El Cairo, 22 abr (EFE) – A dos días del comienzo de un ramadán que no tendrá actos públicos ni religiosos para evitar las aglomeraciones, el centro de El Cairo está abarrotado con cientos de personas que se afanan por hacerse con dátiles, dulces y especias.
La mayoría no lleva mascarilla ni toma medidas preventivas. Se preocupan por hacerse con los productos más típicos del mes del ayuno que dará comienzo probablemente este viernes (dependiendo de la luna) y en el que los musulmanes deben abstenerse de beber, comer, fumar y mantener relaciones sexuales desde el amanecer hasta el atardecer.
COLAS SIN MASCARILLAS
Mujeres y hombres en dos colas separadas se empujan para comprar la masa especial para preparar los dulces típicos, como la «kunafa» y los «atayef», y las empanadillas saladas llamadas «sambusak», que el vendedor manosea y pesa sin guantes en el mostrador.
Azza, una mujer de mediana edad y la única de la cola que lleva mascarilla, viene de las afueras de El Cairo y quiere comprar un kilo de cada cosa para los primeros días de ramadán, suficiente para ella, su marido y sus tres hijos.
«Aquí no hay aglomeración. Si vas a Boulaq o Sayeda Zeinab, ahí sí que la hay», asegura Azza en referencia a barrios populares de la ciudad que nunca duerme pero cuya actividad se ha visto reducida por el coronavirus.
El Gobierno egipcio estableció hace casi un mes un toque de queda que, tras su última modificación, va desde las 20:00 hasta las 06:00 horas. También ha cerrado restaurantes y locales de ocio, así como instalaciones deportivas y centros comerciales.
Pero lo más destacado es que antes del comienzo del ramadán fueron suspendidos los rezos en las mezquitas y cualquier actividad relacionada con el mes sagrado, con el aval de la máxima institución del islam suní, Al Azhar.
Pero eso no mella la fe. Imán, joven madre de dos hijos, se resguarda bajo una carpa con ventiladores a las puertas de un conocido establecimiento de frutos secos y especias, para resistir las temperaturas que superan los 30 grados, mientras su marido está dentro con la lista de la compra.
«Sí, estamos preocupados por la aglomeración», pero «déjalo en manos de Dios», afirma la mujer sin protección alguna.
EL RAMADÁN, UNA OPORTUNIDAD
Ahmed Rafaat fue de los primeros en notar el duro golpe económico de la COVID-19. Trabajaba en el sector turístico, uno de los que sufrieron el impacto inmediato de la suspensión de vuelos y el cierre de hoteles y sitios arqueológicos como las pirámides.
Sabe que, a pesar del coronavirus, los egipcios no pueden prescindir de los dátiles en ramadán, que suelen ser el primer bocado tras el ayuno porque inyectan energía y porque así lo hacía el profeta Mahoma, según la tradición islámica.
Por ello hace dos semanas optó por llenar su vehículo de dátiles y convertir su maletero en un estante ambulante que aparca en una céntrica plaza de El Cairo a la espera de clientes.
«A pesar de que está prohibido aparcar aquí, la policía me lo permitió cuando vieron lo que estoy haciendo. En estas circunstancias están siendo amables», afirma Raafat, quien asegura con una sonrisa que los vecinos del barrio lo tratan bien porque «la crisis ha mejorado la actitud de la gente».
Si bien antes y durante el Ramadán los precios de los productos más consumidos solían dispararse, este año se han mantenido o incluso han bajado en medio de una crisis que afecta no sólo a las compras sino a las tradiciones más arraigadas.
Rafaat sabe que la clave del éxito es ofrecer los dátiles un poco más baratos que «los comerciantes avariciosos».
MENOS CARNE Y MENOS CARIDAD
En el mercado cubierto de Bab el Louk, Umm Hasan, propietaria de una pequeña y desolada carnicería, se lamenta de que hay menos movimiento de clientes, además de que tiene que cerrar los viernes y los sábados por las restricciones impuestas por el Gobierno durante los fines de semana para evitar la expansión del coronavirus.
Por ese motivo también han sido vetadas las mesas de caridad, en las que tradicionalmente se ofrece el «iftar», la comida con la se rompe el ayuno, a los más pobres y que representaban una estampa tradicional del ramadán en las calles cairotas.
El Gobierno ha propuesto a los que antes organizaban las mesas donar ese dinero para dar de comer a los más necesitados, pero cumpliendo con el distanciamiento social.
«Claro, hay mucha diferencia respecto al ramadán pasado, y en la situación en la que estamos… pero vamos a aguantar, ¿qué vamos a hacer? Queramos o no, esto nos ha venido así», se resigna Umm Hasan.