Bogotá, 12 mar (EFE) – Desde el cerro de Monserrate, Bogotá se ve lejana, bulliciosa, como un manto de ladrillo y metal que asfixia la naturaleza, pero desde lo alto también se abre un rincón donde contemplar multitud de especies de colibríes y decenas de aves que vuelan ajenas a lo que abajo sucede.
A los ,150 metros de altura de Monserrate el ruido de los automóviles de la ciudad se escucha más que los trinos de estos pájaros, pero al menos la boina de contaminación que envuelve la gran capital colombiana se ve difumina en el verdor de la naturaleza.
«Estando al frente de una ciudad de ocho millones de habitantes, que diariamente estamos contaminando, tener estas especies a cinco minutos es muy bueno», relata a Efe el supervisor ambiental de los senderos ecológicos de Monserrate, Camilo Cantor. «Yo creo que es la naturaleza buscando resurgir por los pocos espacios que les damos».
Cantor es uno de los responsables de que Monserrate, conocida por ser sitio de peregrinación religiosa y la subida de penitentes por sus más de mil escalones, ahora sea también un refugio de aves gracias al Sendero Paramuno, un recorrido de 300 metros con comederos artificiales donde decenas de pájaros y colibríes se acercan osadamente al visitante.
DIECIOCHO ESPECIES DE COLIBRÍS EN 300 METROS
Allá se puede observar especies semiendémicas como el «Abanico cariblanco», que solo vive en la cordillera oriental colombiana y algún rincón venezolano, o endémicas como el «Chamicero cundiboyacense», e incluso un colibrí híbrido, cruce de dos tipos de estas aves que solo viven en el continente americano.
De hecho, en las seis hectáreas que ocupa el camino y sus alrededores es posible ver casi las mismas especies de colibríes que en todo Estados Unidos.
«Acá en Monserrate, en el transcurso de tiempo que llevamos registrando especies, hemos registrado ya 18 especies de colibrís; en Estados Unidos puede haber unas 23 especies en todo el territorio», relata Cantor, y añade: «¡Ahí se da uno cuenta de la magnitud de la biodiversidad que tenemos en Colombia!».
Justamente esa biodiversidad es lo que atrajo a Emilio Lara, un chileno que visita Monserrate, al país en mitad de una pandemia. «En Chile hay muy pocas especies de colibrís, como unas cinco especies solamente. Pero aquí en Colombia hay mucha biodiversidad, hay mucho colorido, muchas aves distintas…», cuenta a Efe.
Lara se dedica, desde hace dos años y medio, de forma profesional a la fotografía de aves y en su recorrido pasó por el central Eje Cafetero, gran atractivo turístico para los amantes de las aves, y decidió hacer una parada en el Sendero Paramuno.
TURISMO MUY ESPECIALIZADO
El turismo y la fotografía de aves es un sector muy especializado -y caro- que atrae cada vez a más personas, por eso Cantor advierte antes de entrar al sendero de Monserrate: «puede ser que a una persona que no le guste el avistamiento de aves se vaya a aburrir».
A quien sí le guste puede pasarse horas en esos escasos 300 metros mirando entre las ramas u observando con cuidado cómo una pareja de pavas andinas, especie que no solía habitar en Bogotá, se acerca a comer el plátano que Cantor les deja en el borde del camino.
En Colombia, a pesar de ser el país con más especies de aves del mundo, con más de 1.900 especies, es una afición que aún no atrapa a demasiados turistas, como sí lo hace el vecino Ecuador o Costa Rica.
«Es un turismo nuevo», reconoce el supervisor ambiental, en «Colombia está despegando la observación de aves y cada vez más la gente colombiana está valorando esa riqueza que tenemos».
«También juegan ahí -continúa- los factores de violencia; hasta hace pocos años no podíamos dirigirnos a determinadas zonas del país y teníamos vetado conocer el país, era como prohibido».
La atención de los jóvenes a la naturaleza y su preocupación por el medioambiente también han ayudado a cambiar la mirada ante la riqueza natural de Colombia, según el guía.
UN REFUGIO PARA EL CONFINAMIENTO
La contaminación de Bogotá y la falta de espacios verdes han minado los espacios para aves e incluso los «copetones», llamado «ave de los bogotanos», unos pajarillos con una especie de tupé, son difíciles de ver por la ciudad como lo hacían hace décadas, pero se refugian en lugares como Monserrate.
Bajo la iglesia, los restaurantes y los cables del teleférico, los visitantes pueden observar cómo el «Colibrí pico espada», que tiene el pico más largo de todos los de su especie, saca la lengua para succionar el agua azucarada de los comederos.
El sendero abrió hace cinco meses, cuando Colombia empezaba el desconfinamiento y el turismo mundial venía sufriendo una estocada de muerte. Quizás eso, reflexiona Cantón, les ayudó a decidirse a inaugurar una iniciativa en la que venían trabajando desde hace siete años, y que le permite a Monserrate migrar de un turismo religioso de masas a uno más sosegado, donde solo pueden entrar veinte visitantes al día.
«En cierta forma, la pandemia ha ayudado», reconoce el guía, «nos dimos cuenta que la gente dice que estaba estresada, enferma en la casa, y la venida al sendero, al sitio a observar aves también es como una terapia para disminuir esos niveles de estrés».
Es difícil distinguir los pájaros, además de por los automóviles, porque los colibrís no trinan como la mayoría de aves, pero el sendero es un rincón vivo a cinco minutos de una de las ciudades más congestionadas del mundo.