Por Wilda Rodríguez
Periodista
La pregunta: ¿Cuántos electores están convencidos de que se necesita un cambio en la hoja de ruta del país y están dispuestos a votar por eso? ¿Alcanza ese número una masa crítica, la cantidad de electores necesarios para que se produzca un cambio desde las urnas el 5 de noviembre de 2024?
La respuesta: Según Damon Centola, el sociólogo americano perito en el tema de dinámicas del colectivo, eso va a depender de que las estrategias de los propulsores del cambio, que en este caso se llama Alianza, sean buenas para alcanzar y superar el número mágico del 25%, que se define como el promedio de una masa crítica que produzca cambio.
O sea, que la Alianza tiene que superar el 25% del voto en las elecciones del 5 de noviembre. Yo diría que tiene que aspirar al 30%. ¿Lo logrará? Difícil pero no imposible.
Basta recordar que en el verano de 2016 una masa crítica logró deponer al gobernante de la colonia. Para esa fecha, el periódico conservador por excelencia calculó en medio millón la gente que acudió a una marcha contra el individuo, contando solo a los que se tiraron a la calle. Para ese entonces, se medía la población de Puerto Rico en 3.2 millones, por lo que no fue extraño inferir que un 25% (800,000 habitantes) al menos conformaron la masa crítica que depuso al gobernante.
El actual gobierno ostenta un 33% del voto electoral del 2020. Tampoco es difícil inferir que el Partido Nuevo Progresista, que dominó la elección, puede haber perdido de un 5 a un 10% de su electorado en los últimos 4 años. Perdió un 8.5% del 2016 al 2020 cuando aún estaban en las papas.
Ahora no lo están. En peores circunstancias está el Partido Popular Democrático, que obtuvo menos del 32% del voto en el 2020 y prácticamente hay consenso en el país sobre una hemorragia electoral que le impide llegar con números cercanos a los del 2020 en el 2024.
Si el Proyecto Dignidad ha esquilmado las fuentes de electores del PNP y el PPD en un conservador 5% a cada uno, tendríamos a un PD alcanzando al menos un 15% del voto en el 2024. Eso nos deja un 85% del voto a dividirse al menos en tres partes para un 28.3% por cabeza, lo que quiere decir que cualquiera que supere eso se lleva la elección.
¿Lo logrará la Alianza? Si el electorado se convence de que sus necesidades ya no las satisface el status quo y hay que empezar a montar el país pieza por pieza, el cambio tiene más posibilidades de las que le reconocen los inmovilistas.
Nos han adoctrinado a menospreciar las minorías que al fin y al cabo son las que han movido la historia por encima de la minoría que controla. Se maneja como si nada la estadística de que el 1% de la población mundial, los más ricos, poseen tanto dinero como el 99% de la población mundial.
El 1% de los terrícolas controla el 45.2% de la riqueza del planeta y otros 7.4% controlan el 39.4%. En otras palabras, el 92%, que es la mayoría, depende de ellos.
Se concibe como un fenómeno lógico que las minorías totalitarias, como la minoría blanca que impuso el Apartheid en Sudáfrica y la minoría nazi que se impuso en Alemania y buena parte de Europa para fines de los años 30 del siglo pasado, existan y dominen.
Ha sido mucho más difícil difundir que también las minorías democráticas han tenido triunfos enormes en grandes revoluciones como la francesa y la de las 13 colonias estadounidenses. En ambas se sabe que los revolucionarios no alcanzaban ni el 3% de la población.
De ahí que se haya generalizado el dicho de: “Con un 2% se hace una revolución”.
En todos los casos, el triunfo de unos y otros consistió en convencer al mayor número posible de su posición, fuera ya que los alemanes eran una raza superior o que los ingleses eran unos imperialistas abusadores.
Estudios de este siglo (2018) dirigidos por el propio sociólogo Centola de la Universidad de Pennsylvania encontraron que el umbral medio de las minorías que quieren propiciar un cambio debe ser del 25%. Superar ese umbral capacitará, según la muestra, para persuadir al 72% al 100% del resto de la población para adoptar nuevas alternativas.
Todos sabemos que en la mayoría en nuestro país ha prevalecido el velar güira, lo que en otros países llaman mirar desde la valla, para tratar de adivinar quiénes tienen mejores posibilidades de triunfo e irse con la corriente en las elecciones y después esperar a la próxima para hacer lo mismo.
Tampoco es noticia que hay dos sectores electorales clave: el de jóvenes inconformes pero no convencidos del todo de integrarse a actuar sobre el futuro de su país, y el de viejos electores conservadores que prefieren el status quo porque para ellos es sinónimo de estabilidad (inmovilismo), pero envejecen y mueren irremediablemente.
Mucho menos es noticia que la mayoría de ambos sectores está convenciéndose, si no está convencida ya, de que la partidocracia ha decaído hasta lo peor de la corrupción, el clientelismo, la criminalidad organizada, el batatismo y padrinazgo laboral.
La respuesta a nuestra pregunta inicial queda pues sometida a las estrategias que se utilicen para bajar la gente de las vallas y llevarlas a las urnas. Apostar a que la mayoría de ellos apoye un cambio de manera decidida. Creo que esa posibilidad es real pero va a depender de que los que buscan el cambio se entreguen en cuerpo y alma a lograrlo sin dejarse seducir por entretenimientos y provocaciones.
Es momento de saber escoger las batallas y diseñar el arte para ganarlas. Es momento también de posponer las peleas viejas en las que siempre se van a tablas y tienen que empezar a pelear otra vez. Es momento de dejar la vieja pugna entre la abstención y el voto. Cada cuál haga lo suyo y permita a los demás hacer lo de ellos. El país se los va a agradecer.