Lima, 19 de agosto de 2021 (EFE) – Lina tenía 17 años cuando cayó en las redes de una mafia que la explotó laboral y sexualmente. Viajó al este del Perú para trabajar en un restaurante, pero lo que pensaba sería una oportunidad para escapar de la miseria, se convirtió en su peor pesadilla.
Nunca hubo restaurante, ni delantal, ni bandejas: el local era un prostíbulo y ella una esclava del siglo XXI.
Tras abandonar la escuela y su familia en la sureña ciudad de Ica, Lina llegó a Lima para mejorar su situación económica. Allí topó con una agencia de empleo que le ofreció traslado, alojamiento, comida y trabajo en la región amazónica de Madre de Dios.
La joven aceptó. Pero camino a su destino todo empezó a tambalearse. La señora que la acompañaba le quitó el teléfono y su carné de identidad y le dio otro con un nombre falso que decía que era mayor de edad.
En un momento en que esa mujer dormía, las palabras de un desconocido que le preguntó por el motivo de su viaje la congelaron: «Ahí no hay restaurantes, es pura prostitución, (…) llevan a las chicas con engaños y es difícil de que salgan y, si salen, salen muertas», soltó.
Ya no había marcha atrás. En el local, la obligaron a acompañar a beber a clientes y la sometieron a explotación laboral y sexual por más de treinta días infernales, hasta que un cliente la ayudó a escapar.
El relato de Lina, al que Efe tuvo acceso a través de la fundación CHS Alternativo, dedicada a combatir la trata, es solo uno de los cientos de casos que todos los años se reportan en Perú, donde este delito, que configura una de las más graves violaciones a los derechos humanos, ha sabido adaptarse al contexto de la pandemia global.
Lo ha hecho con estrategias virtuales y «delivery» para captar y explotar las víctimas en una coyuntura en la que se ha recrudecido la vulnerabilidad frente a esta lacra de muchas familias azotadas por las secuelas de la covid-19.
SUBREGISTRO
En el primer semestre de este año, la Policía Nacional del Perú rescató a 330 sobrevivientes de trata, mientras que, en todo 2020, las denuncias por el mismo delito ascendieron a 394.
En 2019 fueron 509, una reducción que los expertos atribuyen al subregistro debido a las restricciones de movilidad decretadas para frenar el avance del virus.
Estas no solo limitaron a las víctimas la posibilidad de denunciar, sino también entorpecieron a las autoridades que persiguen a los criminales.
Lejos de dar tregua, este delito se ha «dinamizado» y «adaptado» al contexto de la crisis, cuyos impactos socioeconómicos -especialmente la escalada de deserción escolar, desempleo y pobreza- han dejado ciertos sectores más susceptibles a este flagelo, sobre todo en los estratos más bajos de la sociedad peruana.
Así lo alertó a Efe Aarón Puescas, asistente de programas de la ONG Promsex, quien insistió en que «la pandemia ha agudizado muchas de las condiciones de desigualdad que funcionan como factores de riesgo para que una persona sea víctima de trata».
«En un contexto de precariedad, aun cuando una oferta de trabajo resulta sospechosa, las personas tienden a ver en estas propuestas una alternativa real, porque no tienen otra», razonó.
A DOMICILIO
En la mayoría de casos el proceso se inicia con falsas ofertas de trabajo inmediato, bien remunerado y poco calificado, que se difunden en plataformas digitales, medios locales o afiches callejeros.
Con la pandemia, las redes sociales pasaron a ser el espacio predilecto para la distribución de este tipo de ofertas, que llegan vía Facebook o Whatsapp.
Más allá de haberse estrechado los nexos entre la trata y ciberdelincuencia, también ha proliferado la explotación sexual «a domicilio», en hoteles o casas que operan como prostíbulos clandestinos, una nueva modalidad «que ha venido a romper esquemas».
«La trata siempre la imaginamos como la vemos en las películas: una persona encadenada, agredida, enclaustrada y sin tener la más mínima oportunidad de salir. En la práctica, muchas veces estas cadenas son psicológicas y los tratantes coaccionan a sus víctimas a través de amenazas o deudas y esto da pie a esta forma de ‘delivery'», dijo el portavoz de Promsex.
INVISIBLES
La mayoría de casos de trata registrados en Perú entre 2014 y 2020 terminaron en explotación sexual (54 %), aunque también hubo explotación laboral (30 %), mendicidad (9 %) y tráfico de órganos, de acuerdo con el último informe del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI).
La incidencia es mayor en niñas y niños, jóvenes y personas LGTBI+, pero el rostro de las víctimas es, sin duda, femenino.
A nivel global, se estima que cinco de cada diez víctimas son mujeres adultas y dos son niñas menores de edad. Y en Perú, las cifras confirman eso: el 87 % de víctimas asistidas entre 2019 y 2020 fueron mujeres y niñas, de las cuales el 40.9 % eran menores de edad.
Esta lacra, sin embargo, aún es invisible. Según el INEI, de 3,377 denuncias por delito de trata registradas en los últimos cinco años, apenas hubo 232 sentencias condenatorias.
Una de ellas respondió a la denuncia de Lina: «Gracias a Dios, todas las personas que me hicieron daño están recibiendo lo que se merecen», sostiene la joven.