Jerusalén, 14 de febrero de 2022 (EFE) – El restaurante de tacos de Luis Cruz, mexicano convertido al judaísmo que echó raíces en Israel, es un pellizco de Latinoamérica entre los aficionados a la comida mexicana en Jerusalén, pero también un exponente de la creciente presencia de judíos latinoamericanos en el país, al que cada vez emigran más.
Entre quesadillas, tequila o salsa picante, el español con acentos muy variados es a menudo el idioma más escuchado en el local de Cruz, siempre concurrido y en el centro de la Ciudad Santa, donde los camareros y cocineros son casi todos israelíes latinoamericanos.
El número de judíos que se instala en Israel –un proceso conocido como Aliyá– ha descendido en estos dos años de pandemia, pero la cifra de latinoamericanos va en claro aumento, en especial por las dificultades que ha generado el virus en sus países.
Pese a que las comunidades de judíos en la Región son más bien pequeñas en relación a otros países, la tendencia es clara: unos 2,330 emigraron a Israel el año pasado, más que los 1.750 de 2020 y también mayor que en años previos al COVID-19, según datos de la Agencia Judía que recabó Efe.
Los recién llegados de Argentina batieron el récord desde 2003, con 900 personas en 2021, un incremento del 55% respecto a 2020.
El porcentaje de aumento fue igual para los mexicanos, con casi 300 inmigrantes, mientras que 550 brasileños se instalaron en el país, un 72% más que el año anterior, destaca la Agencia Judía.
El creciente descontento por Gobiernos latinoamericanos de todo color político, largos confinamientos, el grave impacto sanitario o los achaques económicos agravados por la pandemia son elementos clave para este «auge migratorio» en Israel, señala a Efe Shmuel Kornblit, argentino-israelí y fundador de Masuah, una entidad de voluntarios que apoya a inmigrantes de habla hispana y portuguesa.
El país registra cifras de latinoamericanos «que no se veían» desde inicios de los 2000, con la crisis en Argentina, concreta.
Parte de las razones para emigrar son religiosas, de identidad cultural o por convicción sionista, pero muchos buscan sobre todo seguridad, empleos más óptimos y perspectivas de vida mejores.
Así lo indica a Efe Nicolás Grinberg, argentino de 33 años, que asegura que «el coronavirus fue el desencadenante» final que llevó a él y su pareja a instalarse en el Estado judío en marzo de 2021.
Según Kornblit, los nuevos inmigrantes son más bien jóvenes, muchos de ellos con estudios superiores y cierto bagaje profesional.
Este es el caso de Grinberg, que hizo una rápida adaptación tras ser alojado inicialmente en instalaciones estatales y realizar un curso intensivo de hebreo de cinco meses sufragado por el Estado.
Ahora vive en Tel Aviv, trabaja en una empresa de ciberseguridad y prevé su futuro en Israel, donde busca «una mejor calidad de vida».
«Quería salir tranquilo a la calle, estar seguro, formar una familia y no tener miedo», dice Grinberg, que cree haber encontrado esta garantía de estabilidad en el Estado judío.
El país está marcado por el conflicto con los palestinos desde su creación en 1948, pero actualmente, más allá de escaladas bélicas puntuales como la de Gaza del pasado mayo, esta cuestión es cada vez más imperceptible para muchos que viven en urbes como Tel Aviv.
En el atractivo de muchos para migrar a Israel, la buena salud de la economía también influye: «Tal vez es el mejor momento económico en la historia del país», opina Kornblit, que destaca la gran cantidad de empresas emergentes que se han creado en los últimos años.
Son compañías, como en innovación o las nuevas tecnologías, las que «hacen que mucha gente tenga la imagen de que Israel es un país donde hay mucha prosperidad», añade.
Ante ello, muchas personas de ascendencia judía, con padre o madre o un abuelo judíos, pueden usar el llamado derecho al retorno y obtener ciudadanía; una ley que no se aplica a los refugiados palestinos con origen en el país ni a sus descendientes.
Parte de los nuevos inmigrantes, sobre todo los más jóvenes, ven también como su integración en Israel se profundiza con el servicio militar obligatorio (dos años para mujeres y casi tres por hombres).
Este es el caso de Michael Vital, mexicano tocado con una kipá (solideo judío) de 23 años, que emigró tras cumplir los 18.
Después de pasar por el Ejército, conecta de nuevo con sus raíces mexicanas trabajando en la cocina de «Tacos Luis», pero no tiene previsto volver a su país: «Me quedaré en Israel», dice, donde tiene a sus hermanos mientras espera que también emigren sus padres.