La obra teatral que ha sido éxito en España reúne a veteranos de las tablas boricuas con talento joven en una extraordinaria combinación de risas e irreverencia
Por Sandra D. Rodríguez Cotto
Una muy agradable sorpresa me llevé el viernes en la noche, cuando fui a ver el estreno de la obra Santas y perversas, ante una sala repleta en el Centro de Bellas Artes de Santurce.
Intuía que sería buena porque, semanas antes, el comediante Víctor Alicea me había comentado sobre el proyecto. Pero lo que no me esperaba era ver tanto talento joven en un tú a tú con veteranos de las tablas y del mundo del espectáculo, con un libreto tan irreverente que me hizo reír de principio a fin. La química del elenco con la complejidad de la trama fue realmente una sorpresa maravillosa.
La temática me hizo evocar mi niñez y adolescencia, ya que siempre estudié con monjas. Pero estas no eran monjas comunes ni nada cercano a las Hijas de la Caridad que yo conocía. ¡No, señor! Ver a primerísimos actores como Gerardo Ortiz, Herbert Cruz, el mismo Víctor Alicea y Jonathan Cardenales en los papeles estelares, con hábito y cofias, pero con los labios rojos rojísimos, de entrada lo sacudió todo. Estos grandes actores, con su humor perverso, obligan al público a tener agilidad mental para poder seguir su ritmo.
Igualmente, me sorprendió ver lo buenos que son los jóvenes talentos George Santiago, en el papel del inspector, y Carlos Piñero, como Bob. Estos dos muchachos son excelentes y estuvieron a la altura de enfrentarse directamente a maestros como Ortiz, Cruz, Alicea y Cardenales.
De principio a fin, ese gran elenco se entregó a la maldad y al irrespeto que se les niega a los maduritos, como dijo el director Miguel Diffoot, presentando un espectáculo a la altura de los mejores escenarios del mundo.
De hecho, Puerto Rico es donde primero se presenta esta pieza después de España, donde se originó. Próximamente, se presentará en México, uno de los países con mayor tradición teatral en este lado del mundo. Eso demuestra la tenacidad de productores boricuas como Florentino Rodríguez, quien logró los derechos para presentarla con tanto éxito aquí.
La obra, escrita por el dramaturgo José Warletta, explora con un cinismo perverso que arranca carcajadas, los distintos matices de la feminidad encerrada y acorralada en el claustro de un convento. Son cuatro personajes mordaces, que se van revelando poco a poco con una facilidad desdeñosa para presentar la realidad de mujeres que dicen ser monjas y cómo disfrazan su realidad ante los investigadores de un crimen.
La pieza aborda temas como la hipocresía social, el deseo, el sexo, la represión y la autoaceptación, usando la ironía y el contraste, con diálogos ágiles y referencias actuales. A lo largo de la obra, se entreteje la trama con música, chismes y mucho cinismo. El juego de luces y sombras es casi un personaje más que añade capas al texto.
Ya mencioné la excelencia de los jóvenes George Santiago y Carlos Piñero, pero vamos a los veteranos. Comienzo con el primerísimo actor Gerardo Ortiz como la Madre Abadesa. Una no sabe si es española, francesa, mexicana o británica porque Ortiz va de acento en acento, pasando por el boricua con una maestría y mordacidad terribles. Verlo con esos labios rojos y ese vozarrón es un espectáculo en sí. Tremendo.
Víctor Alicea interpreta a Soledad, una monja sorda que te mata de la risa. Conociendo bien a la comunidad sorda, puedo decir que este personaje fue extraordinariamente bien logrado. Hay momentos en que uno piensa que de verdad es sorda, con gestos tan irreverentes que provocaban risas incontrolables en el público.
Jonathan Cardenales interpreta a Urzuri, una monja vasca que, con todo y barba, dice ser religiosa, pero es una maquiavélica y calculadora que lleva el ritmo de la trama. Es genial porque no se ríe en la obra, pero todo lo que dice y hace es graciosísimo.
Sobre Herbert Cruz, en su papel de Constanza, literalmente, se roba el show. La monja ciega que es pintora es una genialidad. Su coreografía a lo Michael Jackson en Thriller me mató. Todavía me río al recordarla.
Todas estas monjas representan esa dualidad entre ser santas y perversas, como se nos exige a todas las mujeres en esta sociedad contemporánea. Creo que por eso esta obra se adaptó tan bien a nuestra realidad boricua, porque de las mujeres siempre se espera algo distinto a lo que realmente son o quieren ser.
La dirección de Miguel Diffoot merece aplausos, logrando un balance entre la crítica social y la comedia auténtica. Con temas profundos, que nos hacen reflexionar sobre los roles de género y las presiones sociales, Santas y perversas alcanza un equilibrio que la audiencia aprecia.
En general, se elogia la química entre los actores, la frescura de los diálogos y una ejecución que conecta con el público boricua, combinando carcajadas con una crítica social sutil.
Lo único lamentable es que esta obra solo se presente por dos fines de semana. Se lo mencioné al productor Florentino Rodríguez, pues siento que después de tanto esfuerzo para producir algo de calidad, sería justo que permaneciera más tiempo en cartelera. Esto no es un problema de Rodríguez, sino del sistema teatral en Puerto Rico.
Hacer teatro en este país es una hazaña que merece el respeto de todos. Es urgente que haya más teatros disponibles y una política pública que apoye a los productores y artistas. Quizás se podrían organizar funciones especiales para estudiantes, envejecientes o clubes sociales.
Santas y perversas se presentó del 15 al 17 de noviembre y regresa del 22 al 24 en la Sala Experimental del Centro de Bellas Artes de Santurce.
Hace falta más tiempo, porque el talento puertorriqueño es grande y merece ser visto. Me encantó.