Por Wilda Rodríguez
Periodista
San Juan, Puerto Rico – En política, las victorias no se explican. Se celebran. Los primeros análisis siempre son intuitivos y no es hasta muchos años después que los historiadores los ponen en perspectiva. De momento todas las teorías son buenas y compiten entre sí para ser la primera razón. ¿Para qué?, si ya no valen las razones. Alguien ganó y está celebrando.
Las derrotas, por otro lado, no se perdonan. Son violentas y despiadadas las reacciones que provocan. Es ridículo tanto reclamo de conocimiento previo. De momento todo estaba escrito en la pared. Ujú.
Es que a nadie le gusta equivocarse. Mucho menos reconocerlo. Porque equivocarse duele, literalmente. En particular cuando la equivocación es importante para su trabajo o su vida. Hay un proceso neurológico envuelto, según los que saben de eso, y se siente como dolor. La diferencia está entre los que saben manejar ese dolorcito y los que no; y en lo grande que puede ser, por supuesto.
Del 1 al 10, ¿cuán grande fue el dolor que sintieron ustedes si se equivocaron al pronosticar el resultado de las primarias del domingo pasado?
A mi por ejemplo, me dolió nivel 1 porque no tenía nada en juego. Lo único que me molestó fue que no le di más importancia a algo que había advertido yo misma desde antes de que Jenniffer González anunciara su candidatura. Más me dolió equivocarme con la victoria de Donald Trump en el 2016, que fue como un nivel 3. Más susto que otra cosa. Pero dolió.
Lo que sí hice inmediatamente el domingo fue tratar de definir qué aprendí. Aprendí (aunque ya teóricamente lo sabía) que llega un momento en que los precedentes no aplican y se sientan nuevos precedentes. Eso lo hace la gente y no es predecible. Cuando Rosa Parks decidió sentarse al frente en la guagua y se le cayó la quijada hasta al chofer, sentó un precedente que no había.
Tardaremos un poco, sin embargo, en definir la naturaleza del precedente que se sentó en las primarias del domingo; porque el éxito no es un premio, es un recurso. Va a depender muchísimo en cómo maneje Jennifer González su éxito.
Recuerden que no fuimos a elecciones; el bipartidismo fue a primarias internas de sus dos partidos. De los 1.9 millones que la Comisión Estatal de Elecciones decretó como electores hábiles solo fue a votar menos de una cuarta parte. La campaña eleccionaria realmente empieza ahora.
Aunque se reclame lo contrario, las negociaciones dentro del Partido Nuevo Progresista (PNP) están en todo su apogeo. No es lo mismo ganarle la primaria a la maquinaria del partido, la estructura electoral controlada por el partido y los inversionistas del partido, que embolsarse el partido. En estos momentos Jenniffer tiene que estar haciendo acuerdos y ajustes con los dueños del circo. No crean que el capital cede fácilmente sus activos. Los inversionistas no fueron a primarias.
Fue Pedro Pierluisi y perdió. Por el papelón nada más ya le darán un premio de consolación, pero ahora hay que bregar con Jennifer González y evitar que joda el negocio. Cuánto cederá Jenniffer para llegar con un partido bien montado y opulento a las elecciones del 5 de noviembre está por verse.
Hasta ahora, Jennifer lo que tiene a su haber es un 8% del electorado (159,527 votos) aunque le haya ganado a Pierluisi por poco más de la mitad (54%) de la mitad – la mitad de la mitad – de los electores de su partido. Tiene necesariamente que estar negociando para ir con un partido robusto a las elecciones de noviembre. Porque lo que tiene ahora no le da.
Hay que admitir, sin embargo, que Jenniffer sentó un precedente el domingo pasado que muchos veíamos bien difícil.
Tengo que dársela al equipo de Jenniffer González en renovación de imagen. La campaña personal contra su candidata fue brutal. La oposición a JGO la quiso presentar como una lesbiana de closet, gorda y vulgar. La que ganó fue una gordita ‘tomboy’ sin pelos en la lengua que gusta de chillar gomas. Que conste, no defiendo a Jenniffer González como candidata a jefe del Gobierno de Puerto Rico. Ella y Pierluisi son una desgracia igual para el País.
Pero la gordofobia, la homofobia y la lucha de clases jugaron pelota dura (de la de verdad) en las primarias del PNP. El partido se olvidó que Jennifer cuenta con el sector más pobre y menos educado de esa colectividad, y esos son los más. Los más vulnerables al abuso de LUMA y la burla de la clase privilegiada que representa Pierluisi.
Por eso les decía al principio que me había molestado conmigo misma por no haber puesto más peso en algo que yo misma advertí.
Dos semanas antes de la convención del PNP, cuando Jennifer Gonzalez todavía no se lanzaba como pre candidata a la gobernación (La convención fue en agosto del 2023 y ella no oficializó como “candidata de los humildes” hasta diciembre del 2023), dije lo siguiente en mi comentario radial por WPAB 550:
“Jenniffer González tiene un gran escollo en su camino: no es del Boys Club. Es mujer y no es marista ni ignaciana. No es de la élite política, mucho menos de la económica. No se crió escuchando de las inversiones y las acciones de su papá. Es una muchacha de urbanización (nada de malo, yo también lo soy) que aspira a repartir el bizcocho a los chicos del Boys Club.
Podrá llegar a ser la candidata, pero no tendrá consigo a la élite política porque no tiene lo que esa élite considera “clase” para llegar a La Fortaleza. Eso no lo perdonan los blanquitos aunque sean trigueñitos. Pregúntenle a Tomás Rivera Schatz que no ha podido superar el rechazo aún siendo uno de los políticos más eficientes de su partido. Pregúntenle a Wanda Vázquez a quien siempre la han tratado como una advenediza.
Por otro lado, la claque beligerante de Jenniffer no va a a salir a votar por Pierluisi ni aunque los guinden por los pulgares. Esa gente es como ella, habla alto y pisa fuerte. No son delicados. Se van a encabritar si su candidata no recibe el respaldo de la élite. Esto se llama lucha de clases”.
Debí hacerme caso a misma, ¿no? pero me fui por el razonamiento de dinero $$$, + maquinaria + estructura electoral.
No me pregunte qué saldrá de la negociación de Jenniffer con la élite del PNP. No lo sé. Solo sé que “no está fácil”.