Un supuesto triángulo amoroso que fue noticia y escándalo esta semana tiene a la cabeza a la senadora Joanne Rodríguez Veve. Parecía una novela turca o el chisme de la semana que rápido trataron de barrer bajo la alfombra, pero no pudieron, porque, después de todo, trajo intrigas, secretos, rompimientos, chillerías y, claro, sexo. De lo que no se habla, pero todo el mundo sabe que pasa a puertas cerradas.
Ver a una senadora que dice representar a los conservadores bajo el Proyecto Dignidad envuelta en un escándalo amoroso es materia de hecatombe mediática. Y que ese escándalo la forzara a emitir un comunicado de prensa donde busca proteger a quien se le imputa ser su pareja, el ahora cabildero-analista, penepé y uno de los cercanos a los brothers del combete del ex gobernante botado por el pueblo, Ricky Rosselló, Carlos Mercader. ¡Uy!
Encima de eso, se le imputa haber roto la relación que éste tenía con una productora del programa de trifulca política Jugando Pelota Dura. Juicy. El caso es que hay mucho más detrás del telón.
Esto no se puede despachar como un simple chisme de barrio porque Rodríguez Veve es la legisladora que ha montado toda su carrera en la práctica de meterse en las vidas privadas de los demás. Es una que se ha metido a hurgar en los úteros de las mujeres para quitarles derechos incluyendo el aborto.
Una senadora, que con verborrea altisonante y muchas veces arrogante, habla sin parar y les falta el respeto a otras personas usando su inmunidad legislativa.
Eso hizo en junio del 2022 durante la discusión de la medida que ella radicó para restringir el aborto a partir de las 22 semanas de gestación, argumentando que «el derecho a la intimidad de la mujer no es un derecho absoluto” y que la medida no cambiaba el estado de derecho.
“Lo que dejará de existir es la opción de matar al bebé», dijo entonces. O sea, desde la inmunidad parlamentaria llamó asesinas a las mujeres que por alguna razón, incluyendo violaciones o incesto, tienen que terminar su embarazo.
Es la misma senadora que aboga por excarcelar a asesinos y violadores, pero no dice nada ni parece importarle cómo el liberar de las cárceles a esos asesinos y violadores afecta la intimidad y las vidas de las víctimas. No, eso no le importa. De las víctimas no habla.
Como presidenta de la Comisión de la Familia es la que sale a discriminar con su verbo a las personas de la comunidad LGBTTQI+, como hizo con el joven comediante Freddo Vega, cuando, en su personaje de “Magda” participó en el 2021 en una actividad de unos seniors en una escuela de Arecibo. Rodríguez Veve lo catalogó como “un joven varón vestido de mujer transexual” y criticó el color violeta de los uniformes de los jóvenes, alegando que era un uso de militancia feminista.
En marzo pasado durante un performance en la manifestación del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, varias mujeres caminaron con sus cuerpos pintados, pero sin ropa, en presencia de menores. Rodríguez Veve dijo que se trató de actos obscenos y exposiciones públicas deshonestas y exigió al Departamento de la Familia que investigara si se cometió ilegalidad para que los niños fueran removidos de sus madres. Ni que fuera la santa inquisición.
Es la senadora que desde que más se mete en la intimidad de los demás, pero no quiere que toquen la suya. Pues se equivoca Rodríguez Veve. Su sueldo y su posición las paga el pueblo, por lo tanto, tiene que ser fiscalizada. Hay que evaluar sus aciertos y sus desaciertos, más que nada, ver si lo que habla va a la par con lo que ella hace.
Ella, como cualquier persona, tiene derecho a disfrutar su sexualidad con una o múltiples parejas. Lo que ella quiera, porque no hay nada malo con eso, pero lo que es igual no es ventaja. El espacio y el silencio que exige es el mismo que ella no le da a su prójimo cuando se mete a legislar para que se imponga las políticas sobre los úteros de las mujeres, cuando invade la privacidad del cuerpo de las personas que toman decisiones sobre sus géneros o cuando pretende controlar que las mujeres tengan que parir niños, sin poder hacerlo.
Rodríguez Veve representa al Estado como legisladora electa que representa a la Comisión de la Familia y habría que preguntarse si para ella está bien que una mujer recién parida, con un bebito, sea abandonada. Siempre y cuando para el bebé, parece que sí. Pero entonces, ¿no importa cómo afecta las relaciones de esa mujer recién parida con el padre de ese niño? O sea, no importa que el padre del niño la abandone, después que ella lo para. ¿Eso es moral?
Es fácil pararse detrás de un podio con la inmunidad parlamentaria y pensarse que eso da derecho a ofender, criticar y humillar a los demás cuando se tiene el techo de cristal.
“¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados, bien arreglados por fuera, pero llenos por dentro de huesos de muertos y de toda clase de impureza. Así son ustedes: por fuera aparentan ser gente honrada, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad”, dice la Biblia en Mateo 23:27-29.
En síntesis, esto está claro. Cada persona es dueña de sus orificios y puede hacer con ellos lo que le plazca, siempre y cuando no dañe a otro ser humano. Vive, y deja vivir.