Buenos Aires, Argentina (Javier Castro Bugarín / EFE) – En las tardes despejadas de invierno y primavera resulta imposible pasear por las calles de Puerto Madryn sin escuchar en algún momento el rumor de las ballenas: la fuerza de sus aletas golpeando el agua, la apertura de sus espiráculos al respirar, el canto inconfundible de una madre llamando a su cría.
Situada en la provincia argentina de Chubut, unos 1,300 kilómetros al sur de Buenos Aires, esta localidad costera se ha consagrado como «uno de los mejores lugares del mundo» para observar ballenas, lo que ha impulsado el desarrollo económico de la ciudad y el movimiento turístico en torno a esta actividad.
«Las aguas son supertranquilas y el avistaje está 100% garantizado, cuando en otros lugares hay que navegar por horas solo para verles el lomo», señala en una entrevista a EFE el fotógrafo ‘ballenero’ Maximiliano Jonas, cuyas imágenes de estos cetáceos han cautivado a miles de personas de dentro y fuera de Argentina.
Visitas recurrentes
Jonas ha dedicado gran parte de los últimos 16 años a inmortalizar la danza de las ballenas francas australes, unos animales curiosos y afables que viajan hacia esta región de la Patagonia para reproducirse, dar a luz e interactuar los unos con los otros, regalando estampas inolvidables a los amantes de la naturaleza.
«Uno empieza a ver que tienen comportamientos similares a los humanos, que cuidan a sus hijos, que tienen a su cría y al otro año vuelven con la misma cría más grande… Nos genera pasión y admiración, porque es un animal muy grande», asevera este reportero gráfico, famoso por sus retratos balleneros a vista de dron.
Los avistamientos comienzan en abril y se extienden hasta diciembre, por lo que Puerto Madryn convive más de la mitad del año con las ballenas: «Cuando golpean su cola con el mar, se escucha desde cualquier punto de la ciudad, si uno está atento y sabe reconocer el sonido», asegura, entusiasmado, el fotógrafo.
Una población cetácea que, además, aumenta año tras año, gracias a los trabajos de protección desarrollados por los investigadores de la región.
«Cada vez las vemos antes y en lugares que antes no se veían: no solo dentro del golfo frente a Puerto Madryn, sino frente a las costas de mar abierto. En Necochea (provincia de Buenos Aires) también se están viendo, y eso es una buena señal, porque es una población que se viene recuperando», manifiesta Jonas.
Turismo en auge
Con una población cercana a los 120,000 habitantes, Puerto Madryn ha basado su desarrollo económico en tres pilares fundamentales: industria, pesca y turismo, un sector, este último, que «no ha parado de crecer» en los últimos años de la mano de las ballenas francas australes.
De hecho, cada año se registran «temporadas récord» de turismo en la ciudad, especialmente atractiva a ojos del turista extranjero, que viaja entre los meses de septiembre y octubre para contemplar a las ballenas en compañía de pingüinos de Magallanes y elefantes marinos; y del argentino que está interesado en recorrer su propio país.
«El mundo se está dando cuenta de eso, de que es increíble poder ver las ballenas desde acá y que es muy fácil: tenés un hotel cerca, tenés infraestructura y tenés vida salvaje apenas a unos minutos de todo eso», apunta Jonas.
Las posibilidades para disfrutar de esa experiencia son múltiples: ya sea contratando una de las excursiones en barco que parten desde Puerto Pirámides, único municipio de la Península Valdés; o sentándose sobre la arena de la playa de El Doradillo, con un mate en la mano, para observar durante horas a las ballenas desde la orilla.
Conexión con las ballenas
Porque lo que hace único al avistamiento de ballenas no es simplemente la contemplación superficial y distante de los animales, sino la «conexión» emocional que se establece con ellos: sentirlos, escucharlos, aprender a interpretar sus movimientos, entenderlos, quererlos.
«La verdad que el vínculo de verdad que se siente y eso creo que es la parte más fuerte de todo, que no se puede explicar con palabras, ni con fotos, ni con videos. Hay que sentarse a contemplarlas», subraya Jonas, para agregar que lo más «hermoso» de su trabajo como fotógrafo de ballenas es que «todos los días es una sorpresa»
«No están adiestrados, o sea que nunca sabemos lo que nos va a sorprender: un día puede ser una cola, un día puede ser un salto, un día pueden interactuar con embarcaciones. Algo que siempre digo es que yo voy a contemplarlas, a observarlas, y algo ellas me van a regalar», sentencia el chubutense.