lado, tengo un Corán que me regaló con mucho amor, un amigo que es imán musulmán, Wilfredo Ruiz Amr.
Mami encontró en casa una Biblia explicada de mi octavo grado, que me la dio y también la tengo en la mesita de noche, junto a unos libros de Gioconda Belli que le pedí prestados a Papi y que no le pienso devolver, y un breve panfleto titulado “Verano del 2019” que escribió mi amigo Daniel Nina.
Cierro los ojos hoy y pienso en lo afortunada que soy de haber tenido y de tener a tanta gente distinta, que creen en cosas tan distintas, que aman de maneras distintas a mí, pero que igual, todos entienden que el respeto y la amistad nos hace humanos. Por eso en estas últimas tres semanas he estado pensado, reflexionando y orando tanto.
Cierro mis ojos y me voy al otro lado del mundo, a un lugar distante de este Puerto Rico, pero cercano porque lo vemos a diario. Pienso en lo que sintieron esas familias en Israel cuando llegaron unos miembros de Hamás a matarlos o a llevárselos de rehenes. Más de 1,500 israelíes murieron en el ataque, y el horror sumió al resto del mundo desde entonces en esa sensación de estar esperando algo peor.
Y ahí lo peor comenzó. El gobierno sionista empezó a bombardear Gaza, para intentar aplacar esa vieja sed de venganza y revanchismo que no se sacia. Más de 7,000 palestinos, en su mayoría niños y ancianos, han sido asesinados.
Los que no mueren tienen brazos rotos, o heridas de gravedad, que posiblemente les aceleren la muerte porque no hay hospitales, ni medicamentos, ni electricidad, ni agua, ni comida. Israel inició una campaña en la tierra arrasada de Gaza, que en menos de dos semanas se ha convertido en la peor limpieza étnica desde las guerras en la exrepública de Yugoslavia.
El objetivo es expulsar a decenas, probablemente a centenas, de miles de palestinos de sus casas y de sus tierras, para expandir sus asentamientos ilegales en la Cisjordania y Jerusalén. Estas tierras son históricamente las que han habitado los palestinos durante miles de años, y las que fueron arrancadas por la ONU en 1947, para crear un Estado judío.
Todo esto me rompe el corazón, porque soy periodista y me han enseñado a ser objetiva, pero soy humana, y me enseñaron a tener empatía. No hay justificación para que un grupo pequeño ataque a un país, pero tampoco hay justificación para que ese país, respaldado por las armas y el dinero de una superpotencia, aplaste a todo un pueblo, porque es lo que está pasando en Israel y Palestina.
Estamos en un mundo donde todos debemos aprender a respetarnos y a amarnos. No importa el color de la piel, la religión, la orientación sexual o el credo político. Todo ser humano tiene el derecho a vivir en paz y con dignidad.
Estas guerras no son nada nuevo. Siempre han existido. Pero en un mundo tan interconectado como el nuestro, donde las acciones en un rincón del mundo pueden afectar a otro rincón en cuestión de segundos, es más importante que nunca que aprendamos a vivir en armonía.
Espero que la comunidad internacional intervenga pronto, que el alto el fuego se respete y que se llegue a una solución justa y duradera para todos.
Y espero que todos podamos aprender de mis amigas Rose y Marina, y de Sidney, que la amistad, el respeto y el amor son más importantes que cualquier diferencia.