Buenos Aires (EFE) – El triunfo del libertario Javier Milei en las primarias de este domingo ha sorprendido a propios y extraños, pero ahora se analiza como una reacción «inevitable» de los «perdedores» del modelo actual y ciudadanos hartos de los fracasos de una clase política incapaz de rever sus conductas.
El «panorama es sumamente sombrío» y hasta «peligroso», dijo a EFE el editor y ensayista Alejandro Katz, porque considera que Milei sería un presidente de «derecha extrema radicalizada», desde el punto de vista ideológico, y con «un desequilibrio psicológico muy importante», desde el punto de vista personal.
Milei, economista y líder de La Libertad Avanza, obtuvo en las primarias el 30.04% de los votos (con el 97.4% escrutado), y entró a las elecciones presidenciales del 22 de octubre como el candidato más votado.
En segundo lugar quedó la coalición opositora Juntos por el Cambio (centroderecha), con un 28.27%, en la que resultó elegida para competir en las presidenciales la exministra de Seguridad Patricia Bullrich, y en tercer puesto, el oficialista Unión por la Patria (peronista), con el 27.27%, que tendrá en la pugna al ministro de Economía, Sergio Massa.
Los analistas observan que Argentina requiere aplicar reformas estructurales de forma rápida que deben ser negociadas en un Congreso que hoy parece que emergerá fraccionado.
Katz explicó que Bullrich y Massa son «dos personas que están más amparadas por las estructuras partidarias, que contarían con más cuadros con conocimiento del aparato del Estado para la gestión del próximo ciclo de gobierno».
Sin embargo, el experto considera que Massa lo haría «maximizando» los intereses corporativos que apuestan al ‘statu quo’ y Bullrich representa una propuesta «confrontativa y brutal con un riesgo serio para la gobernabilidad y bienestar general».
Hoy parece improbable que Milei no llegue a una eventual segunda vuelta, prevista para el 19 de noviembre.
«Cualquier escenario va a ser muy desgraciado», previó Katz, como resultado de lo que generó la clase política en las últimas décadas, respecto de la «recurrencia de los fracasos», el «estancamiento» de la economía, «niveles de pobreza que no paran de crecer» (alrededor de 40 %) y «deterioro de indicadores sociales».
QUEMA DE LLANTAS
Milei, acompañado por la candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, prometió, en un país acosado por desequilibrios macroeconómicos y una inflación cercana al 116%, dolarizar la economía, para abandonar el devaluado peso argentino, demoler el Banco Central y pasar una «motosierra» por el gasto del Estado.
Sus propuestas amigaron a la sociedad con ideas liberales, aunque también generó conmoción la defensa del mercado de compra-venta de órganos.
Sin embargo, los analistas coinciden en que no necesariamente los votantes de Milei están convencidos de la dolarización, de dinamitar el Banco Central o de permitir la venta de órganos, sino que expresan un «repudio de lo existente» y «una revuelta sin demanda».
«Es la forma de prender fuego a las llantas en las autopistas», que cristaliza «el malestar» que se expresa en «términos de un rechazo», dijo Katz.
El mensaje más acertado de Milei fue representar el voto «anticasta», que rechaza a la dirigencia política tradicional, al tratarla como una oligarquía.
El economista libertario llega a expresarse con un tono agresivo y violento, en tanto llama la atención por su peinado en forma de casco de moto y despeinado y se identifica con un león, cuya cabeza lanzando fuego es el logo de su espacio.
Milei padeció violencia física y psicológica de sus padres, tiene una relación muy cercana con su hermana Karina, a quien define como «el jefe», y con los perros mastines con los que convive y a los que llamó como economistas famosos.
Ese enfado que expresa parece ser espejo del enojo del electorado.
Katz explicó el voto a Milei en dos dimensiones: como «la revuelta de los perdedores», sumado a la dirigencia política argentina que fue «incapaz» de «renovarse».
La dimensión global, con el voto a Milei semejante a los procesos del «mundo atlántico», como el fenómeno de los chalecos amarillos en Francia, que refleja «la reacción de los perdedores de la globalización», de quienes «no han ganado» las ventajas del progreso, la educación, la secularización y los bienes simbólicos.
La dimensión local tiene que ver con la «incapacidad manifiesta de la clase política argentina para renovarse en términos personales y en términos discursivos e intelectuales ante la evidencia, no reconocida por ellos, de los sistemáticos fracasos en los que incurrieron y llevaron a la sociedad», agregó Katz.
Con una participación del 69%, otra porción importante fue la de quienes no fueron a votar -en parte también por descontento-, pese a que es obligatorio en Argentina.