Por Bruno Fortea Miras
Bruselas (EFE) – El enigmático universo del pintor belga René Magritte protagoniza por primera vez una exposición inmersiva que este fin de semana ha abierto sus puertas en Bruselas, en la cual tecnología y realidad virtual se ponen al servicio de este genio del surrealismo para crear una experiencia que sus organizadores pretenden exportar al resto del mundo.
Son los mismos que ya crearon hace unos años la exposición inmersiva del pintor neerlandés Vincent van Gogh, que atrajo a más de cinco millones de visitantes en el conjunto de países que visitó, y ahora aspiran a repetir esta exitosa hazaña con la figura de René Magritte.
«Vamos a ir a España, Italia, Reino Unido, Japón, Estados Unidos… Esperamos llevarla por todo el mundo, el ADN de esta exhibición es que pueda dar vueltas por todo el planeta», afirma el director artístico de la muestra, David Zylberberg, en una entrevista concedida a EFE durante una visita a la exposición.
De momento, la aventura arranca en Bruselas, la ciudad donde Magritte vivió la mayor parte de su vida y que este 2024 está celebrando el centenario del nacimiento del surrealismo, un movimiento, cuyo manifiesto fundacional fue en 1924, caracterizado por su desafío constante a la razón y a la lógica artística que dominaba hasta la fecha, y que tuvo especial arraigo en Bélgica.
«Magritte formaba parte del grupo surrealista de Bruselas, que confrontaba con el grupo de París. Magritte estaba en contacto con lo real, con objetos reales. Y creo que eso fue lo que le hizo tan famoso, porque fue capaz de crear un puente entre el surrealismo y las cosas que la gente puede entender», asegura Zylberberg.
Así es como los cuadros de Magritte se llenaron de objetos cotidianos que aparecían descontextualizados, como los icónicos sombreros de bombín, que él mismo vestía, los paraguas, las manzanas, el pan de baguette o la célebre pipa del lema ‘esto no es una pipa’, sin descuidar la constante presencia que tienen en su universo pictórico las gaviotas, las nubes y el cielo azul.
Todas estas referencias aparecen una y otra vez en la exposición virtual, que ha logrado digitalizar más de 300 obras del pintor belga para plasmarlas en diferentes soportes.
El más llamativo es la proyección inmersiva en 360 grados de una multitud de imágenes de sus cuadros, que van conformando una suerte de película de animación con música incorporada, y que se plasma por todos los ángulos de una sala de 1.000 metros cuadrados, en un espacio enorme y de techos elevados, para que el visitante casi que no pueda escapar de lo que está viendo.
En otra sala, unas gafas equipadas con la tecnología de realidad virtual hacen que, cuando se las ponga, el espectador tenga la sensación de que está, literalmente, dentro de un cuadro de Magritte.
«Nuestro objetivo es acercar la cultura a la gente, porque aún tenemos a muchas personas que no van a los museos y que viven la pintura y el arte con un poco de distancia. Nosotros hacemos lo contrario, usamos la tecnología y la fuerza del escenario para llegar al público, porque creamos exhibiciones que el público puede tocar», subraya el director artístico de la muestra.
Según David Zylberberg, la obra de Magritte es una primera materia «increíble» para construir una exhibición inmersiva de estas características, porque el pintor surrealista siempre quería que el público «pensara en el mundo que le rodeaba, y que cambiase la percepción de las cosas que ya daba por sentadas».
«Para Magritte, una manzana no es una manzana, un vaso no es un vaso. Magnificó objetos, los hizo cambiar de forma, transformó el material en el que estaban hechos… y esto puede ser representado por la tecnología. Cuando Magritte pinta un cuadro con una manzana enorme que llena toda una habitación, podemos mostrar con la tecnología el proceso mental de lo que pensaba Magritte», explica.
Zylberberg cree que si Magritte pudiese ver esta exposición inmersiva sobre su propia obra acabaría la visita con una sonrisa de oreja a oreja, ya que, según contó el director artístico, el genio belga no era muy fanático de los museos convencionales.
«Magritte decía que a él no le gustaban los museos porque allí no podía pasear con su perro. Magritte rechazaba la sacralización del arte. Nosotros no somos Magritte, interpretamos y trabajamos en base a su arte, pero yo creo que le encantaría esta exposición porque encaja perfectamente con su forma de pensar», asevera Zylberberg.