Por Caty Arévalo
Madrid (EFE) – No se ven a simple vista pero están en todas partes, desde el agua que bebemos al aire que respiramos. Los científicos han constatado la presencia de plásticos microscópicos en prácticamente todos los rincones del cuerpo humano, incluido el cerebro. Esto es lo que se sabe hasta ahora de su impacto:
Un estilo de vida que ‘envenena’
El plástico, omnipresente en el estilo de vida actual, se descompone lentamente en partículas muy pequeñas que acaban diseminadas en todas partes: se han hallado desde en la cumbre del Everest a la fosa de las Marianas, a 10 kilómetros bajo la superficie marina.
Los investigadores los denominan microplásticos cuando su diámetro es inferior a 5 milímetros (mm) y nanoplásticos cuando es menor de 0,001 mm, en ambos casos tamaños inasequibles al ojo humano.
El cuerpo humano, como el de otros muchos seres vivos, se está convirtiendo en un ‘depósito’ de estas micropartículas de plástico que por su tamaño poseen una gran capacidad de invadir órganos y tejidos.
Un estudio de la universidad australiana de Newcastle, encargado por la ONG WWF, estimó que cada semana acaban penetrando en el cuerpo, a través de lo que ingerimos o el aire que respiramos, una media de 5 gramos de plástico, el equivalente a una tarjeta de crédito.
Su presencia se ha constatado en la placenta, la leche materna, el pulmón, el hígado, el bazo, los riñones, la sangre o el cerebro.
Un reto para la ciencia
Extraer, caracterizar y cuantificar los micro y nanoplásticos en el cuerpo humano y conocer su impacto constituye un reto de una complejidad mayúscula que apenas comienza a explorar la ciencia.
«A nivel de investigación estamos prácticamente ante un lienzo en blanco», subrayó en una entrevista con EFE la neurocientífica de la Universidad de Rhode Island Jamie Ross, considerada una de las pioneras en ofrecer luz sobre el impacto de los microplásticos en el cerebro de los ratones.
Ross confesó que se hizo científica con el objetivo de ayudar a responder a la pregunta de qué factores ambientales diferenciados dan lugar a que teniendo dos gemelos idénticos genéticamente uno llegue a desarrollar párkinson y otro no. O dicho de otro modo, qué provoca el párkinson, el trastorno neurológico que más crece en la actualidad, cuando no hay predisposición genética por parte de quien lo sufre.
En múltiples experimentos con ratones, en los que les hizo beber agua con microplásticos que contenían unos marcadores durante tres semanas, Ross y su equipo descubrieron que estas partículas traspasan la barrera hematoencefática del cerebro, producen en él una inflación similar a la de las demencias, y manifiestan alteraciones similares a quienes las padecen.
Cómo escapan al control del cerebro
Una investigación casi paralela liderada por la Universidad de Viena comprobó que los más pequeños nanoplásticos cruzan esta barrera biológica apenas dos horas después de haber sido ingeridos.
«Haber comprobado que los microplásticos pasan la barrera hematoencefálica es un hecho muy relevante, hablamos de una barrera de permeabilidad altamente selectiva y regulada para proteger nuestro cerebro, que solo deja pasar lo que el cerebro necesita», explicó el investigador de Biología Celular de la Universidad Complutense de Madrid José Antonio Morales-García, en una entrevista con EFE.
En una persona sana, cuando el tejido nervioso se inflama el sistema inmune lucha contra el agente que produce esa inflamación y todo vuelve a la normalidad.
El problema con enfermedades como el alzhéimer o el párkinson es que la inflamación se cronifica y destruye un tipo concreto de neuronas en cada caso, en el caso de párkinson la dopamina (por eso los síntomas son motores), y en el del alzhéimer un tipo de neuronas llamadas colinérgicas, que regulan la memoria a corto plazo en el hipocampo.
Lo que la ciencia ya ha podido constatar es que, una vez engañado al ‘arco de seguridad’ del cerebro y haber penetrado en él, las partículas microscópicas de plástico producen una inflamación continuada y prolongada en esas mismas zonas dando lugar a alteraciones similares a las de estas enfermedades.
A pesar de la enorme complejidad de avanzar en este campo, la investigación con ratones, el animal al que más recurre la neurociencia, también ha descubierto que estas partículas afectan a la comunicación entre neuronas y a la producción de neurotrasmisores.
El resultado sería similar a quien le alteran sin saberlo el teclado en móvil y a la hora de escribir su mensaje es incomprensible, ejemplificó el investigador.
Evidencia suficiente para prevenir
Más allá de los hallazgos conocidos hasta ahora, la ciencia tiene aún todo un lienzo por pintar para ofrecer una imagen más clara de cómo logran estos retos de plástico minúsculos traspasar la barrera de protección del cerebro y cuál es su ciclo de vida una vez están dentro.
Aunque la información científica es limitada aún, los investigadores consultados sostienen que «hay evidencia suficiente» para prevenir al máximo la exposición a la contaminación del plástico, y dar de lado a todo lo que usamos compuesto o envuelto en este material si no es estrictamente necesario.