Atenas (EFE) – Por primera vez en los 18 años que la legislación sobre reciclaje lleva en marcha en Grecia, diputados y trabajadores comienzan a implementarla dentro del Parlamento. Por fin, la indiferencia deja paso al civismo en forma de papeleras para los plásticos, vidrios, papeles, metales y otros deshechos.
Que una de las instituciones más emblemáticas de la democracia helena no haya intentado dar ejemplo hasta que el reciclaje ha cumplido la mayoría de edad evidencia de forma clara la caótica gestión, la tibieza y la permisividad que condicionan a algunos temas en Grecia, que se debaten y legislan, pero no se implementan.
En este país se producen más de 5,000 millones de toneladas de basura, de las cuales apenas el 19% se recicla, una proporción por debajo de la mitad de la media europea (40%).
El resto acaba en rellenos sanitarios y vertederos clandestinos. Actualmente en el país hay más de una treintena de estos basureros clandestinos y por cada uno de ellos Grecia paga a la Unión Europea (UE) multas de 40,000 euros cada semestre.
«No cabe duda de que la población griega está mucho menos sensibilizada con el reciclaje que el resto de ciudadanos europeos», dice a Efe Fílippos Kyrkitsos, presidente de la Sociedad Ecológica para el Reciclaje, una ONG que desde realiza campañas de sensibilización al respecto desde hace casi 30 años.
Esta falta de sensibilización también afecta a la administración a todos los niveles, según Kyrkitsos.
«Hemos propuesto varias veces a los ministros de Educación de distintos Gobiernos imprimir los libros de texto en papel reciclado. Todos lo consideraron una idea maravillosa, pero nadie lo aplicó», cita como ejemplo.
Aunque casi todos los ayuntamientos tienen en marcha programas de reciclaje desde hace más de quince años, su eficacia es decepcionante.
Escasean los puntos de reciclaje y, cuando se encuentran, un solo contenedor azul recoge todo, sin separar papeles, envases o vidrios.
Por lo general, tan solo en zonas donde abundan los restaurantes la recolección de vidrios se realiza por separado.
Además, en muchos ayuntamientos, entre los cuales figura el de Atenas, es frecuente ver como un mismo camión recoge sin distinción los residuos reciclables y no reciclables.
«Cuando lo vi por primera vez me sentí frustrada», dice a Efe Lydia, una joven de 28 años que, aunque no se considera ecologista, está convencida de que hay que reciclar y reutilizar las cosas «como se hacía en el pasado».
A pesar del chasco, Lydia asegura que continuará reciclando con la esperanza de que algún día el programa funcione correctamente.
Algunos ayuntamientos justifican estas practicas con el pretexto de que son los ciudadanos los que no separan los residuos.
«Esto es parcialmente verdad, pero es resultado de que la mayoría de ayuntamientos pusieran en marcha los programas de reciclaje sin antes llevar a cabo una campaña de sensibilización ciudadana», sostiene Kyrkitsos.
A su juicio, esto pasa porque para las instituciones «las campañas de sensibilización ciudadana no son una inversión, sino dinero perdido».
«Para que den frutos, las campañas de sensibilización deben ser sistemáticas y continuas», destaca.
La experiencia de varias ONG ecologistas que, en colaboración con sus ayuntamientos, han promovido el abandono de bolsas de plástico ligero no biodegradable en distintas islas del mar Egeo, le da razón y demuestra que los griegos sí quieren, pueden.
En casi todos los casos, la campaña sistemática de información a la población local y los turistas ha dado frutos y el uso de bolsas de plástico se ha eliminado casi por completo.
Cuando a comienzos de 2018 Grecia aplicó -con tres años de retraso a causa de la reticencia de las cadenas de supermercados- la normativa europea sobre la reducción de uso de bolsas de plástico ligero no biodegradable e impuso una tasa de cuatro céntimos por bolsa, el resultado superó las expectativas.
Ya desde el primer trimestre del año pasado el uso de bolsas de plástico de un sólo uso se redujo en más de un 70%. Este resultado es aún más sorprendente si se tiene en cuenta que hasta 2017 los griegos consumían en torno al doble de bolsas que el promedio europeo, es decir, 269 por persona y año.
«La introducción de un sistema de incentivos financieros en el caso de que se alcancen los objetivos y de multas en el caso contrario puede jugar un papel importante en la sensibilización de los ciudadanos y de los ayuntamientos», sugiere Kyrkitsos.
A mediados de este abril el ministerio de Medio Ambiente introdujo una tasa que los ayuntamientos tendrán que pagar por cada tonelada de residuos desechados que contengan material reciclable. El dinero recaudado financiará programas de economía circular.
«Han optado por un modelo burocrático y no han aprovechado la experiencia europea en este tema pero, aún así, es un avance», comenta Kyrkitsos.