Reflexiones sobre la identidad y el rol del periodismo en la era de los influencers y los medios tradicionales
Por Wilda Rodríguez
Aprovecho la Semana de la Prensa para abordar un tema que está caliente. Se ha desatado de nuevo una polémica sobre quién es y quién no es periodista. Fíjense cuán personal. La polémica no es sobre qué es y qué no es periodismo, es sobre el mensajero. Por eso es una pérdida de tiempo, además de ser un favor al poder político de turno.
Para un sector de la industria de las comunicaciones, yo no soy periodista. No me gradué de una escuela de periodismo acreditada como Luis Muñoz Marín, quien se graduó en la Universidad de Columbia en Nueva York. En el mejor de los casos, soy una periodista «sata».
Desde esa perspectiva, siempre me he resistido a clasificar a los que divulgan información. Hoy la pelea es contra los performeros y los influencers; mañana, presumo será contra la inteligencia artificial. Lo que sí sé es que la polémica no va a llegar a ningún lado.
Recuerdo una pelea que di hace muchos años contra comediantes de la sátira que eran y son mis hermanos y colegas en ese género. No contra su intención de llamarse periodistas, que nunca lo hicieron, aunque algunos podían y alguno lo era. Pero sí contra intervenir en conferencias de prensa como artistas. No creo que una conferencia de prensa del gobierno sobre la pobreza, la vivienda o la represión sea el lugar para buscar líneas para un libreto de comedia. Tampoco para competir por el espacio con reporteros que a duras penas eran atendidos por el conferenciante.
Aquello pasó, como pasó la pelea para que reconocieran a Claridad como prensa. Celebramos haber ganado ambas en ese momento para ver ahora que no. Los performeros ahora tienen comunicadores graduados como empleados que validan su trabajo, y Claridad sigue siendo sospechoso de propaganda de izquierda. Como si El Nuevo Día no hiciera propaganda de derecha. Con mucho más disimulo, pero ideológicamente igual de claro, con mucho más dinero y más certero.
Lo que dejamos fuera de la ecuación es el pueblo y es la ignorancia. Es el pueblo al que le corresponde validar de quién recibe información confiable y es la ignorancia lo que impide que un sector del pueblo lo haga.
Puerto Rico no tiene un periodismo inferior al de otros países donde se da la misma polémica entre el periodismo legítimo y el apócrifo. Aquí se hace buen periodismo y se hacen muchas otras cosas que pasan por periodismo.
Hay países donde el periodismo ha estado colegiado como los médicos y los abogados, con toga, birrete y una licencia que los acredita y prohíbe que cualquier manganzón/a reclame ser periodista profesional. Eso no ha impedido el periodismo fraudulento y que la gente lo consuma y se lo crea.
Periodista es cualquiera si nos atenemos a la definición de aquel que busca y divulga información. El problema está en lo que es periodismo y en la capacidad y la intención de quien lo ejerce. A esa definición también le falta que lo que se busca es la verdad para divulgar con honestidad. Si usted parte de ahí, tiene todo el derecho a calificarnos, pero sepa que no tiene derecho a imponer su opinión. Ese es un ejercicio entre el divulgador de información y el que la recibe.
Hay performeros e influencers que no van a ser nunca aceptables para ninguna definición de periodista por más boba que sea. Son unas caricaturas maquinadoras, conspiradoras y chanchulleras que se venden como personajes de feria. Pero también hay performeros e influencers que tratan de hacer un trabajo de comunicación entretenido pero veraz y hasta establecen empresas donde dan trabajo a comunicadores bona fide.
Hay periodistas que han sido facultados para ejercer el oficio y que lo hacen bien. Hay los que son sencillamente mediocres. Hay los que son malos como paja. Hay los que se venden y los que no se venden porque no tienen precio.
Eso es lo más que puedo concluir en la polémica a la altura del 2024.
Más me preocupa a mí el desapego entre los periodistas que quedan. La semana pasada, GFR Media despidió a veinte de los nuestros. ¿A dónde se reunieron todos para abrazarse y darse ánimo? ¿Hasta dónde llegamos para unirnos a ese abrazo los que nos solidarizamos desde las redes? A ningún sitio porque eso no se dio.
Eso es lo que me preocupa y creo que nos hace falta a los que nos creemos los verdaderos portadores de la bandera del periodismo puertorriqueño. El individualismo neoliberal nos ha alcanzado. La agremiación es un término del pasado, obsoleto, viejo. Pero fue lo que nos mantuvo unidos, felices y combativos por mucho tiempo.
Cuando digo agremiación, no me refiero a uniones, fraternidades, colegios ni asociaciones particulares; me refiero a la capacidad de congregarnos para apoyarnos y querernos como iguales. Hay claques, si las hay. Pero las claques son individualismo en combo agrandado, son grupitos de afines.
Agremiación es juntarnos más allá de celebrar la Semana de la Prensa. Es escoger lugares para frecuentar donde sabemos que siempre nos encontraremos con un compañero o compañera para darnos una cerveza y discutir el día. Es saber cuándo hay que citarnos para desahogarnos, discutir un tema en el que debemos estar en la misma página, o para planificar una acción que nos beneficie a todos. Es llamarnos y compartir información sin sospechar robo de exclusivas. Es confirmarnos día a día como compañeros.
A los que me han preguntado qué nos pasó y qué podemos hacer para recuperarnos como los mosqueteros que hemos sabido ser, esa es la respuesta.
Quiero añadir un par de cosas.
El periodismo es político. El periodismo busca la verdad para que quienes reciben el trabajo formen opiniones sobre las soluciones a los problemas suyos y de su país. En esa tarea debería entrar mucho conocimiento y mucha ideología. Negarlo es mentir. Nos peleamos por ser los mejores portadores de las soluciones de nuestro pueblo. Eso requiere un compromiso con el derecho a la información, pero sobre todo con la verdad.
El periodismo es una lucha contra el poder que no esté en manos del pueblo. Somos un deber con la memoria, el prohibido olvidar mentado.
El periodismo es un estado de consciencia con una valoración ética que tiene una vara bien alta. No siempre la alcanzamos. Pero hoy quiero darle las gracias a los que tratan.
Felicidades en la Semana de la Prensa.