Nakuru, 30 de julio de 2021 (EFE) – El humo se eleva, denso y asfixiante, sobre los fogones y ocupa la mitad de esta cocina keniana, mientras la otra media permanece curiosamente clara y respirable porque, aunque nadie lo sospecha, lo que arde en el «jiko» u hornillo no es carbón, sino briquetas hechas con residuos humanos.
En esta «kibanda» -nombre de los restaurantes callejeros en suajili, la lengua nacional de Kenia- de Nakuru, ciudad al noroeste de Nairobi, la capital del país, utilizan esta alternativa al carbón que convierte excrementos humanos en fuente de calor y energía.
«Utilizamos deshechos humanos como materia prima y los combinamos con otros residuos como serrín de los vendedores locales», explica a Efe el ingeniero John Irungu, administrador de la planta de tratamiento de aguas fecales de Nakuru.
Makaa Dotcom es el nombre de esta marca, impulsada por la Empresa de Servicios de Agua y Saneamiento de Nakuru (NAWASSCO, por sus siglas en inglés), que supone una pequeña revolución para la urbe keniana, en términos de salud, higiene y medio ambiente.
Según la Junta Reguladora de Servicios de Agua de Kenia (WASREB por sus siglas en inglés), solo un 30 % de la población de la ciudad está conectada a la red de alcantarillado mientras el resto solo tiene acceso a precarias letrinas.
Vaciar estos retretes es el trabajo de algunas personas que, hasta hace poco, cobraban por hacer desaparecer los residuos donde pudieran: desde las alcantarillas hasta los ríos, contaminando el agua.
Pero este escenario empezó a cambiar en 2018 cuando, tras cinco años de investigación, Makaa Dotcom se puso en marcha para ofrecer un sistema de recogida de residuos sostenible y obtener un beneficio económico de él. Misión imposible, diría cualquiera.
NI HUELEN NI GENERAN HUMO
La planta de tratamiento no huele mal ni está sucia, aparte de los excrementos de búfalo que salpican el gran prado donde se encuentra.
«Tenemos algunos problemas con los animales del Parque (Nacional del Lago Nakuru)», se excusa con una sonrisa Irungu.
Las aguas fecales llegan a esta planta a través de las dos únicas líneas de alcantarillado de la ciudad y mediante los doce camiones que hacen una veintena de viajes al día con los residuos recogidos de los tanques instalados en esos barrios donde antes no existía un sistema adecuado.
Pero el proyecto, que genera trabajo para unas 200 personas incluyendo todas las fases de comercialización, «no condena» a quienes se encargaban de vaciar de manera semi-clandestina esas letrinas; les ha dado formación y equipamiento y, ahora, «están legalizadas y tienen licencia».
Una vez las aguas fecales llegan a la planta, se filtran y la materia se deja reposar unas tres semanas en unos invernaderos para deshidratarla, tras lo que comienza la fase más importante: la carbonización.
En el interior de un horno atronador se somete esta materia a altas temperaturas (unos 450 grados), para eliminar cualquier patógeno.
Tras carbonizar también el serrín -otro residuo generado por los aserraderos de Nakuru al que este proyecto da salida- ambos productos se muelen y mezclan en grandes barriles rotatorios, añadiendo melaza -un deshecho líquido derivado de la producción de azúcar- que aglutina esos materiales y además los impregna de un dulce aroma.
«Cuando ves el producto final, no se puede diferenciar del carbón normal, nunca dirías que procede de las aguas fecales. Por eso los clientes se sienten cómodos. No huele y no produce humo», asegura John Irungu, sosteniendo en sus manos una esfera negra casi perfecta.
UNA ECONOMÍA CIRCULAR
Según los impulsores del proyecto, una tonelada (1000kg) de estas briquetas equivale a 88 árboles salvados que hubieran sido usados como fuente de carbón.
«Es economía circular: obtenemos los residuos, fabricamos las briquetas, la gente las usa para cocinar, comen, visitan el lavabo y obtenemos los residuos de nuevo», subraya Irungu.
Las mujeres de la comunidad fueron quienes bautizaron el producto como Makaa, carbón en suajili, y Dotcom, el nombre de una marca de dulces que se parecen en su forma a las briquetas y, a la vez, una expresión utilizada por los kenianos para referirse a algo moderno (ya que significa «punto com» en inglés). Carbón moderno, pues.
Desde su pequeña kibanda en una de las diáfanas avenidas de Nakuru, donde decenas de clientes cada día toman chai (té) con chapati (un tipo de pan plano), Johnson Ndimu, de 64 años, opta de momento por combinar el carbón tradicional con las briquetas.
Aunque el carbón se enciende más rápido, dice, las briquetas de Makaa Dotcom «arden durante más rato -tres veces más, según Irungu- y puedo dejarlas el día entero en el jiku».
Unos 300 hogares se nutren de este innovador producto, que tiene un coste parecido al carbón -unos 1500 chelines kenianos ($14) por 50kg de briquetas- y demuestra que beneficio económico y protección de la naturaleza a veces pueden ir de la mano y, encima, oler bien.