Glasgow (R.Unido), 9 nov (EFE) – A orillas del río Clyde, un estuario antaño salpicado de astilleros y acerías que hizo prosperar a Escocia durante la Revolución Industrial, se intentan forjar estos días los pactos que deberán liberar al planeta de las ingentes cantidades de CO2 que han ido sobrecalentándolo desde el siglo XVIII.
Bajo el ruido ocasional de helicópteros y sirenas, unos 30,000 rostros ocultos tras mascarillas sanitarias transitan por los pasillos del Scottish Event Campus, donde trajes, túnicas, faldas, chilabas y uniformes militares configuran una suerte de parque temático multicultural del clima.
Se trata de la Zona Azul, un recinto blindado que protegen 10,000 policías británicos en el exterior y patrulla personal de la ONU por dentro y donde los oficiales de Naciones Unidas, los representantes nacionales y los expertos gozan de inmunidad diplomática.
En ese centro de convenciones, donde la policía local sólo puede entrar invitada por el secretario general de la ONU o en caso de amenaza de muerte, se celebra hasta el próximo 12 de noviembre la cumbre climática más importante desde el Acuerdo de París de 2015.
El foro -postergado un año por la pandemia- tiene varios nombres oficiales rimbombantes. Pero la COP26 es el apelativo más utilizado para referirse a una cita donde se pretende evitar que las temperaturas suban más de 1,5 ºC a final de siglo respecto a los valores preindustriales, aunque el ascenso vaya ya por 1,2 grados y las proyecciones sean poco halagüeñas.
Pero antes de ingresar en la COP26 hay que sortear muchos obstáculos: disponer de una acreditación de la ONU, conseguir alojamiento en una ciudad con precios prohibitivos, ingresar en el Reino Unido en tiempos de Brexit y pandemia, presentar diariamente un test negativo de antígenos en la puerta y hacer en torno a una hora de espera para atravesar los arcos de seguridad.
FRENESÍ EN EL INTERIOR
Una vez dentro, el trajín es frenético porque todos vienen con una agenda potente. Los países quieren influir en las negociaciones, las ONG quieren colocar sus mensajes, los expertos difundir sus estudios y los medios intentan conseguir informaciones que les distingan de la competencia.
Hay varios plenarios donde al inicio intervinieron unos 120 jefes de Estado y de Gobierno y esta semana lo harán los ministros, salas de conferencias, un centro de prensa, una cantina con comida insufrible, cafeterías donde un cruasán cuesta 4 euros al cambio y muchos baños que alguno de los mil trabajadores de la cumbre desinfecta religiosamente después de cada uso.
En la COP26 se respira adrenalina, hay buen ambiente y pocos se han resistido a sacar una foto de un indígena ataviado con ropas tradicionales, tomada en los bulevares que conectan con multitud de puestos oficiales de diversas instituciones, organizaciones y países. Todo ello conforma un paisaje similar al de una feria sectorial.
En general, cuanto más verde y grande es el estand, más CO2 libera el país al que representa. Qatar, el país con más emisiones de CO2 per cápita del mundo, según datos del Banco Mundial, dispone de un amplio y cuidado espacio donde muestra halcones en pantallas gigantes.
El pabellón de Australia, potencia en hidrocarburos, consiste en una elegante estructura de madera con detalles en tonos verdosos y azul oceánico y rótulos de la compañía gasística Santos Limited. Esta circunstancia fue criticada por las organizaciones ecologistas, que lo tildan de «ecopostureo», y las referencias a la gasística han desaparecido.
«Parece un parque de atracciones. No debería haber tantos pabellones, sino centrarse realmente en lo importante», comenta a Efe una delegada de una organización internacional.
Más allá del área oficial donde transcurren las negociaciones a puerta cerrada, al otro lado del río hay un área para visitantes llamada la Zona Verde, donde no se exige acreditación oficial pero sí se requiere reservar entrada, en la que se programan unas 200 actividades culturales como proyecciones de películas, lecturas de poesía o coros infantiles.
«He estado en grandes foros como Davos. Creo que esto es menos exclusivo. Pero entiendo las críticas sobre accesibilidad», comenta a Efe un diplomático, que reconoce que «en términos de logística hay muchos problemas».
Esa y otras fuentes consultadas lamentan, en particular, que apenas existan salas para reunirse en la intimidad, quizá porque los espacios pequeños y cerrados se hayan vuelto impopulares desde la irrupción del coronavirus.
«He tenido que hacer muchas llamadas en pasillos que normalmente haría en espacios privados», agrega ese diplomático desde la cumbre organizada en la Escocia que en 1736 vio nacer a James Watt, precursor de la máquina de vapor que impulsó el mayor desarrollo económico de la historia que, según se ha sabido un par de siglos después, está empujando al planeta al borde del abismo.