Por Wilda Rodríguez
Periodista
Siempre me he explicado la energía vital de Nueva York como la de la ciudad donde todos los días llega alguien con un sueño, un proyecto, un plan… y el propósito de hacerlo realidad. Muchos lo logran y muchos no. Muchos se quedan, aún conformándose con menos de lo que fueron buscando. Muchos se van. Pero otros siguen llegando con los ojos y la sonrisa abiertos en grande. Todos los días. Ese es el motor, la fuerza de vida de ese lugar.
Entonces pienso en lo contrario. Un lugar de donde todos los días sale alguien frustrado, fracasado, desprotegido y con la incertidumbre a cuestas. Todos los días. Y no mira hacia atrás para no ver a los que deja en igualdad de condiciones.
Habría que preguntarse si los pedidos de ayuda para depresiones individuales – reales, bien reales – están pasando por alto una depresión colectiva sobre la que ya se teoriza a nivel mundial y, por supuesto, se politiza. Hablar del colectivo siempre es polemizar contra el individualismo, y polemizar contra el individualismo es atacar los cimientos del capitalismo mismo. Por lo tanto, antes de que lo piensen se los digo: hay una depresión colectiva que se propaga como una nueva pandemia, es un asunto político, y los tratamientos individuales no son suficientes. Y sepan que esto se discute a nivel mundial. No me lo estoy sacando de la manga.
Ustedes lo leen a diario en las redes. Alguien que expone su depresión, alguien que pide ayuda, alguien que trata de hacer chistes sobre sus penurias y no le salen. Esa cadena de depresiones individuales se llama depresión colectiva.
El problema es que quien único nos puede sacar de esa depresión colectiva que empieza a propagarse en la población más frágil pero contra la que el país en pleno no está inmunizada, somos nosotros mismos.
No me malinterpreten, las depresiones individuales son una realidad apabullante que padece por lo menos un cinco por ciento de los adultos del mundo. Esas requieren tratamiento individual, sin duda.
Yo hablo de la colectiva. De esa que ha aislado a muchos en sus hogares más allá del COVID y la pandemia, ya sea por la precariedad en que viven o ya sea porque ahora, al trabajar desde la casa, se apartan cada vez más del colectivo.
Leí a un colega colombiano sobre el tema – Juan Sebastián Lozano – que le añade al aislamiento del trabajo en el hogar la incertidumbre sobre el futuro y la autoexplotación. Frente a la noción de que el individualismo nos hace más competitivos, está esta de que nos hace más solitarios. ‘… y nuestra especie es gregaria, por eso evolucionamos. El ánimo sube cuando estamos en grupo, reímos más; aislados más bien la vida pesa, nos deprimimos. La felicidad compartida seguro es más potente que la solitaria, no necesitamos forzarla’, dice bien el colega.
Políticamente hablando, el gobierno bajo el sistema neoliberal (capitalismo salvaje) no nos va a ayudar. Un sistema que idealiza el individualismo como norma y tiene una industria farmacéutica dispuesta siempre a subir los niveles de serotonina, no va a bregar con nada que tenga en su origen la palabra colectivo.
Entonces… lo adivinaron. Hay que empezar a cambiar a esos personeros del capitalismo salvaje. No se crean que con las próximas elecciones podemos cambiar el sistema. Pero sí podemos elegir más gente que se preocupe del bienestar común antes que el de su bolsillo.
Lo importante aquí es comenzar a pensar en serio en la posibilidad de que un país de viejos, muchos enfermos, pocos niños y muchos jóvenes emigrantes; un país con escasas oportunidades de empleo bien remunerado donde los precios de vivir empiezan a destacar una diferencia de clases que nos gustaba pasar por alto; un país que no puede hacer nada sin pedirpermiso, incube una población que se deprime colectivamente.
Solo aceptándose empezaremos a sanar como colectivo. Para eso va a ser necesario retomar primero la idea de agruparse, reunirse para hablar y reír. Para compartir la idea de que podemos estar mejor. Para ayudarnos o apoyarnos sin bochorno. Para sobrevivir en equipo. Mientras más de nosotros estemos mejor y nos choquemos las manos para celebrarlo, todo va a estar mejor.
Empiecen a hacer llamadas para compartir felicidades aunque sean chiquitas.