Guasca (Colombia), 12 jun (EFE) – A solo 80 kilómetros de Bogotá un santuario de osos de anteojos recupera animales que fueron explotados por el hombre y los mantiene en un ecosistema andino que brinda agua a 10 millones de colombianos, una misión amenazada por la reducción de recursos causada por la pandemia de coronavirus.
En un bosque de niebla regado por riachuelos y bordeando el Parque Nacional Natural Chingaza, cerca de la localidad de Guasca, nueve osos de anteojos (Tremarctos ornatus), especie también llamada oso andino, son rehabilitados en este santuario al que llegaron de diferentes partes de Colombia luego de ser rescatados de circos y otros ambientes urbanos.
En total son 54.9 hectáreas las que tiene el Santuario del Oso de Anteojos, mantenido por una fundación del mismo nombre, al que se llega por una carretera sin asfaltar y en mal estado.
«Es una iniciativa privada para el cuidado y conservación del oso de anteojos, que es una especie en estado crítico, amenazada y en peligro de extinción en nuestro país. Es una especie que es demasiado importante para la conservación y el mantenimiento de los ecosistemas alto andinos», cuenta a Efe el director del santuario, el veterinario Orlando Feliciano.
Para cumplir su tarea, Feliciano trabaja con tres personas más: otro veterinario y dos técnicos, «que son los encargados permanentes de alimentar día a día a los osos» y de velar por su bienestar.
«Esas tres personas llevan todo el tiempo de la cuarentena en la reserva y yo estoy un poco más flotante, porque alguien tiene que ir por el alimento, conseguir y recaudar los recursos, hacer toda esa parte logística para que el santuario no detenga sus acciones», explica.
EL ROSTRO DEL SANTUARIO
Con sus garras amputadas y una visión limitada por los golpes de los que fue víctima hace más de una década, la osa Bambi es el rostro del santuario y de la conservación de esta especie en Colombia.
A diferencia de otros animales de su especie que una vez recuperados son liberados de nuevo en su hábitat, Bambi no puede volver a la vida salvaje porque no tiene las «capacidades para sobrevivir».
«Fue rescatada por nosotros hace más de una década de un circo ecuatoriano que deambulaba por todo el país, a pesar de que estaba prohibido exhibir animales silvestres. Bambi es una osa que ha sufrido por la acción del hombre, un animal al que le amputaron las garras y está casi ciego», afirma el veterinario.
Su vida transcurre en una enorme jaula a la que está ya habituada y que se encuentra en medio del bosque a donde todos los días le llevan 15 kilos de alimento y, pese a los maltratos que recibió en el pasado, tiene buen estado de salud a sus 25 años de edad.
Si sale a la vida silvestre no podría buscar alimento y trepar árboles, ni defenderse de los depredadores ocasionales, explica Feliciano.
APURO FINANCIERO
Mantener la reserva cuesta aproximadamente 25 millones de pesos mensuales (unos $6,800) que provienen en su mayoría de donantes como el parque temático Jaime Duque, ubicado en las afueras de Bogotá y cerrado desde mediados de marzo por la cuarentena decretada por el Gobierno para mitigar el coronavirus.
«Durante esta época de pandemia hemos tenido que acudir a la solidaridad de la comunidad en general y en el santuario creamos una estrategia para recaudar dinero a través de donaciones: las personas pueden visitar nuestra página o el Instagram de la fundación», asegura Feliciano.
El ambientalista, que desde hace más de tres décadas protege especies en peligro de extinción de la cordillera de los Andes, también hace un llamamiento a las autoridades para que dejen la «indiferencia institucional», una de las amenazas a las que se enfrentan como protectores del ecosistema.
«Parte de esta tarea que hacemos debería estar a cargo de esas entidades del Estado. Sin embargo estamos muy solos en el trabajo, básicamente dependemos de la voluntad de las empresas privadas, de los recursos que como fundación generamos y de los aportes que nos pueda hacer la comunidad», advierte.
Su tarea es fundamental porque están en la zona del páramo de Chingaza, un refugio de fauna y flora de los Andes que además provee de agua a millones de habitantes de Bogotá y parte de los departamentos de Cundinamarca y Meta.
DIFICULTADES PARA ALIMENTAR A LOS OSOS
La parte financiera no es la única dificultad que deben sortear para alimentar a los osos sino también la logística, porque el mercado mayorista de Corabastos, donde Feliciano compra frutas y verduras para los animales, funciona a medias debido a la aparición de un brote de COVID-19 que las autoridades tratan de contener.
«Nos hemos visto muy afectados en la disponibilidad de la comida y hemos tenido que acudir a mercados más pequeños, alejarnos, ir a otros lugares donde hay disponibilidad de fruta», una tarea que se complica por las restricciones de movilidad por la cuarentena, lamenta el veterinario.
Pese a ello, Feliciano se mantiene firme con su misión de preservar a esta especie andina y de ayudar a Bambi, «emblema de la conservación de los osos en el país».
«Es nuestro motor para seguir haciendo esta tarea a pesar de todas las dificultades que se presentan», concluye.