La caída del sheriff puertorriqueño Marcos López, arrestado por cargos federales de extorsión en Florida, pone en evidencia las contradicciones del colonialismo y la ilusión de poder que otorga la asimilación al sistema estadounidense

Es un autor, escritor, empresario, asesor y defensor de la soberanía nacional y la descolonización puertorriqueña radicado en Nueva Jersey y Puerto Rico. Sus libros incluyen “PREXIT: Forjando el camino a la soberanía puertorriqueña” y “Puerto Rico: Hacia una economía nacional soberana.”
Por años, figuras como el sheriff (alguacil) Marcos López han sido alabadas por sectores anexionistas y colonialistas en Puerto Rico. ¿Por qué? Porque representan el sueño del “buen puertorriqueño” dentro del sistema estadounidense: patriota, disciplinado, leal al law and order (ley y orden) estadounidense, integrado a la política estatal, envuelto en uniforme con la bandera de Estados Unidos bordada en el pecho, hablando inglés con acento americano, repitiendo con obediencia la narrativa del poder estadounidense. Ese puertorriqueño que, a pesar de su origen caribeño, es aceptado, e incluso exhibido, como ejemplo de “éxito” bajo la tutela colonial estadounidense.
El sheriff Marcos López, del condado de Osceola en Florida, fue precisamente eso para los defensores del Estado Libre Asociado y los anexionistas del PNP. Era un ícono funcional: un boricua dentro del aparato represivo del Estado estadounidense – un boricua en uniforme americano, el “boricua perfecto” en la estadidad. Por eso no fue sorpresa que programas televisivos coloniales lo invitaran como “experto”, dándole tribuna para hablar sobre cómo resolver la criminalidad en Puerto Rico desde su lente estadounidense de “afuera”: más vigilancia, más castigo, más mano dura, más control. Tenían que traer un boricua americanizado y asimilado para educar y asesorar a los boricuas de la isla.
Fue entonces cuando, con tono autoritario y postura de héroe, relató cómo impidió la “corrida” de Rey Charlie en Orlando y explicó su estrategia de usar redes sociales para monitorear a los motociclistas. También se jactó de subastar las motoras confiscadas para financiar la policía, en lugar de destruirlas como hacen en otras jurisdicciones estatales. Para los colonialistas, López era la figura perfecta: boricua, pero al servicio total de Washington.
Pero el 5 de junio de 2025, ese mismo sheriff Marcos López fue arrestado por las autoridades federales bajo cargos de extorsión y vínculos con el crimen organizado. Una investigación extensa del FBI, en colaboración con agencias de ley y orden en Florida, llevó a su detención en su propia oficina. El mismo López que los anexionistas presentaban como ejemplo de ley, orden y civilización estadounidense —por encima del supuesto desorden isleño puertorriqueño— resultó estar vinculado con las mismas prácticas delictivas que decía combatir.
Este arresto no es solo una caída individual. Es una bofetada directa a todos aquellos que promueven la falsa idea de que al alinearse con el sistema estadounidense se asciende moralmente por encima del resto del pueblo puertorriqueño. Es una advertencia para quienes creen que vestirse con uniforme, hablar inglés como un federal y ondear con orgullo la bandera de otro país los hace inmunes, superiores o “aceptados”.

La reacción inmediata de los partidos tradicionales colonialistas, PNP y PPD, ha sido el distanciamiento hipócrita. Antes lo alababan. Ahora guardan silencio. Porque el sheriff López era útil como símbolo, pero como realidad, ahora no saben quién era. Este patrón se repite: el coloniaje necesita íconos y sujetos que aparenten integración, pero descarta sin remordimientos a quienes fallan en el espectáculo.
Hay una lección mucho más profunda —y bastante irónica— en todo esto: el poder estadounidense no se comparte, se presta por ratitos a quienes resultan útiles al guion colonial. Y cuando ya no sirven… ¡pa’ fuera como bolsa! Ni el sheriff boricua más patriótico, más leal, más uniformado hasta los dientes, con bandera americana en el pecho y discurso de “mano dura”, es intocable para el gobierno federal. Nadie lo es.
Esto debería sacudir la conciencia de todos esos puertorriqueños que todavía andan con la ilusión infantil de que asimilarse a Estados Unidos garantiza dignidad, respeto, aceptación o inmunidad.
Spoiler alert: no lo ha sido jamás, y nunca lo será.
Y a esos jefes policíacos en Puerto Rico —sí, ustedes, los que babeaban admiración por el sheriff López— que llenan sus oficinas con banderas de Estados Unidos, águilas calvas, escudos de las agencias federales, fotos con policías y líderes estadounidenses, banderas del Thin Blue Line, y parchos del Punisher como si fueran soldados en una película de Marvel en vez de servidores públicos boricuas: vayan calentando. Porque esas banderas, parchos y uniformes no los van a proteger si resultan ser tan corruptos como el ahora caído ídolo Marcos López. El FBI no los va a abrazar por tener un póster del Tío Sam o Rosselló en la pared.
Y si alguien duda de esto, que se dé la vuelta por los cuarteles de la Policía de Puerto Rico, especialmente las comandancias regionales. Los he visto con mis propios ojos: oficinas convertidas en altares de adoración al poder estadounidense, llenas de emblemas y símbolos que gritan “¡Amo más a EE.UU. que a mi propio país!”. ¿Y para qué? ¿Para que el día que caigan les tiren la puerta abajo igualito que a cualquier otro criminal?
Así que ya basta de jugar a ser más americano que los americanos. El sheriff López es la prueba viviente (bueno, arrestada) de que, para el gobierno federal, los boricuas anexionistas y colonialistas nunca pasan de ser peones reemplazables.
En un momento donde la lucha por la soberanía nacional de Puerto Rico se fortalece y crece (ahora somos más del 43 %), casos como el de López demuestran lo podrido del modelo colonial y lo falso del espejismo y la narrativa anexionista del “buen boricua asimilado”. Ya sabemos dónde terminan esos asimilados. Puerto Rico no necesita más sheriffs coloniales ni boricuas asimilados con ínfulas de poder. Puerto Rico necesita líderes patrióticos, con lealtad al pueblo puertorriqueño, no al aparato gubernamental ni policiaco de una nación extranjera. La criminalidad no se combate importando “mano dura” desde Osceola County, sino recuperando dignidad y autogobierno en Puerto Rico.
Es hora de dejar de rendirle culto a los ídolos falsos vestidos de uniforme estadounidense. El sheriff López no es una excepción: es un síntoma del fracaso del colonialismo mental y político que aún nos ahoga, en Puerto Rico y en la diáspora.