Madrid, 2 nov (EFE) – La #COP26 del clima ha arrancado con buenas intenciones. Nuevamente, como en París 2015, la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de la ONU sobre cambio climático -denominación de este foro ambiental multilateral- ha cambiado su habitual estructura y los líderes mundiales han acudido a Glasgow al comienzo.
Lo habitual es que la primera semana sea más técnica y la segunda tenga una mayor presencia política, con los jefes de Estado y de Gobierno al cierre para, con su presencia, reforzar lo acordado.
Se trata de negociaciones complejas en las que la discusión de un simple párrafo de los textos a acordar, o de algunas palabras entre corchetes (todavía no consensuadas por los negociadores entre cumbre y cumbre) puede dar al traste con lo acordado.
En París 2015 (COP21) se esperaba un gran acuerdo para sustituir al finalizado Protocolo de Kioto y el impulso político era fundamental, de ahí la presencia de los dirigentes en la inauguración. Mandaron un mensaje claro, no defraudaron y se alcanzó un logro histórico.
Seis años después del Acuerdo de París, el liderazgo político, económico y social para su ejecución sigue siendo fundamental y de ahí la presencia de los grandes dirigentes en la apertura, con un mensaje rotundo que, en muchos casos, equilibra catastrofismo realista y esperanza.
No es que en Glasgow se prevea un gran acuerdo formal, pero los pasos en materias como un mercado de carbono global (desarrollo del art. 6 de París) y la compensación a los países cuya naturaleza fija CO2, la financiación climática, el incremento de la ambición en las contribuciones determinadas nacionales (NDC) de reducción de dióxido de carbono, o los avances para una transición justa, supondrán pasos esenciales.
Y es que escuchando a los responsables de las grandes economías mundiales, culpables en la mayor parte de los casos de la situación en la que nos encontramos, desde el presidente de EE.UU, Joe Biden al secretario general de la ONU, Antonio Guterres («estamos cavando nuestra tumba»), parece claro que el tiempo para limitar el incremento máximo de temperatura en un máximo de 1.5 grados se acaba.
A partir de ahí, las consecuencias serán catastróficas. Lo dice la ciencia.
Por eso si hubiese que resumir un mensaje del arranque de la COP26 sería: No tenemos tiempo. Eso nos debería hacer recordar la “etiqueta” de catastrofismo que tradicionalmente se nos ha colgado a los periodistas ambientales, porque al final resulta que estábamos contando cual era la verdadera y dramática situación y, cómo no, lamentamos tener razón.
Entre lo positivo, la vuelta de Estados Unidos y el hecho de que Jose Biden se disculpe porque su antecesor, el clima escéptico Donald Trump abandonase el Acuerdo de París y el multilateralismo.
La aportaciones de EE.UU son esenciales, no en vano es el primer emisor per cápita de CO2. También se han producido ausencias notables como la del dirigente ruso, Vladimir Putin o el de China, Xi Jinping, cuyo país es el principal emisor de CO2 en términos absolutos.
Más allá del gesto mediático que representa su ausencia con excusas de emergencia sanitaria (de la que hemos aprendido que las videoconferencias son efectivas y evitan desplazamientos y mucha huella de carbono), el elemento clave para ver si estos países se toman en serio la crisis climática será las aportaciones de sus delegaciones.
No todo pasa por los estados, las administraciones regionales y locales (las ciudades tienen mucho que decir y de ahí movimientos como el CC35 de alcaldes latinoamericanos por el clima), las empresas y naturalmente los ciudadanos, que como consumidores y votantes, apoyan o censuran con sus decisiones los compromisos climáticos.
Siempre y cuando todos recordemos que ya… no tenemos tiempo.