Por Wilda Rodríguez
Periodista
Cuando se está acostumbrado a perder, ni se piensa que se puede ganar. Se bloquea la idea. La mente le juega a uno esas trampas. Cómo salir de ellas es el problema.
Hay muchos liberales y de izquierda que no apuestan nada a la Alianza. Muchos hasta han decidido no ir a votar. No se sienten convocados, mucho menos reclutados. Sin embargo, la oportunidad es real por primera vez y, si la dejan pasar, no se va a repetir. Los números no mienten si se calculan bien. Se puede identificar un crecimiento en la inconformidad. Y hay que usarlo.
No vale el encono de los soberanistas que están esperando una disculpa de la izquierda en el intercambio de agravios que se ha infligido mutuamente. Están esperando una invitación impresa para el baile. Negarle un voto al país no es la respuesta a esa molestia.
Tampoco vale el menosprecio de la izquierda dura a quienes consideran blandos y desconfiables. Mejor apuesta a que se caiga todo, como un gran escarmiento, para que la consideren alternativa. ¿Es eso amor al país?
Mucho menos vale el antipipiolismo que arrastra, a veces con razón, un resentimiento a lo que consideraron una élite ostentosa. ¿No se dan cuenta de que muchos de los responsables de esa fama ya ni cuentan? Este es otro partido.
Mientras tanto, la derecha neoliberal y fascista se regodea en el triunfo que considera seguro. Está convencida de que “esa gente” no cree en ella misma y no va a sumar.
La pregunta es si le van a dar esa satisfacción al Partido Nuevo Progresista. Si no van a hacer nada por evitar que Jennifer González sea la próxima gobernadora de la colonia.
Siempre me he opuesto abiertamente al capitalismo salvaje y su distancia mínima del fascismo más abyecto. Como periodista me he sentido responsable de desenmascarar cualquier sombra de fascismo. Decir la verdad sin medias tintas es mi trabajo. La verdad es que no ha habido un partido más cercano al totalitarismo que el PNP. Ahora, para colmo, está capitaneado por su facción republicana; o sea, la facción que se adhiere a Donald Trump.
Eso pone al elector puertorriqueño en una disyuntiva histórica: trata de atajarlo o le da paso al colmo.
Tratar de explicar la adhesión de un puertorriqueño a la ideología y la política de Donald Trump es bien difícil. Tratar de explicar que un partido de puertorriqueños, aunque sea un partido colonial, se adhiera a la ideología y la política racista, misógina, regresiva y represiva de un convicto de agresión sexual es un ejercicio en perversidad. Mucho más cuando ese partido lo dirige una mujer.
Ese partido controla las tres ramas del gobierno, los grandes medios de comunicación, la venta de tierra y sus recursos y los métodos de represión. ¿Qué le falta? Refrendar el totalitarismo para seguir sirviéndose de las ventajas del control, saqueándonos impunemente.
Yendo a lo más sencillo, Puerto Rico afronta el momento más complicado en la prestación de servicios a sus ciudadanos. El de energía eléctrica es el más alarmante. El gobierno prende y apaga con un botón la vulnerabilidad del país. No sabemos cuántos han muerto a consecuencia de este caos.
Mantener adrede ese estado de ansiedad e indefensión de un pueblo como constante no es normal en ningún lugar del mundo. Jennifer González ha cogido de pendejos hasta a los suyos en este tema particular. Jugó con la promesa de cancelar el contrato a la compañía privatizadora Luma para asegurarse la nominación de su partido, para tras las primarias revertir su compromiso sin remordimientos. ¿Por qué lo hace? Porque puede.
Entonces habría que preguntarse si no es sencillamente racional unirse para derrotar al PNP. Dejar a un lado los complejos de impotencia y los recelos personales para detener esta debacle.
Esta semana, una joven pianista resentía en las redes que “el país está en cantos”. ¿No lo siente así la mayoría de los puertorriqueños? Claro que sí. Pues entonces hay que empezar a reconocer que somos la mayoría y comportarnos como tal.
Hay que reconocer que en todo el país no se habla de otra cosa que no sea de lo mal que estamos. Sin un sistema de energía funcional que ya pronto nos afectará el sistema de distribución de agua. Sin viviendas disponibles y asequibles. Sin garantía alguna de una buena atención médica a las enfermedades. Por el contrario, lo que tenemos garantizadas son las enfermedades. Con escasez de productos y de calidad dudosa para la familia promedio.
Con una clase trabajadora que apenas sobrevive y se pregunta de dónde sale el dinero para tanta diversión cara, tanto carro caro, tantos viajes caros. Con una promesa educativa quebrada. Con una población vieja, enferma y sola.
Pregúntese dónde quiere ver al país de aquí a veinte años y qué habría que hacer para lograrlo. Un cambio. Empezando por uno. No vamos a cumplir con todas las agendas. Pero saber que se puede es poder.
La diferencia puede estar en las manos de la mayoría el 5 de noviembre. Sí, la mayoría. Acostúmbrese a la idea de que los chavaos somos más.
Ni siquiera estaremos insinuando una preferencia de estatus con este voto. Solo inconformidad.
¿No estaremos votando por lo que usted consideraría ideal? Por supuesto que no. No estaremos votando a favor de todo lo que queremos. Estaremos votando en contra de lo que nos impide aspirar a otra cosa.
Habrá que aprender que somos mayoría y actuar como ella.