Lima, 9 de agosto de 2021 (EFE) – Sobre el muro que separa la miseria del suburbio de Pamplona Alta y la opulencia del barrio de Las Casuarinas, un ingenioso sistema de «atrapanieblas» captura la humedad que cubre las mañanas de invierno los cerros del sur de Lima para abastecer de agua a familias en situación de extrema pobreza.
A los pies del llamado «muro de la vergüenza», convertido ya en una de las imágenes más icónicas de la desigualdad en Latinoamérica, descansa el asentamiento humano Ampliación Trébol, uno de los tantos que conforman el humilde distrito limeño de San Juan de Miraflores, donde apenas hay red de agua y desagüe.
Esta polémica pared de cemento, que recorre 10 kilómetros y se eleva hasta 3 metros, fue construida para evitar que los asentamientos pobres de Pamplona Alta siguiesen avanzando e invadiesen los terrenos de Surco, el distrito colindante en donde yacen exclusivas casas con toda clase de comodidades.
«La idea es aprovechar este muro, que separa los ricos de los pobres, para que pueda ser útil (…) Estamos dando agua gratis, del cielo y potable», declaró a Efe el ingeniero industrial Abel Cruz, presidente de la ONG Movimiento Peruanos Sin Agua.
En su afán de buscar soluciones a la crisis del agua que azota a la capital peruana, esta asociación quiso resignificar el «muro de la vergüenza» e instalar en su cumbre 23 «atrapanieblas» para conseguir agua.
La falta de acceso a este recurso por red pública afecta a más de medio millón de personas en Lima, la mayor ciudad del mundo después de El Cairo asentada sobre un desierto.
PRÁCTICO Y SENCILLO
El embrión del proyecto de los «atrapanieblas» nació hace más de veinte años, cuando Cruz abandonó su región natal de Cusco y llegó a Lima a vivir en un asentamiento humano donde el agua era un lujo.
Allí se le ocurrió aplicar ese «método totalmente práctico y sencillo» que, sin recurrir a alta tecnología, caza el agua gasificada del rocío, la condensa y, una vez líquida, la hace discurrir por canaletas para almacenarla en grandes depósitos.
Sus ventajas, según el ingeniero, son numerosas: la instalación no requiere de ingentes desembolsos económicos, perdura en el tiempo hasta un quinquenio y el funcionamiento es inmediato porque, a diferencia de otros proyectos, no obliga a esperar años y años a su construcción.
Cada uno de los «atrapanieblas» usa dos postes que sostienen una malla de nailon, de 20 metros cuadrados y con pequeños agujeros. Estas telas, que se pueden adquirir en una ferretería, logran recoger entre 200 y 400 litros de agua por día, según precisó Cruz.
Así, en los días de densa neblina, los 23 paneles que «los sin agua» instalaron en el «muro de la vergüenza» pueden llegar a atrapar más de 9,000 litros de agua, que abastecen a unas 40 familias del poblado.
DEL CIELO AL HOGAR
Una de las beneficiarias es Justina Flores, una mujer de 49 años que, antes de que el Gobierno peruano resolviera dar de forma gratuita el agua a los suburbios de Lima durante la emergencia sanitaria del coronavirus, gastaba unos 30 soles ($7.50) para llenar un tanque de 1,100 litros, que su familia de cuatro personas consumía en apenas una semana.
Como todos sus vecinos, lo hacía a expensas del «aguatero», el camión cisterna que sube el empinado y árido terreno del cerro que alberga sus rudimentarias casas de piso de tierra y techo de calamina.
«Pero a veces el aguatero se bota, viene con 50 metros de manguera y no llega» a las construcciones más altas de este polvoriento rincón de la capital peruana, se lamentó a Efe la mujer.
Ahora, con los «atrapanieblas», la dependencia del camión cisterna se desploma y el agua se vuelve un poco más accesible: a Flores le basta con subir una veintena de escaleras hasta los tanques que almacenan el agua de la niebla y llenar los cubos que después su familia usa y reusa para lavar los platos, la ropa, el silo y bañarse.
El agua, además, se puede potabilizar con pequeños baldes que filtran el líquido y que también están a disposición de los usuarios.
Esa misma agua «del cielo» sirve también para cocinar en la olla común Manos Unidas, una cocina colectiva liderada por Flores, que nació como una suerte de expresión vecinal de emergencia en abril del año pasado y reparte unos 60 platos de comida al día a los vecinos de esta comunidad, a quienes la pandemia les arrebató el trabajo y los escasísimos ahorros que tenían.
El Movimiento Peruanos Sin Agua comenzó a trabajar con «atrapanieblas» en distintos puntos de Lima en 2010, pero solo en 2012 encontró la financiación para ubicar veinte de los sistemas en el barrio de Los Tunales, en el distrito limeño de Villa María del Triunfo.
Aunque los primeros pasos se dieron en la capital, con el apoyo de fundaciones nacionales e internacionales, el grupo ya ha logrado colocar miles de atrapanieblas en otros puntos y regiones del país como las sureñas Arequipa e Ica, donde el estrés hídrico también está muy presente.