Por Rafael Cañas
Agencia EFE
Mont Saint-Michel (Francia) – La abadía de Mont Saint-Michel, uno de los lugares más famosos del mundo, cumple mil años tras haber superado importantes problemas ambientales y mientras se esfuerza por revertir el turismo masivo que pasa allí tan solo unas pocas horas.
Aupada sobre un islote rocoso a pocos centenares de metros de la costa de Normandía (noroeste de Francia, en una bahía donde las mareas bajas permiten el acceso a pie, la abadía comenzó a construirse en 1023 y se convirtió en un importante lugar de peregrinación religiosa.
Sin embargo, el turismo masivo y la excesiva comercialización son una amenaza para la esencia del lugar. En 2022, este peñón de apenas siete hectáreas fue el séptimo lugar más visitado de Francia, con 2,9 millones de turistas, y el primero fuera de la región París.
La explosión del turismo comenzó muy pronto, con la construcción en 1879 de un dique con una carretera y un tranvía para franquear las aguas y las arenas, a veces movedizas y peligrosas, de las mareas bajas.
Sin embargo el dique, al que se le añadió un gran aparcamiento, modificó la circulación del agua en la bahía, por lo que la arena y el fango comenzaron a acumularse de forma amenazadora en torno a la roca, que ya no era un islote.
Y tras varios años de estudios y pruebas en maquetas, en 2005 comenzaron unas obras que duraron 10 años para eliminar el dique y el aparcamiento, sustituidos por una plataforma peatonal sobre pilotes, bajo la cual pasa el agua y sobre la que también circulan autobuses lanzadera eléctricos.
«Para retirar el exceso de arena había que crear un efecto de corriente de agua. Esa es la razón por la que se diseñó y construyó la actual pasarela, que da resultados totalmente satisfactorios», explica a EFE Jean-François Le Grand, quien coordinó el proyecto desde su puesto de presidente del Departamento de La Mancha y senador regional.
Como resultado, «a día de hoy, el Monte vuelve varias veces al año a su estado de insularidad», destaca con satisfacción. Eso ocurre con las «grandes mareas», que pueden hacer subir el nivel del agua hasta quince metros.
En cuanto al turismo masivo, Le Grand apunta al problema de que menos de la mitad de los visitantes (1,2 millones sobre 2,9) visitan la abadía, y se conforman con recorrer las estrechas callejuelas y pasadizos de aire medieval, sin afrontar la subida a la cima, a pesar de que se pierden vistas espectaculares y un monumento de primer nivel.
La eliminación del aparcamiento y la creación de los autobuses lanzadera «ha sido algo beneficioso», añade Le Grand, aunque lamenta que prácticamente todos los habitantes oficiales del diminuto municipio, unas pocas decenas, viven del comercio y la restauración.
«La vida del pueblo es esencialmente económica, porque los comerciantes viven del turismo. Lo esencial del Mont Saint-Michel, que es un lugar religioso, se ha olvidado», incide.
«Queremos que el turismo de masas sea una cosa del pasado», afirma a EFE David Nicolas, alcalde de la vecina ciudad de Avranches, la más importante de la mancomunidad de municipios, formada por 95 localidades.
Nicolas, que es historiador, recuerda cómo antes llegaban oleadas de gente en autobuses al pie del monte, lo visitaban unas pocas horas y se marchaban.
Pero en los últimos 20 años se ha recuperado la noción del «turismo lento», con una red de albergues rurales y rutas y caminos para caminar o ir en bicicleta. «Se busca más calidad que cantidad», recalca, con visitas de varios días por toda la bahía.
La gestión del islote es complicada, subraya Nicolas, también presidente de la intercomunal, que se ocupa de cuestiones complejas como la traída de aguas y la evacuación y el tratamiento de las aguas residuales (todo ello a través de tuberías no visibles), o la mejora de los transportes públicos para reducir el uso del automóvil.
El islote, llamado antiguamente Monte Tumba, tuvo una capilla desde 709, según la leyenda, por la aparición del arcángel San Miguel pidiendo su construcción y fue posteriormente convertida en pequeña iglesia.
Pero en 1023 el duque Roberto II de Normandía ordenó a Hildebert, obispo de Avranches, construir un monasterio que, por su especial situación y a su vinculación a San Miguel, se convirtió en un importante centro de peregrinos procedentes de Francia e Inglaterra sobre todo, pero también como etapa para los que iban a Santiago de Compostela.
«Tenemos una conexión entre el camino del Mont Saint-Michel y el Camino de Santiago, pasando por la costa atlántica. El sistema de peregrinaje ha sido totalmente restaurado», destaca Le Grand, incluso si en la parte francesa todavía no es tan popular como en la española.
Exposiciones, conferencias, seminarios y espectáculos artísticos van a marcar durante todo el verano el milenario, que también contará mañana, lunes, con una visita del presidente francés, Emmanuel Macron.