Puerto Príncipe, 28 de septiembre de 2021 (EFE) – La crisis migratoria en la frontera entre México y Estados Unidos ha arrojado luz sobre el éxodo que está vaciando Haití desde hace una década y que ha llevado a miles de sus ciudadanos a un peligroso peregrinaje por todo el continente.
Atraídos por la bonanza de las economías de Suramérica, los haitianos incluyeron a Chile y Brasil en la lista de sus refugios preferidos, junto a Estados Unidos y República Dominicana, países donde históricamente han tenido una mayor presencia.
Pero la crisis derivada de la pandemia y el endurecimiento de las políticas migratorias, en especial la de Chile, han sido los detonantes para que miles de ellos hayan decidido emprender una odisea a pie desde Suramérica hasta Estados Unidos.
UN PAÍS EN CRISIS PERMANENTE
Haití, el país más pobre de América, lleva años expulsando a sus ciudadanos por el creciente deterioro de la situación económica, política y de seguridad, además por los desastres naturales, en especial por el terremoto de 2010.
En las últimas semanas, tras el terremoto de agosto pasado, que devastó el sur del país, se han vuelto a ver largas colas en Puerto Príncipe ante los consulados de países como Francia, Suiza y Estados Unidos.
El primer ministro haitiano, Ariel Henry, advirtió el pasado sábado en la ONU que la emigración «no cesará» mientras persistan las disparidades entre los países ricos y los pobres, como el suyo.
Pero la intensidad de la actual oleada migratoria no se explica tan solo por la agudización de las múltiples crisis que atraviesa el país.
También hay que tener en cuenta el proceso de «densificación» de las redes de haitianos en el exterior, que brindan apoyo a los recién llegados, y las políticas «alentadoras» a la migración de países como EE.UU., explicó a Efe el investigador Schwarz Coulange Méroné.
EFECTO LLAMADA EN EE.UU.
De este modo, la llegada al poder de Joe Biden se ha interpretado, a ojos del millón de haitianos residentes en EE.UU., como una flexibilización de las políticas migratorias hacia esta comunidad.
En agosto pasado, el Gobierno estadounidense decidió ampliar el Estatus de Protección Temporal (TPS, en inglés) para los haitianos hasta febrero de 2023, como consecuencia del último terremoto y por la crisis agravada por el asesinato en julio del presidente Jovenel Moise.
A comienzos de año había algo más de 40,000 haitianos bajo esta protección en EE.UU. y con la reciente ampliación podrían acceder 100,000 más, según grupos de defensa de los derechos de los migrantes.
Washington, no obstante, advirtió que pese a la ampliación del TPS solo lo recibirán «los haitianos que vivían en EE.UU. antes del 29 de julio».
De este modo, los haitianos que tratan de entrar ahora a territorio estadounidense no tendrían derecho a esa protección temporal y, actualmente, son deportados automáticamente, sin darles la oportunidad de solicitar asilo.
PUERTAS CERRADAS EN CHILE
La mayoría de los haitianos que han llegado al río Bravo llevan años fuera de su país y proceden de lugares lejanos como Chile, donde se asentaron cientos de miles de haitianos en el último lustro.
La gran ola migratoria en ese país suramericano tuvo lugar entre 2016 y 2017, cuando los haitianos podían entrar como turistas sin visa y regularizar luego su situación si encontraban trabajo.
Cuando el flujo empezó a ser masivo en 2018, el presidente Sebastián Piñera implantó una visa consular, que requiere de aprobación previa en Puerto Príncipe y que no puede ser canjeable por un permiso laboral, una medida que frenó drásticamente la llegada de haitianos.
Las masivas protestas de 2019 y la pandemia le cambiaron la imagen a Chile y, con el fin de las cuarentenas, el éxodo haitiano ha explosionado.
Según el Ministerio de Interior, la salida de haitianos ha aumentado un 81 % con respecto a 2020, con casi 3,000 migrantes de salida en lo que va de año, en su gran mayoría a pie por pasos ilegales en la frontera con Perú y Bolivia.
«Chile nos ha tratado mal. Yo no me voy por miedo (a la ruta) y por falta de dinero», reconoció a Efe Louisemame Exantus, de 35 años y quien llegó a Chile en 2016 con sus dos hijas mayores.
El tercero nació en Santiago hace tres años y, pese a que tiene nacionalidad chilena, ella aún no ha podido regularizar su situación. «¿Cómo es posible que teniendo un niño chileno no me dejen trabajar?», se preguntó.
LA SELVA QUE SE TRAGA A HUMANOS
Todos los migrantes que llegan a Estados Unidos recuerdan el Darién, la peligrosa selva que separa a Colombia de Centroamérica, la barrera natural que se traga seres humanos. Por ahí han pasado más personas estos meses que nunca.
«Este año fue histórico en cifras», reconoce a Efe el portavoz en el Darién de Médicos Sin Fronteras (MSF), Owen Breuil.
En enero cruzaron 1,071 personas y «subió y subió» hasta que en agosto hicieron la travesía 25,000 personas en un mes.
En lo que va de año se calcula que se han adentrado en la selva —o más bien han salido de ella porque no hay cifras de cuántas personas se quedan en el camino— 70,000 migrantes, de los cuales más del 60 % son haitianos y, si se añade a sus hijos, nacidos en Chile o Brasil, se alcanza el 71 % del flujo.
Personas como John, un haitiano de 36 años que decidió salir de Chile hace dos años después de no poder conseguir los papeles que regularizaran su situación.
«Cualquiera que cruza esa selva debería ser reconocido como un héroe, no se puede pasar esa selva sin la ayuda de Dios», asegura este joven, que ya arribó a Ciudad Acuña, en México. En la selva vio muertos «y muchas personas malas».
La violencia de la selva, donde operan grupos armados que se encargan del tráfico de migrantes y del narcotráfico, también ha aumentado en los últimos meses, al igual que la violencia sexual, de la que se están viendo «cifras alucinantes», según MSF.
EL SUEÑO AMERICANO… EN MÉXICO
La frontera entre México y EE.UU. se ha convertido en las últimas semanas en el final del trayecto para miles de haitianos, que están malviviendo en campamentos improvisados y albergues al máximo de su capacidad en urbes como Ciudad Acuña, Monterrey y Reynosa.
Luego de las deportaciones instantáneas de las últimas semanas, centenares de migrantes evalúan ahora si cruzan a Del Río, en Texas, EE.UU. o si permanecen en Ciudad Acuña para cumplir su sueño americano en México.
La Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados recibió una cifra histórica de 77,559 solicitudes de refugio —provenientes de 99 nacionalidades diferentes— entre enero y agosto.
Pero el propio presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó recientemente que no quiere que «México sea un campamento de migrantes».
De hecho, las autoridades mexicanas han detenido a más de 63,000 migrantes en el último mes y aplicado operativos de seguridad —criticados por el uso de la fuerza— en el sur del país para evitar el avance de caravanas.
Alexander Ovil, abogado nacido en Haití y residente en México desde hace diez años, explicó a Efe que los servicios están saturados y no consiguen dar respuesta a los haitianos.
«Ojalá que pudieran estas personas encontrar una estancia legal que les permitiría integrarse a esta sociedad en la cual ya están, porque cuando hablo con ellos nadie quiere regresar a Haití», afirmó.
Y es que los haitianos saben que regresar a su país de origen significa arriesgarse a pasar hambre, no tener perspectivas de conseguir un empleo y vivir bajo la amenaza constante de las bandas armadas que imponen su ley en las barriadas de Puerto Príncipe y en otras ciudades.