Los Ángeles (EE.UU.), 24 feb. (EFE) – Vamos tarde en la lucha contra la crisis climática. Tarde y sin un plan completo que frene un cambio cada vez más inminente. «No sólo tenemos que proteger la naturaleza, tenemos que restaurar lo que los humanos hemos degradado», afirma el biólogo marino Enric Sala.
Nacido en Girona en 1968, Sala fue el primer español seleccionado como residente de National Geographic con una misión: salvar a los mares de la destrucción humana para que puedan regresar a su labor de proteger nuestro planeta.
«Si continuamos destrozando la naturaleza, aumentará el riesgo de otras pandemias», afirma el explorador en una entrevista con Efe.
A su entender, la actual pandemia nos ha recordado lo alejados que estamos del mundo natural y lo crítico que puede llegar a ser un mayor distanciamiento.
«El ébola, el SARS, el MERS… son virus que vienen de los animales y saltan a los humanos porque se comercia con la vida salvaje, que se distribuye por el mundo, o se destrozan los hábitats naturales donde esas especies viven -afirma-. Como los bosques donde los pangolines habitaban en el pasado».
A bordo del proyecto «Pristine Seas», el investigador lleva décadas trabajando para reparar el daño causado en el ecosistema que ocupa más superficie de la Tierra, el mar.
«PRISTINE SEAS», LA MISIÓN QUE QUIERE RECUPERAR LOS MARES
Desde 2008, la misión ha conseguido crear 23 reservas marinas alrededor del mundo. Más de 6 millones de kilómetros cuadrados (dos veces la extensión de la India) en los que la vida marina puede crecer sin la amenaza de la pesca ni la extracción de petróleo.
Un documental, estrenado esta semana por la plataforma de National Geographic, repasa los avances logrados por este proyecto, candidato al prestigioso MacArthur Award.
Sala, que actualmente reside en Washington DC, decidió lanzarse a explorar los lugares más remotos del océano tras pasar varios años trabajando como biólogo marino. No quería escribir el obituario del océano.
«Trabajo con gobiernos y gente local para crear parques naturales en el mar», describe.
En 2008, el 1% del mar estaba protegido, ahora es casi el 7% y quieren llegar al 30% en 2030, aunque la crisis económica arrastrada por el coronavirus amenaza ese ambicioso objetivo.
«El resultado es espectacular, cuando se cierra una zona la abundancia de peces se incrementa seis veces en menos de 10 años, viven más y las hembras producen muchos más huevos», afirma.
«ESTAMOS SACANDO PECES TRES VECES MÁS RÁPIDO DE LO QUE PUEDEN REPRODUCIRSE»
Pero la huella de la actividad humana es mucho más profunda y avanza más rápido. A las imágenes más cercanas a nuestras ciudades, las de peces ahogados por residuos, aguas contaminadas y restos de microplásticos en los pescados que comemos, se suman otros destrozos en alta mar.
Por un lado, estamos pescando sacando peces del agua más rápido de lo que se pueden consumir, «el 82% de las poblaciones están sobrexplotadas», estima Salas.
A esa devastación se suma la extracción de metales pesados y de combustibles fósiles como el petróleo. Y una tercera amenaza, el calentamiento global que hace que el agua sea más caliente y más ácida, letal para los ecosistemas marinos.
Pero lo que es mortífero en el fondo de los océanos también lo es para la Tierra.
«Tenemos que extraer de la atmósfera mucho de ese carbono que hemos emitido y no tenemos la capacidad de hacerlo con una máquina -indica-. El mar, los bosques, las praderas y las marismas se encargan de eso».
CHILE, EJEMPLO DE PROTECCIÓN DE MARES
La cinta «Pristine Seas: The Power of Protection» recorre las 23 reservas marinas repartidas alrededor el mundo con especial atención a Chile, un país que se ha constituido como ejemplo de protección marítima.
«Allí comenzamos a trabajar en 2009 y menos del 1% de las aguas estaban protegidas, pero colaborando con las administraciones logramos que se crearan cuatro parques marítimos. Hemos pasado al 42% de protección», señala el biólogo.
Y esta protección genera oportunidades económicas como el ecoturismo, motor económico de regiones en Chile y otros países latinoamericanos como Cabo Pulmo, en México.
«La gente quiere explorar zonas donde hay vida», concluye Salas.