Sharm al Shaij (Egipto) (EFE) – Dos días después del arranque de la cumbre del clima COP27 en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij, sus asistentes parecen estar viviendo en un microcosmos distópico que refleja todo lo malo del cambio climático: un mundo superpoblado, caro, sin agua ni alimento para todos, sujeto a temperaturas extremas y bajo una omnipresente barrera de seguridad.
Ni la buena voluntad ni las sonrisas y buenas maneras del personal egipcio de la organización puede opacar la realidad de que son impotentes a la hora de resolver problemas o siquiera indicar la dirección correcta a los centenares de personas que deambulan en busca de su destino en un recinto amplísimo, desestructurado, plagado de zonas prohibidas y donde los carteles y mapas siembran la confusión, en lugar de disiparla.
HAMBRE Y SED
La destrucción del clima está trayendo como consecuencia el incremento de la inseguridad alimentaria en todo el planeta, la disrrupción de las cadenas y un alza de los precios que expulsa del sistema a quienes no pueden o no tienen cómo pagar.
En el Centro de Convenciones Internacionales donde se desarrolla la COP27, una ciudadela aislada en mitad del desierto rodeada por autovías nuevas de cinco carriles por donde no circulan apenas vehículos, la situación es similar.
La comida no alcanza para todos, y para conseguir lo poco que hay -quiche, croissant o «muffins»-, hay que hacer largas colas bajo el sol para obtener un mínimo condumio a un precio desorbitado. Hacer más de media hora de espera no garantiza la comida, sólo una sonrisa de compasión, un «sorry» y la promesa esperanzadora de que «mañana habrá».
Curiosamente, o no, cuanto más se acerca uno a la zona «noble» y vedada, más y mejores provisiones aparecen en los puestos de comida.
Como solución, se ha impuesto el saqueo generalizado de recursos de otros lugares, o dicho de otro modo, la sobreexplotación de los bufés de desayuno de los hoteles en donde se alojan los asistentes.
Testimonio de ello son las pilas de manzanas y bananas que, como una suerte de bodegón de la depredación, decora mesas y puestos de trabajo.
Más grave es la falta de agua. En Sharm el Sheij está en el desierto del Sinaí, sólo es accesible por avión, el agua proviene de desaladoras y no es potable.
En la COP27 la única posibilidad es agua embotellada, a través de dispensadores grautitos ubicados por doquier.
Salvo que ya desde el primer día, no hay bidones para reponer. Tampoco parece que haya refrescos en las neveras de las tiendas, pese a que una reconocidísima marca de bebidas gaseosas patrocina esta COP27.
DOS MUNDOS
Con cerca de cien jefes de Estado y Gobierno presentes en la reunión, ha servido como pretexto para establecer en el recinto un efectivo sistema de «appartheid» entre dos zonas diferenciadas: la de los poderosos, recluida, aislada y a la que la masa de los participantes no puede acceder y sólo, ocasionalmente, ver por circuito cerrado de televisón.
Ahí es donde está la información.
También se los puede escuchar, yendo y viniendo con sus rugientes aviones que pasan justo por encima del centro de prensa, en plena ruta de aproximación y despegue del aeropuerto de la ciudad.
Del otro lado están todos los demás, sujetos a un constante control.
Los caminos que llevan al recinto, kilómetros de autovía y desierto, están jalonados por hombres de traje gris y ademán severo. Los cruces, cubiertos en cada esquina por autos y policias uniformados. Tras los arcos de seguridad y los escánares de equipaje, hay decenas de funcionarios velando por la seguridad de todos, pero sobre todo vigilando que uno lleve la acreditación adecuada en el lugar adecuado.
Lo que si afecta a todos por igual está siendo las oscilaciones climáticas. En la COP27, que se desarrolla en un desierto, hay que portar inapropiadas chaquetas, chales y rebequitas para afrontar los rigores del gélido aire acondicionado.
El centro de prensa vive además un particular efecto climático. En la mañana el primer piso parece un invierno en Groenlandia, y la planta superior, una mañana primaveral en Madrid. En la tarde la situación, inexplicablemente, se invierte.
En el recinto, como en todo Egipto, algunas páginas web no son accesibles por decisión gubernamental, lo que ha supuesto también una sorpresa para algunos de los periodistas asistentes, pero no para las decenas de Organizaciones No Gubernamentales que denuncian desde hace años las prácticas poco amables con las libertades del anfitrión.