Por Sandra D. Rodríguez Cotto
A palos para que no protesten. Les caen encima a macanazo limpio a los alborotadores que montan casetas de campaña, los halan y tiran, y después los arrestan. Esta es la escena que hemos visto día tras día por más de una semana en todos los medios, pero no es en Puerto Rico.
Ya no son los ‘pelús’ independentistas, ni los estudiantes de la UPR, ni los sindicatos, ni los ambientalistas. Ni siquiera es el Campamento Carey con Eliezer Molina.
No, señor. Son los «americanos», en su inmensa mayoría blancos y ricos, y esto sucede en los Estados Unidos.
La escena, irónicamente, no podría ser menos «americana». Se trata del derecho garantizado por la Constitución a la protesta, y es la noticia que ha captado la atención mediática con un tema que agita tanto a demócratas como a republicanos por igual en pleno año electoral.
Se refiere a la respuesta de la generación universitaria a la política estadounidense que financia, permite y apoya un genocidio, el de Gaza.
Pero también se trata de la sorpresa y la hipocresía. La hipocresía de Estados Unidos, que se jacta de ser la mayor democracia del mundo, siempre y cuando esa libertad no atente contra el ‘establishment’, en este caso, del poder sionista y americano.
Esta misma tendencia se observa aquí en Puerto Rico, donde se habla de libertad siempre y cuando no atente contra los intereses de quienes mantienen el control y el poder político.
Por eso lo más irónico de las protestas que vemos en los medios es que son los hijos de los ricos quienes protestan. Sí, los ricos blancos que son los que pueden pagar las altas tasas de matrícula de universidades Ivy League como Harvard o Columbia, y de ahí, después, para el resto.
Lo que ha estado pasando en más de 60 universidades en los Estados Unidos no solo es histórico, sino que trae demasiados mensajes importantes para un planeta entero que está en crisis, y para muchos, podría ser el borde de una guerra mundial.
Después de la pandemia, el mundo se ha enfrascado en una serie de problemas económicos y sociales intensos. Muchos han desembocado en guerras y muertes, como lo que pasa entre Ucrania y Rusia, o aquí cerca, en Haití. Pero es Palestina e Israel lo que ha movilizado a la gente.
La invasión de Hamás en octubre, que Israel supuestamente no vio venir, cosa rara dado los sistemas de inteligencia de ese país, provocó el peor de los escenarios para el pueblo ocupado de Palestina. El mundo entero ha sido testigo de la masacre de más de 35,000 palestinos, los bombardeos sobre hospitales, los niños ensangrentados, el hambre y la desolación.
Observado principalmente por TikTok y las redes, luego por las noticias y otros medios. Por eso esta nueva generación se ha movilizado, como lo hicieron los ‘hippies’ durante el conflicto en Vietnam.
“Alguien nos tiene que salvar a todos de la Tercera Guerra Mundial”, decía en un «stand-up» el comediante estadounidense Sammy Obeid.
Pero es irónico que esa “salvación” sea a costa de la represión contra los propios estudiantes. Donde peor se vio fue en Columbia, en Nueva York, en UCLA en California, y en la Universidad de Texas en Austin.
En Texas, donde el gobernador Greg Abbott estuvo bajo fuego porque la policía tardó más de una hora en intervenir en el tiroteo en la escuela en Uvalde donde murieron niños, no tardaron ni 15 minutos en ir a rajar cabezas y arrestar a estudiantes universitarios.
“Mierda, si tan solo hubieran actuado así con la policía cuando asesinaron a mi hijo”, comentó uno de los padres de Uvalde, Brian Cross en X (antes Twitter).
En UCLA, sionistas atacaron el campamento estudiantil con fuegos artificiales en medio de la noche, y después, junto con la policía, los rociaron con spray de oso, altamente irritante, obligando a los estudiantes a defenderse.
Pero por cada arresto, llegaban cinco o 10 adicionales a protestar. El alcalde de Nueva York, Eric Adams, dijo que arrestaron a gente que no eran universitarios. Y los congresistas, que no fueron bien recibidos en Columbia, volvieron a Washington a legislar. La retranca se vio en la aprobación bipartita en la Cámara federal del “Antisemitism Awareness Act” con el que convierten en ilegal cualquier crítica a los judíos.
Los estudiantes hacen un llamado al boicot, para que las autoridades universitarias dejen de invertir sus activos en empresas que benefician a Israel. Es el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), como forma de presión no violenta sobre Israel.
El BDS sostiene el principio elemental de que los palestinos tienen los mismos derechos que el resto de la humanidad. Fue la estrategia que se usó a principios del movimiento anti-apartheid en Sudáfrica.
La exigencia a Israel es simple: 1) Poner fin a la ocupación y colonización de todas las tierras árabes (Cisjordania, Jerusalén Este, Gaza y los Altos de Golán que están ocupadas por Israel) y desmantelar el Muro; 2) Reconocer el derecho fundamental a la plena igualdad de los ciudadanos árabes-palestinos de Israel, y 3) Respetar, proteger y promover los derechos de los refugiados palestinos a regresar a sus hogares y propiedades, tal y como fue estipulado en la Resolución 194 de la ONU.
¿Y por qué todo esto es importante para nosotros en Puerto Rico?
Sencillo. Porque hay demasiadas similitudes. La represión trae muerte y eso no se puede tolerar.
Lo que ha pasado en Estados Unidos nos demuestra una tendencia cada vez más autoritaria de los gobiernos a utilizar el aparato represivo contra quien exprese cualquier descontento.
Aquí lo vemos ahora contra los ambientalistas, y eso no se puede permitir en una democracia. Se supone que haya libertad de expresión. La criminalización de la protesta es peligrosa, sea en Texas, en California, en Nueva York, o aquí en Puerto Rico. Es cuestión de vida o muerte, literalmente.