Ayer, Prensa Asociada y múltiples medios en los Estados Unidos publicaron una noticia que al ver los titulares, cualquiera pensaría que ocurría en Puerto Rico, pero no.
Anunciaban que una mujer de Montgomery, Alabama, fue condenada a un año de cárcel por colgar muñecos caseros racialmente ofensivos en la verja de sus vecinos, personas de la raza negra, en un intento de que se mudaran de la zona.
Cheryl Lynn Pytleski, de 64 años, se declaró culpable de actos que algunos blancos racistas han llevado a cabo en los Estados Unidos: acosar, humillar, maltratar y, en ocasiones, cometer actos violentos contra personas negras. Aquí en Puerto Rico, la gente no quiere hablar del racismo, pero existe, y casos como ese de Alabama también ocurren aquí.
Doña Carmen, de 84 años, es un nombre que todos deberían conocer. Desde hace más de dos años el país entero ha visto cómo esta señora vive obsesionada con acosar, maltratar y humillar a sus vecinos, una familia negra de Canóvanas.
Cuando Gutiérrez vio que a la casa del lado a la suya se mudó una familia con integrantes negros y mulatos, comenzó su campaña de odio y no ha parado hasta el día de hoy. Ha encontrado eco en su hijo dentista, en su abogado Michael Corona, en el sistema judicial que se tarda con el caso, y en algunos medios corporativos que respaldan sus posturas racistas.
La familia agredida está compuesta por el matrimonio de Luis Ramírez Walker y Chanelly Cortés, así como por sus dos hijas menores de edad. Los cuatro han tenido que vivir años de humillaciones diarias.
La obsesión de doña Carmen empezó poniendo sus radios a todo volumen día y noche, intentando perturbar a sus vecinos con el ruido. Este comportamiento coincidió con actos similares a los de la mujer de Alabama.
En Canóvanas, la octogenaria también empezó a colgar muñecos negros o a dibujarlos en una cisterna para que sus vecinos los observaran. Era una burla, un símbolo de desprecio.
Cuando el caso se hizo público en los tribunales y los medios mostraron las imágenes visiblemente racistas, Gutiérrez las ocultó. Su abogado Corona ha insistido en que esos muñecos ya no están. Sin embargo, ante la presión pública, cambiaron su enfoque.
Ahora, en lugar de los muñecos, doña Carmen ha colocado enormes círculos negros en su propiedad y ha comenzado a colgar figuras hechas con telas negras. Además, tiene un muñeco envuelto en una bolsa negra grande con un cubo negro como cabeza. Esta «decoración» racista se complementa con sábanas negras colgando en todas las esquinas para que sus vecinos las vean desde cualquier ángulo.
Aunque doña Carmen podría argumentar que en su propiedad puede hacer lo que desee, esto va más allá de simples preferencias decorativas o derechos de expresión. Se trata de mantener un patrón constante de hostigamiento y racismo contra sus vecinos.
La obsesión de Gutiérrez es clara: continuar humillando y burlándose. Con sus acciones, reafirma su postura racista y muestra indiferencia hacia las opiniones de los demás, incluyendo a los tribunales.
Recientemente, tras un incidente violento en el Tribunal de Caguas, surgió el debate sobre la lentitud judicial en casos de disputas vecinales. El abogado Corona propuso una mediación, pero la familia afectada la rechazó. ¿Cómo podrían aceptar si Gutiérrez muestra una y otra vez que, aunque aparentemente acepta acuerdos, vuelve a sus acciones racistas?
El caso de Canóvanas no puede ser visto simplemente como una disputa entre vecinos. El sistema parece proteger a la victimaria y no otorgar igual protección a las verdaderas víctimas, la familia Ramírez Cortés.
Personalmente sé que los miembros del Tribunal Supremo de Puerto Rico defienden la igual protección ante las leyes y no toleran el prejuicio por género, identidad sexual, ni raza. Conozco a muchos jueces que comparten esta postura. Entonces, ¿por qué no se resuelve el caso de Canóvanas?
Mientras este caso sigue en pie, la familia víctima del racismo sigue acumulando traumas y humillaciones.
Así es como el racismo institucional opera en algunos lugares, incluyendo Puerto Rico. Debemos educarnos sobre derechos humanos para combatir la discriminación, adoptar un lenguaje antirracista y promover cambios en percepciones raciales. Es hora de que en Puerto Rico prevalezca el respeto a la dignidad humana y se combata el racismo. Como Benito Juárez, el primer y único presidente indígena de México, expresó: «Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz».
Por Sandra D. Rodríguez Cotto