Nota del editor: Esta columna la escribió la autora en el año 2014 y se la la dedicó a su mentor y amigo, Manny Suárez, quien falleció hoy, 6 de julio de 2022.
Por Sandra Rodríguez Cotto
Ser periodista nunca ha sido un oficio fácil. Tener mucho trabajo es la característica general de todo el que aspira a llegar a ser periodista. Leer sin descansar. Aprender y tener la humildad de admitir cuando se desconoce algo. Hurgar. Preguntar, preguntar y volver a preguntar cuando notas que te ocultan información o te mienten.
Casi siempre incomprendido en el afán de buscar la justicia o en identificarse con el que sufre, con el de abajo, el verdadero periodista es curioso por naturaleza. Preguntón. Inconforme. Siempre con salarios no muy buenos, a no ser que se transforme en un ‘personality’ o un facsímil razonable de lo que debería ser un reportero, la inmensa mayoría ganan poco.
El verdadero periodista también tiene que soportar los ataques a su trabajo, los intereses económicos ideológicos o políticos de los medios que buscan imponer líneas editoriales apartadas de la ética. A veces hasta tienen que aguantar jefes que no entienden lo que es estar reportando en la calle porque nunca lo estuvieron o ya olvidaron lo tedioso que es aguantarle un embuste al político de turno o al vendedor que intenta espetarle un tema que no tiene interés público.
Y la inmensa mayoría del público no tiene ni idea de la gran responsabilidad que tiene el que de verdad se vive este oficio y lo lleva a cabo con seriedad, respeto y precisión. Tampoco se imaginan los grandes sacrificios personales, económicos y profesionales que pasan los verdaderos periodistas para cumplir su misión. Uno de esos que sí fueron, que es, y siempre será un verdadero periodista, con letras mayúsculas, es Manny Suárez.
Amado profundamente por todos los que lo conocemos, Manny siempre se da a querer. Es del tipo de maestro que nunca enseñó con regaños ni cantaletas, sino con el ejemplo y con una sonrisa a flor de piel. Llega a los sitios y besa en ambos cachetes, y cuando llegaba al lugar de la noticia, desarmaba a cualquiera con sus preguntas precisas. Su sentido del humor y simpatía iban de la mano con un trabajo periodístico como muy pocos. Pisó muchos callos, por eso era temido y despreciado por algunos – en su mayoría políticos – de los que desenmascaro sus más sórdidos y corruptos secretos.
Junto a Tomás Stella hicieron una investigación sin precedentes en el desaparecido periódico aquel que una vez ganó el único premio Pulitzer en el país, el viejo y original The San Juan Star. La sagacidad de ambos provocó que se trajera a la luz la espeluznante verdad que reveló un encubrimiento de los sucesos del Cerro Maravilla por parte de las altas esferas gubernamentales. Manny plasmó su investigación en un exitoso libro titulado ‘Requiem on Cerro Maravilla’, y hay quien dice que Hollywood uso parte del contenido y parte de la historia real como base para la película ‘A Show of Force’. Pero para Manny el filme siempre fue “una basura, pura fantasía”.
Para el 2000 Manny y muchos excelentes periodistas como Gino Ponti y Eneid Routté, entre otros, fueron empujados, despedidos y despreciados por la gerencia del San Juan Star que se oponía a que los reporteros hicieran una labor de fiscalización al gobierno que ese periódico quería proteger. Hoy, muchos periodistas con igual experiencia, sagacidad y ética han tenido que abandonar la carrera, empujados por violentas ventanas de retiro o porque la realidad económica en los medios le da prioridad a los que son descartables por contratos o a los que están dispuestos a trabajar por el salario mínimo federal, sin beneficios. En fin, es otra manera igual de burda pero también de peligrosa, de limitar el ejercicio de una prensa libre y fiscalizadora ante otros intereses.
Esta es la segunda vez que le dedico una columna a mi amigo Manny Suárez. Hace muchos años, 15 para ser precisa, le escribí ‘Guerrero de muchas batallas’. En aquel momento gran parte de la prensa puertorriqueña vivíamos una campaña por parte del gobierno que negaba accesos a documentos públicos, promovía incluso agresiones hacia periodistas y sentaba las bases para una campaña de descrédito hacia aquellos reporteros que nos atrevíamos a preguntar sin el miedo ese o los dedos amarrados que tanto abundan hoy en día.
Mucho ha pasado desde entonces. Las líneas editoriales han variado. Nuevos medios han abierto, muchos otros han cerrado y todos se han transformado. Las redes sociales le dan la oportunidad y el acceso a cualquier ciudadano de expresar su derecho constitucional a decir lo que quieran. Por eso muchos se autoproclaman periodistas. Y si bien es cierto que cualquiera con Twitter, Facebook o con un blog expresa lo que le venga en gana, no es menos cierto que hay de todo en la Internet y que la inmensa mayoría de esos que se creen periodistas, no lo son. Tampoco hacen un verdadero periodismo.
No obstante, con tantas transformaciones tecnológicas, comerciales y hasta de índole ideológicas que percolan en las líneas editoriales de la prensa tradicional, la credibilidad del periodismo se ha visto lacerada. Algunos periodistas con sus acciones también han afectado al oficio. Por eso es que en momentos como éste hay que recordar periodistas como Manny y tantos otros que son verdaderos guerreros del periodismo porque laboraban y aun lo hacen con respeto y ética.
Las nuevas generaciones de reporteros que piensan y actúan como si la historia hubiera comenzado en el 2000, y que si no encuentran un dato en Google es porque no existió, sepan que eso no es periodismo. Hay que sacarle provecho a la tecnología, pero también hay que corroborar y jamás creer lo que sale en la Internet si verificarlo por fuentes alternas aunque esto represente detenerse. Hay que hurgar.