Entre el neoliberalismo, el fascismo y la violencia estructural
Por Wilda Rodríguez
Periodista
A menos que usted crea que el ser humano es malo por naturaleza, como proponían Maquiavelo y Hobbes, se puede llegar a las verdaderas razones de la violencia que nos arropa, sin tanto prejuicio. Que si la juventud, que si los padres, que si la droga, que si las malas compañías.
Acto seguido vienen los sermones, la resignación y la esperanza de que no nos alcance. Como si la violencia fuera normal, como un huracán en el Caribe, y lo que hay que esperar es que pase. Eso es acostumbrarse a la violencia.
“No podemos elegir los tiempos que nos toca vivir. Lo que podemos elegir es cómo le respondemos”, dice un viejísimo adagio que ahora le adjudican a Gandalf, mago gris de El señor de los anillos. Mi papá sabía el dicho y no vio la película.
Ahora bien, para elegir cómo respondemos al tiempo que nos ha tocado vivir, tenemos que saber entre qué nos toca elegir. No darle la vuelta.
La violencia social no es de raíz individual ni comunitaria. Es la consecuencia de la violencia estructural a la que nuestra sociedad –y otras– han sido sometidas.
La violencia estructural la perpetran sistemas y gobiernos que atentan contra las necesidades humanas básicas: la supervivencia, el bienestar, la libertad o la identidad. Sistemas y gobiernos que se nutren de mantener la fórmula de grupos privilegiados vis a vis grupos vulnerables. Esos grupos casi siempre son de clase, de género o de raza. Aunque también los hay tribales: grupos y comunidades cuyos privilegios y carencias manipulan el sistema o el gobierno.
“Ahí viene Wilda a politiquear con el estatus y contra Estados Unidos”, dirán ahora mismo algunos y me chillan los oídos. Si llegan a esos temas nacionales van a llegar solitos, porque les voy a hablar de cosas más catastróficas para el planeta en general. Les voy a hablar del neoliberalismo y del fascismo. Ambos han caído con fuerza sobre este archipiélago en el Caribe, como han caído sobre tantos otros países, y en todos tienen el mismo nombre.
El neoliberalismo es el paso que le sigue a un capitalismo que ha hecho que la riqueza del 1% de los humanos equivalga a lo que en conjunto posee el 95% de la humanidad.
Ya el capitalismo no le era suficiente a los dueños de la tierra, sus recursos y sus medios de producción. El próximo paso era la desregulación de toda intervención del Estado en sus maniobras para hacerse más ricos. Que nadie se meta con ellos. O sea, el capitalismo se graduó de privatización a control y poder total sobre toda riqueza.
El fascismo, por su parte, es el tercer paso: el control y el poder sobre todas las esferas de la sociedad no rica, la humanidad que es cada vez más grande y más pobre. El fascismo es totalitarismo y dictadura impuesta militarmente. Subordinación por la fuerza. Porque hay que entender que el fascismo, por principio, no se opone a la violencia. Por el contrario, la ve como una necesidad de la civilización… su civilización.
Si hasta ahora no han identificado la raíz de nuestra violencia en esas tres doctrinas, es porque consideran que yo miento o exagero y no quieren saber nada más.
Lamentablemente no es así, y lo pueden googlear. Encontrarán que el fascismo logra cambios en la productividad de los países, pero solo mediante la opresión y la eliminación de los segmentos poblacionales que se oponen a la tiranía del Estado. Y el saqueo.
La confrontación callejera, familiar y fraternal es el corolario de la violencia estructural que imponen esas doctrinas, que también incluyen sus conceptos de superioridad racial y persecución étnica, negación de la diversidad, limitándose a reconocer dos géneros en el que uno supera al otro. La resistencia a esas teorías no es aceptable para el fascismo. Entonces, su peor manifestación es el genocidio, las desapariciones, la pérdida de libertades y de derechos adquiridos. Las confrontaciones callejeras se quedan chiquitas ante esa violencia organizada.
Están pensando que siempre ha habido violencia, mucho antes del capitalismo, el neoliberalismo y el mismo fascismo. Por supuesto. Pero piensen un momento si la raíz de todas esas violencias anteriores no es la misma: la desigualdad y el poder.
Cuando hablamos de la violencia en la Edad Media nos horroriza. Cuando hablamos de las barbaridades del feudalismo nos horroriza. Cuando hablamos de Hitler nos horroriza. Si el planeta con humanos existe a siglos de aquí, nuestra violencia los horrorizará aunque tengan una violencia nueva y diferente.
No puedo distanciarme del horror que hemos sentido la mayoría ante la muerte a cuchilladas de una niña de 16 años a manos de un grupo de mujeres desalmadas, jóvenes y adultas. Ni siquiera podemos racionalizar sobre una tragedia entre jóvenes que sabemos no maduran su cerebro hasta las edades de 25 a 30 años; y que lo último que desarrolla el cerebro es la parte que tiene que ver con tomar decisiones, planificar y establecer prioridades. No. Había adultas en esa agresión criminal. Tampoco se puede racionalizar que maten a una niña de 16 años como una manada sobre una presa, con una cuchilla escondida en un peine y otras armas cortantes. Le atravesaron el corazón mientras restringían a su madre para que viera morir a su hija.
Lo que tampoco se puede hacer es buscar razones en lo superficial. Esto es un asunto complejo y profundo que se llama la violencia estructural de nuestros tiempos, por donde quiera que se mire.
Nos toca elegir si respondemos a nuestros tiempos o abdicamos. No soy muy optimista en cuanto al fin del fascismo de Donald Trump. Tampoco en mis expectativas sobre esta columna. No espero cantidades de puertorriqueños uniéndose a la resistencia antifascista. Lo único que aspiro es a informar y denunciar, que es mi oficio. Eso incluye decir cómo se responde a la violencia de los tiempos.
Responder requiere valentía. Hay muchos frentes de resistencia aquí y en el mundo entero. Lo que hay es que conocerlos y decidir si se acoge a la lucha de alguno de ellos. Puede hacerlo físicamente, integrándose a esos movimientos, o puede hacerlo testimonialmente, identificándose con la lucha contra el fascismo y el neoliberalismo donde quiera que se pare.
No creo que tenga que decirles que esa lucha es contra el racismo, el armamentismo, el genocidio en Gaza, el hambre, la desigualdad, la violencia de género, los feminicidios, la privatización de la energía, la Junta, la debacle de la educación y el ataque a la universidad pública, la salud como negocio, la xenofobia, la persecución y la deportación de inmigrantes.
¿He dicho estatus yo?




