Roma (18 de mayo de 2021) EFE – Italia se despertó hoy con la muerte de uno de sus artistas más queridos, Franco Battiato, autor de himnos como «Voglio vederti danzare» que dejan una huella indeleble en un panorama musical que agitó a base de experimentación y eclecticismo.
Battiato (Jonia, 1945) falleció a los 76 años después de una «larga enfermedad», según informó su familia, una fórmula usada cuando no se quiere dar más detalles, pues su vida privada fue siempre custodiada con celo, máxime en sus últimos años.
EL LARGO ADIÓS DE UN ENIGMA
El cantautor se alejó de la música y de la vida pública en 2017 sin despedidas formales, a raíz de una caída que le postró en una «larga convalecencia», tal y como indicó su entorno.
Desde entonces, se había enclaustrado en su villa de la localidad siciliana de Milo, entre el volcán más activo de Europa, el Etna, y el mar, en la misma zona en la que vivió otro de los grandes de la música italiana, Lucio Dalla, su colega fallecido en 2012.
El funeral transcurrirá mañana de forma estrictamente privada y solo asistirán los pocos amigos y parientes que le acompañaron en estos últimos años de enfermedad, pues ni se casó ni tuvo hijos.
Su cuerpo será incinerado, como era su deseo, y sus cenizas permanecerán en villa Grazia, la casa de Milo que el músico había dedicado a su madre.
Su hermano Michele ha hablado de una «pérdida progresiva» de las facultades hasta el punto de que «no se percató» de su propia muerte: «En las últimas horas no se enteró, no estaba, por suerte cayó en un coma profundo», indicó al diario «Il Corriere della Sera».
ITALIA, DE LUTO
El fallecimiento de Battiato deja un vacío enorme en la cultura de una Italia que se deshace en elogios y le despide con palabras de aprecio y agradecimiento por su legado.
La ciudad siciliana de Catania declaró luto y puso todas sus banderas a media asta en señal de homenaje.
El jefe de Estado italiano, Sergio Mattarella, también siciliano, se mostró «profundamente apenado» por la muerte de un artista que calificó de «culto y refinado» y dueño de «un estilo inconfundible» fruto de «intensos estudios y de una febril experimentación».
«Maestro», «inimitable», «señor de las palabras», «filósofo» o «único» fueron algunos de los calificativos que le dedicaron importantes figuras de la política italiana, como el ministro de Cultura, Dario Franceschini, o el de Exteriores, Luigi Di Maio.
Pero también de algunos de los artistas más destacados del país, desde Laura Pausini, Eros Ramazzotti, Tiziano Ferro o Marco Mengoni hasta el actor Carlo Verdone, el veterano presentador Pippo Baudo o el rockero Vasco Rossi, entre una infinita lista de celebridades nacionales.
BATTIATO Y LA VERSATILIDAD CREATIVA
El cantautor conquistó el mundo desde la década de los setenta con un estilo casi místico y críptico, mezclando música culta con popular, la electrónica con el etnicismo, con letras crípticas movidas por acordes llegados de todas las orillas del Mediterráneo, de Oriente Medio y África, y traduciéndolas al español.
En 1981, después de triunfar en el Festival de Sanremo y poco antes de representar a Italia en Eurovisión, aquel músico delgado y de nariz prominente publicaba «La voce del padrone», un disco que reventó los esquemas musicales con su estilo particular y que se convirtió en el primero italiano en superar el millón de copias vendidas.
El álbum incluía la canción por la que todo el mundo le recordará, «Centro de gravedad permanente». Era la consagración de un artista que encadenó una treintena de discos con himnos como «Voglio vederti danzare» (1982), «La stagione dell’amore» (1983) o «La Cura» (1996).
Pero la búsqueda artística de Battiato no conocía límites: compuso óperas como «Genesi» (1987), en sánscrito, persa o griego, y «Gilgamesh» (1992), rodó películas como «Perdutoamor» (2003) y pintó cuadros bajo el pseudónimo de Süphan Barzani.
Su último disco, una revisión de sus clásicos y un inédito con la Royal Philharmonic Orchestra de Londres, salió en 2019 y lleva por título «Torneremo ancora» (Regresaremos de nuevo), una promesa que no ha cumplido, o sí, pues sin duda este fraile de la Modernidad nunca se irá del todo.
Precisamente este anhelo, el de trascender, ya consta en una de las canciones de su primer disco, «Fetus» (1972), en la que declaraba el deseo de viajar «más rápido que la luz alrededor del sol, como máquinas del tiempo y contra un tiempo que no quiere».