Ciudad de México, 7 de diciembre de 2021 (EFE) – Desde el momento en el que planta la semilla, la floricultora Concepción Cruz rememora las fiestas navideñas con la flor de Nochebuena, la icónica aportación mexicana a una tradición que este año se vive con mayor optimismo que en 2020.
«La Nochebuena es un cultivo que representa una cosa tan bonita, la Navidad. Para mí es algo bien simbólico, me da gusto trabajar algo que le gusta a la gente», comenta este lunes a Efe Concepción quien junto con su esposo es dueña de los Viveros Benavidez ubicados en la alcaldía de Xochimilco de la Ciudad de México.
«(La Nochebuena) es el color principal en fiestas decembrinas», asegura Irene, su hija, quien comenzó a ser parte del negocio desde los 15 años y ahora, a sus 20, continua con el legado de sus padres a quien está por convertir en abuelos.
La familia se está recuperando este año de las ventas fallidas de 2020, un año azotado por la pandemia y que les afectó mucho.
«Nosotros sembrábamos cierta cantidad y este año disminuimos por temor a que no se vendiera», cuenta Irene.
El escenario ha mejorado, confiesa Concepción, que ya percibe una recuperación de las ventas pese a que todavía faltan tres semanas para la Navidad.
El proceso de cuidado y de cosecha comienza a principios de mayo y a partir de septiembre ya se empiezan a ver los colores de las flores que inundarán la ciudad en el mes de diciembre.
«Lo primero que se hace es trasplantar la plántula a una maceta más grande, después hay que pincharla y podarla para que aviente más flores, de ahí hay que regarla, abonarla y fertilizarla y por septiembre se tapa con una cubierta plástica para que se pigmente», recuenta Irene.
Las ventas comienzan a la par que las de la flor de cempasúchil, tradicional de las celebraciones del Día de Muertos, otra de las flores que Concepción adora cosechar.
Y las plantas dejarán de ser requeridas a partir del 25 de diciembre, según cuenta.
«Son las dos fechas en las que a mí me encanta trabajar, el cempasúchil se me hace una planta que trae muchos recuerdos, yo desde que empiezo a trabajarla pienso en mi mamá que ya no está conmigo, es muy curioso», dice.
UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Hace unos 25 años, antes de ser dueños de varias chinampas (método agrícola mesoamericano conformado mediante islas artificiales), el esposo de Concepción trabajaba como peón en los viveros de Xochimilco mientras que ella lavaba ropa.
«Él vendió su terreno y yo lavaba ajeno para poder comprar una chinampita, y poco a poco le fuimos viendo futuro a este proyecto, porque nosotros no tenemos estudios», relata Concepción.
A base de muchos esfuerzos y sacrificios, el matrimonio ha ido expandiendo su territorio y su trabajo se ha convertido en el sustento principal de su familia, que sigue creciendo.
«Nosotros trabajamos y alquilamos a la misma familia para que nos ayude», cuenta.
Concepción confiesa que al inicio no estaba realmente interesada en las plantas pero ahora valora cada momento que pasa haciendo su trabajo.
«El día que no vengo a mi chinampita siento feo, me gusta mucho estar aquí todo el día, le agarras amor a la planta, es bien lindo cuando ves una planta desmayada y observas detenidamente su reacción cuando se va levantando después de regarla. Son cosas que te sorprenden», relata.
«Si no estás con ellas y no les pones agua se ponen tristes, pero si eres constante tu trabajo se nota», confiesa Concepción.
La producción total de la familia de Nochebuena este año fue de alrededor de 8,000 flores. Y los precios varían entre los 25 pesos ($1 aproximadamente) a 1,000 pesos ($50 aproximadamente).
UNA FLOR PREHISPÁNICA
La flor de la Nochebuena (Euphorbia pulcherrima) se remonta a la época prehispánica, era considerada por los pueblos de entonces un símbolo de la nueva vida y posteriormente recibió su nombre gracias a los frailes franciscanos que la vieron florecer en invierno.
Fue hasta la época colonial que la flor se integró a las tradiciones mexicanas de la Navidad y cuando llegó a gran parte del mundo, convirtiéndose en una herencia biocultural del país.
Conocida también como flor de pascua o flor de fuego, entre otros nombres, la planta cobró importancia a nivel internacional en el siglo XIX, cuando Joel Poinsett, botánico y primer embajador norteamericano en México, la llevó a su pueblo natal, Charleston, en Carolina del Sur.