«Queremos turistas que admiren la naturaleza y con los que podamos compartir algo de educación biológica para crear pertenencia al territorio»
Por Eva García González
Villamaría (Colombia) (EFE) – Jaime, su esposa Yamile y sus dos hijos comenzaron hace seis años el ‘glamping’ Nido del Cóndor en lo alto de una meseta de los Andes Occidentales, un remoto enclave que algún día estuvo destinado a la ganadería y que ahora apuesta por un turismo sostenible para «retornar a la naturaleza lo que ella nos ha dado».
Para acceder al Nido del Cóndor solo hay una forma, además de a pie: un teleférico que une la meseta aledaña con la del hotel. Ocho minutos de recorrido entre ladera y ladera que conectan -o desconectan- este pequeño reducto humano en medio de la naturaleza con la irregular carretera que une las fincas campesinas del municipio de Villamaría.
La inmensidad de los alrededores y el imponente volcán Nevado del Ruiz hacen pequeñas las 12 hectáreas de la meseta en la que están las distintas cabañas de tela que componen el complejo, ubicado a 2,660 metros de altura.
Los empleados pasean y conversan con los turistas, amantes de la naturaleza que visitan este lugar con esperanzas de ver volar a la pareja de cóndores, el ave emblemática de Colombia, cuyo nido reside en la ladera de la montaña en la que se encuentran las instalaciones.
«No queremos verlo como un negocio, sino como un proyecto familiar con el que queremos devolverle al territorio sus elementos a partir de los principios que hemos aprendido como seres vivos y arquitectos», explica a EFE Jaime, que vive en la construcción principal del hotel.
Proyecto de vida
En 2017 el matrimonio de arquitectos estaba inmerso en la reforma de una de las facultades de la Universidad Nacional y «le surgió la oportunidad de comprar la parcela», explica el dueño, algo que no pensó demasiado. Tomó la decisión de comenzar este proyecto de «restauración del territorio», previamente destinado al ganado.
«Sacamos la ganadería y comenzamos a repoblar la meseta de vegetación autóctona, de árboles de aguacate y de una huerta con plantas medicinales y verduras», agrega el arquitecto, que contó con ayudas de empresas y organizaciones para arrancar su proyecto.
Jaime resalta la sostenibilidad del proyecto: «lo conseguimos bajo la sostenibilidad física, biológica y social, porque nos hemos aliado con algunos de los campesinos para que ellos se beneficien también del proyecto».
Desde lo alto de la meseta se puede observar a los campesinos ordeñando la leche que se sirve en el desayuno y con la que se elaboran los quesos caseros y, más lejos, la finca que suministra el café que el hotel comercializa y que también pertenece a la familia.
Andrés, el cocinero, explica a EFE que la mayoría de ingredientes vegetales son de su propia cosecha o de los campesinos de fincas aledañas, y que hasta el arequipe (dulce de leche) lo elaboran ellos.
«Estamos buscando sustituir todos los ingredientes por alimentos orgánicos. Hemos prescindido de la carne de res y solo servimos aves y cerdo, pero la idea es sacar la carne del menú», agrega, y apunta que con la basura orgánica elaboran compost que posteriormente emplean como abono para la huerta y el jardín.
Educación ambiental
La mayoría de los empleados son originales de Manizales -la ciudad más cercana-, como Jaime y su familia, o del entorno de Villamaría, lo que pretende «impactar en la sociedad» dando oportunidades laborales a los vecinos, tanto a los que trabajan en las instalaciones como a los campesinos a los que les compran los productos frescos.
Luis David, biólogo y guía, acompaña a los turistas en las experiencias naturales que se ofrecen, como caminatas por las fincas aledañas, a pie o a caballo, excursiones a cascadas, expediciones de cavernas o talleres sobre aves e insectos polinizadores, todo bajo la premisa de «educar» sobre la naturaleza y la sostenibilidad.
El biólogo habla con detenimiento de todas las plantas, frutos o insectos, sin dejar una sola pregunta sin responder, y «habla» con los pájaros, que le contestan al segundo.
«Queremos turistas que admiren la naturaleza y con los que podamos compartir algo de educación biológica para crear pertenencia al territorio», agrega Jaime, que «sueña» con consolidar el proyecto como un centro de interpretación ambiental y, ante todo, un turismo sostenible que «devuelva a la naturaleza lo que ella nos ha dado».