Por Wilda Rodríguez
Periodista
El periodismo en tiempos de elecciones levanta pasiones. Muchos ciudadanos descargan su frustración con la política electoral en «los periodistas». Es más fácil y más cómodo echarle la culpa a «los periodistas» que aceptar responsabilidad social y hacer propósito de enmienda. Pasa todo el tiempo, pero en año electoral es particularmente morboso coger a «los periodistas» de chivo expiatorio.
Pongo «los periodistas» entre comillas porque la generalización es lo que realmente irrita a los periodistas de buena fe. Los que no negamos que compartimos oficio con periodistas corruptos, mediocres y charlatanes; pero no aceptamos que se desacredite a tabula rasa el trabajo que desde el siglo 19 vienen haciendo muchos puertorriqueños íntegros y responsables para darle a Puerto Rico un periodismo digno. No negamos que nuestro oficio atraviesa uno de sus momentos más difíciles; pero ahora, como en ocasiones anteriores, hay periodistas echando el resto para salvar el oficio. El periodismo puertorriqueño se ha parido a sí mismo muchas veces y lo hará cuantas veces sea necesario. La corrupción del sistema no ha eludido al periodismo institucionalizado, claro que no; pero el periodismo corrupto no es periodismo, y cuando la corrupción lo ataca, se transforma y evoluciona. “Vélenlo, que va a tirar”, diría un comentarista deportivo.
Recientemente se publicó una antología (*) – la primera – sobre comunicación y política en Puerto Rico en la que un ensayo mío sobre la relación entre periodistas y políticos que me permite tratar el tema más extensamente que lo que puedo en una columna. La referencia va al calce para quienes quieran explorar esta antología.
Quiero destacar algunos señalamientos que vienen al caso del enredo existencial que se alienta en la población sobre nuestro periodismo. Comenzando con la confusión inducida por el mismo sistema entre periodistas y medios de comunicación corporativos, para esconder su agenda a simple vista.
Está requete aceptado que la dinámica entre periodistas y políticos es una relación de poder en la que ambos rivalizan o son compinches en una agenda política y la formación de opinión pública. Lo que no se aclara es que esa relación de poder en nuestro sistema es entre medios de comunicación y políticos. Los periodistas de a pie, en su mayoría, están al margen de esa relación de poder. Los que participan de ella – que los hay – son colaboradores voluntarios de sus medios y de los políticos que los patrocinan. Sí, no se hagan los nuevos… los medios de comunicación corporativos (con periodistas aliados) y los políticos compiten o colaboran – se pelean o son secuaces, repito – para hacer política. Cuando esa relación se tuerce para manipular la opinión pública y el sistema político – que es nuestro caso – no es el periodismo el que se corrompe. Se corrompen individuos que fingen hacer periodismo. Lo que hacen esos individuos con los medios de comunicación y esos periodistas que son sus cómplices deja de ser periodismo.
Que quede claro: no estoy diciendo que los periodistas responsables no hagan política. Todos la hacemos. Hay tesis y libros que ni botándolos sobre el hecho incontrovertible de que tanto el periodista como el político tienen una misma finalidad: hacer política. Ambos se pelean ser los portadores de las soluciones de los problemas de sus países y la aprobación de los ciudadanos a sus posturas. Negarlo es mentir. Somos políticos todos aunque algunos lo nieguen o lo disimulen.
¿Entonces, qué distingue un periodista charlatán de un periodista de buena fe? La formación ética del periodista, sus valores, y el rigor que le imparte a su trabajo. Esa es la diferencia entre un periodista y un pseudo periodista. Su valoración ética. Esa es también la diferencia entre un medio de comunicación honesto y un medio de comunicación deshonesto.
La mediocridad no es corrupción aunque contribuya a ella. Mucha gente asume la mediocridad como una intención premeditada de sabotaje de una entrevista, una conferencia de prensa, un comentario, un artículo, un análisis. Atribuyen ese sabotaje por mediocridad a una complicidad o una transacción económica que favorece al periodista. Asumen la mediocridad como corrupción. No necesariamente es así. A veces es simple mediocridad. Ignorancia, falta de estudio, falta de educación política, vagancia, desidia.
Vamos al entretenimiento disfrazado de periodismo. Eso también es muchas veces interpretado como corrupción y puede serlo. Pero como único puede llegar a serlo es si usted acepta el entretenimiento como periodismo.
Llegamos aquí al punto de partida: medios de comunicación corporativos adscritos por dinero o por ideología al sistema que pretenden amarrar y fortalecer. Esos son los que han fomentado ese vicio. De ahí los periodistas que actúan como personajes teatrales; o viceversa, personajes teatrales, abogados e influencers haciendo de periodistas. La mayoría lo que busca es hacer dinero y/o darse a conocer. Ego se llama eso último. Que quede claro que el entretenimiento no es malo. Lo que es malo es confundir periodismo con entretenimiento. Ambas cosas tienen su sitio y se lo dice una periodista que a su vez es parodista con mucho gusto. Lo importante es que ambos trabajos sean distinguibles tanto por el periodista como por el público que lo recibe.
El enredo existencial sobre nuestro periodismo ha llevado a un sector de la ciudadanía a culparnos a todos los periodistas de los males del país. A creer que la mayoría de los periodistas somos corruptos o brutos.
Por cierto, recuerden que la corrupción es abuso de poder. Que para que exista corrupción quien comete el delito tiene que tener poder. ¿De veras se podría pensar que todos los periodistas ignorantes, mediocres y de ego inflado son corruptos? A que no.
Lo que no quiere decir que no haya periodistas corruptos. Esa corrupción se da cuando el periodista recibe dinero, privilegios o favores para hacer su trabajo en favor de un político, un partido o una posición en particular. Si alguien conoce alguno de esos, los primeros que les van a agradecer que lo denuncie son los periodistas de buena fe, que son los más.
Quiero hacer énfasis en que la decadencia de todas las instituciones en Puerto Rico tiene en común la decadencia de su sistema político como colonia. La corrupción del sistema no ha eludido al periodismo institucionalizado. La aparición de un nuevo periodismo independiente es la respuesta a esa corrupción. La resistencia de periodistas pulcros en su trabajo dentro de medios que no lo son tanto, son respuesta a esa corrupción.
Por lo tanto, me permito una sugerencia: en este año de elecciones escojan bien a los periodistas en quienes depositan su confianza. Y olvídense de los demás.
(*) «Comunicación Política en Puerto Rico: Primera antología de ensayos, investigaciones y críticas (2024)»