Guayaquil (Ecuador), 17 abr (EFE) – En medio del sufrimiento y la conmoción por la grave situación que vive la ciudad ecuatoriana de Guayaquil por la propagación del COVID-19, la solidaridad de sus habitantes se ha abierto camino de maneras inimaginables.
Pese a las duras imágenes de fallecidos en las calles cubiertos con una sábana, colas de vehículos cargados con ataúdes y contenedores de cadáveres provisionales en hospitales, los guayaquileños no han dejado de participar en toda clase de iniciativas para echar una mano a quien más lo necesita.
EMPRENDIMIENTO SOLIDARIO
De esta manera, alimentos, comida preparada, trajes y mascarillas confeccionadas por negocios pequeños, incluidos insumos de bioseguridad, comenzaron a llegar en gran número a la organización que lidera Karla Morales, una activista social que se ha convertido en una de las caras más visibles de la gestión humanitaria en una urbe considerada la «Wuhan de Ecuador».
Morales ya contaba con la experiencia de su labor a favor de las víctimas del terremoto que justo hace cuatro años golpeó las provincias de Manabí y Esmeraldas, en la parte noroccidental del país.
«Desde el 19 de marzo que lanzamos la iniciativa, la empresa privada nos ha ayudado muchísimo, pero ha sido la ciudadanía la que ha puesto los fondos que se transforman en kits alimentarios que repartimos», explicó a Efe Morales.
Junto a su equipo organiza esas donaciones para que lleguen a las personas de escasos recursos económicos, en particular a familias cuyos ingresos mensuales se ha visto afectados por el toque de queda, pero también distribuye alimentos e insumos para los médicos convertidos en héroes de la pandemia y que afrontan largas jornadas en los hospitales públicos.
Al concluir la jornada, siempre deja un tuit con una especie de rendición de cuentas, en la que detalla la hora y el carácter de la donación entregada.
REDES DE SOLIDARIDAD
«Guayaquil es un pueblo que permanece solidario, que no le da miedo compartir porque está acostumbrado a trabajar y a buscar el pan todos los días y lo comparte porque si algo tiene el guayaquileño es esa fe en sí mismo de salir adelante», cuenta antes de salir a entregar las donaciones del día.
Como en muchos otros campos, las redes sociales se han convertido con la pandemia en verdaderos altavoces de los más necesitados, al igual que los que quieren ayudar.
«Es increíble porque basta un tuit, y en menos de cinco minutos tenemos lo que necesitamos o más», expresa Morales al considerar que el compromiso demostrado por los que quieren ayudar deja un listón muy alto para los que participan en la empresa.
Muchos negocios pequeños que han tenido que cerrar, debido a las restricciones impuestas por el coronavirus, se unieron a su labor y confeccionan mascarillas, ropa, preparan almuerzos o incluso transportan donaciones a cualquier parte de la localidad.
Aunque Guayaquil es el epicentro de la pandemia, con 193 fallecidos de los 421 oficiales a nivel nacional, muchos piden que la actividad solidaria no se circunscriba a la urbe costera, sino que pueda fluir a otros lugares del país.
«Aquí hay muchísimos donantes que nos dicen que compartamos lo que dan con todas las ciudades», relata.
UNA MANO VECINAL
La solidaridad también se refleja entre vecinos. En barrios céntricos de Guayaquil como el del Salado, Orellana, Garay o al norte de la ciudad como en algunas etapas de Sauces, sus habitantes se valen de los grupos de Whatsapp o Facebook para comunicarse entre ellos, saber si están bien o si necesitan algo.
«Coordinamos acciones entre nosotros, por ejemplo, si a alguien le toca salir en su carro y va al supermercado y puede traer algo que necesite otro y así con la mayoría de las cosas», cuenta Tatiana Mendoza, habitante de la sexta etapa de Sauces.
En ocasiones, los propios vecinos donan alimentos a las familias que más necesitan y que siempre vivieron al día: «En esta situación todos nos tenemos que apoyar», resalta por su parte Gustavo Román, otro habitante del barrio.
Los niños del sector también intervienen en iniciativas solidarias y suelen dejar comida o insumos a los recolectores de basura que recorren la ciudad por las noches.
«Esta es una cadena en la que si no nos agarramos de la mano y permanecemos unidos enfrentándolo, cualquier eslabón que se rompa nos hace perder 100 pasos en la batalla», enfatiza Morales.