Ante el colapso institucional y el fracaso del bipartidismo, crece el clamor por la soberanía y una ruptura definitiva con el sistema colonial

Es un autor, escritor, empresario, asesor y defensor de la soberanía nacional y la descolonización puertorriqueña radicado en Nueva Jersey y Puerto Rico. Sus libros incluyen “PREXIT: Forjando el camino a la soberanía puertorriqueña” y “Puerto Rico: Hacia una economía nacional soberana.”
Puerto Rico se encuentra en un momento de definiciones históricas. El país vive una de sus peores crisis políticas, económicas y morales en tiempos recientes, empujado al borde del abismo por un sistema colonial que ya no disimula su podredumbre. Entre el colapso institucional, los apagones generalizados, la corrupción descarada y un pueblo cada vez más empobrecido y frustrado, la pregunta ya no es si se puede seguir así. La verdadera pregunta es: ¿hasta cuándo el pueblo va a seguir tolerando este desastre sin rebelarse dignamente?
El bipartidismo colonial que ha dominado nuestra política desde mediados del siglo XX, representado por el Partido Nuevo Progresista (PNP) y el Partido Popular Democrático (PPD), está en evidente estado de descomposición y pudrición. El PNP, con su agenda asimilista y servil al poder federal, ha demostrado una ineptitud crónica en la administración pública, manchada por múltiples escándalos de corrupción, incompetencia en la gestión de servicios esenciales, y una actitud autoritaria hacia el pueblo que dice representar. Por otro lado, el PPD se ha convertido en una sombra de sí mismo, atrapado en su cobardía ideológica y en su perpetua defensa de un estatus colonial desacreditado que hace tiempo perdió toda legitimidad moral y funcional.
Uno de los símbolos más contundentes del fracaso gubernamental es la crisis energética que sufre el país bajo la privatización impulsada por el PNP. La entrega del sistema eléctrico a LUMA Energy y Genera PR no solo ha sido un acto de traición al interés público, sino una fuente constante de sufrimiento para miles de familias y empresas. Los apagones constantes, el deterioro de la infraestructura eléctrica, la falta de mantenimiento, y los aumentos tarifarios injustificados han paralizado la vida del país. Peor aún, han puesto en riesgo la salud, la economía y la seguridad de todos los ciudadanos. Mientras tanto, los ejecutivos de estas empresas privadas – en su mayoría extranjeros – reciben millones en bonificaciones, protegidos por un contrato que ni la gobernadora ni la legislatura colonial se atreven a revisar con seriedad.
Esta crisis energética es solo una parte del rompecabezas centenario. Hay una crisis mayor: la crisis de dignidad y de rumbo nacional. El problema de fondo es el coloniaje. Un sistema político en el cual las decisiones fundamentales no se toman en San Juan, sino en Washington, donde Puerto Rico no tiene capacidad para influir en su destino. El estatus territorial actual ha degenerado en un régimen de administración colonial disfrazado de democracia, donde el pueblo vota por administradores, pero nunca por su libertad.
A esto se suma la corrupción estructural, que no es una simple colección de casos aislados, sino un patrón institucionalizado de impunidad. Desde alcaldes arrestados por corrupción hasta contratos inflados y asignaciones amañadas, el saqueo del erario y los fondos federales se ha normalizado. Pero lo más alarmante es el creciente cuestionamiento al sistema electoral. Hay denuncias creíbles de fraude, manipulación de votos, fallecidos que votaron y uso indebido de fondos públicos para favorecer partidos políticos. El proceso electoral – base de cualquier democracia – está en entredicho. Y ante esta podredumbre, los organismos encargados de velar por la transparencia y la justicia, controlados por el PNP, miran hacia otro lado.
Pero no todo está perdido. En medio de esta crisis, emerge con fuerza un nuevo despertar patriótico y soberanista. Cada vez más puertorriqueños, especialmente jóvenes, intelectuales, trabajadores, mujeres y sectores marginados, comienzan a cuestionar las estructuras coloniales y proponen una ruptura con el modelo fallido. El crecimiento del independentismo y del apoyo soberanista no solo se refleja en encuestas (ahora contamos con 43% de apoyo), sino también en el imaginario colectivo. El pueblo empieza a darse cuenta de que no hay futuro dentro del coloniaje.
Es en este contexto que se plantea una pregunta crucial: ¿qué puede hacer el pueblo cuando su gobierno le falla, cuando sus políticos lo traicionan, y cuando las instituciones se convierten en cómplices del abuso? La respuesta es clara: organizarse, movilizarse, y actuar. La liberación del país no vendrá de los partidos tradicionales ni de promesas vacías. Vendrá del pueblo mismo cuando se dé a respetar, cuando tome control de su narrativa, y cuando construya desde abajo el proyecto de una patria libre, justa y soberana.
No es suficiente protestar o indignarse. Hay que dar pasos concretos. Hay que crear nuevas estructuras ciudadanas, apoyar movimientos patrióticos y soberanistas serios, desarrollar medios alternativos, proteger nuestra cultura e identidad, y empujar una nueva conversación nacional sobre la descolonización. Incluso hay que considerar caminos jurídicos, diplomáticos, internacionales y no ortodoxos para avanzar hacia la libertad, sin pedirle permiso a quienes nos han negado la misma durante más de un siglo.
Puerto Rico se encuentra en la hora de la verdad. Ya no hay excusas. O seguimos siendo víctimas resignadas de un sistema corrupto y colonial, o asumimos con dignidad la responsabilidad de forjar nuestro propio destino. El abismo está frente a nosotros, pero también lo está la posibilidad de saltarlo y construir, al otro lado, la República libre y digna que merecemos. El momento es ahora.