Cuando la izquierda se disculpa por existir
Por Wilda Rodríguez
Periodista
Si la izquierda no se tirara a la derecha para defenderse de ella, estaría en mejor posición. No le pedirían tantas explicaciones ni tendría que darlas. La sobrejustificación no brinda confianza ni evita el conflicto en ningún caso de la vida, y mucho menos en la política.
¿Cuál es el problema en decir: “Soy de izquierda porque creo y promulgo la igualdad, y creo que el Estado es responsable del bienestar y las necesidades básicas de los ciudadanos; en oposición a la derecha, que cree que la desigualdad es una condición humana y rechaza la intervención del gobierno para balancearla”? Eso es izquierda y derecha política, punto.
La próxima vez que pregunten la misma vaina, deberíamos escuchar algo como: “Esa ya la he contestado y es la misma respuesta, pero si quieres hablamos de lo que haríamos con la marihuana en la socialdemocracia de Puerto Rico. Ese puede ser nuestro petróleo.”
Bueno, no exactamente esa tendría que ser una respuesta, pero ciertamente provocaría más curiosidad y cambiaría el tema.
El tranque no está en la propuesta teórica. El tranque está en la propuesta práctica, que es la ideología: en cómo usted cree que se debe diseñar el gobierno y la política pública para alcanzar el propósito de esa ideología. Para ello hay diferentes acercamientos. A la izquierda tenemos la socialdemocracia, el comunismo, el cooperativismo, el anarquismo. A la derecha tenemos el conservadurismo, el capitalismo, el liberalismo, el fascismo.
Tanto la izquierda como la derecha presentan la posibilidad de dictaduras y abusos de poder. Ambas se disputan entre sí la definición de las ideologías propias y ajenas. Ahí es donde viene el problema de las sobreexplicaciones, porque caen en la trampa del mismo tema con diferente palito: Maduro, Cuba, el comunismo y todos los cucos del mundo.
¿Cuán difícil es articular que te importa un bledo Maduro porque no tiene injerencia alguna sobre Puerto Rico, mientras el dictador in-house, Donald Trump, que sí la tiene, nos impone el fascismo, el racismo y la xenofobia?
¿Cuán difícil es tomarlo como lo ridículo de esos temas y decir: “¿Por qué no echamos una carrerita a ver a quién se le va más la luz este mes: a La Habana o a San Juan?”
Saben que bromeo, pero es que ya es hora de que pasemos esa página.
Nunca he visto a un comunista que tenga problema en definirse como tal, a menos que quiera ocultar otras intenciones. Quizás eso sea Maduro, pero es problema del pueblo venezolano, que tiene una historia harto extensa en luchas políticas a la derecha y a la izquierda. Son un país soberano y probadamente combativo.
Tampoco he visto a un capitalista que tenga problema en decir cuál es su ideología, a menos que quiera ocultar otras intenciones. ¿Alguien le ha pedido a Trump que explique la suya?
No pretendo dar clases en una columna periodística. Lo que sí quiero plantear es que la izquierda puertorriqueña ha caído en la sobreexplicación defensiva.
Doy por sentado que la derecha es la que tiene el poder y el dinero para tomar ventaja y mantener en la soga a la izquierda; y que hay un periodismo cómplice que le hace el trabajo. Eso es un hecho; pero también es un hecho que la izquierda ya debería tener mejor juego de pies para salirse de la soga y mandar para el carajo a periodistas que hacen la misma pregunta por lustros y décadas.
Si un “periodista” tiene que preguntar mil veces la diferencia entre socialdemócrata y comunista, tiene que volver a la escuela o apuntarse las definiciones en una nota en la mano.
No escuchamos a la prensa pedirle a la derecha, en cada conferencia o entrevista, que explique su ideología en detalle o su vínculo con los neonazis.
Es más, aquí y en el mundo entero hemos escuchado en los últimos años que la derecha y la izquierda ya no existen. Que eso está passé. Ujú. Tan passé que Jennifer González está pegá como un disco de vinilo rayado.
Que haya mucha ignorancia en nuestra población no es razón para que la izquierda se doblegue a un sector de la prensa que repite las preguntas de la derecha como un mantra.
Ve a todas las conferencias con un papel panfleto que tenga las definiciones, distribúyelo entre los periodistas papagayos y pasa la página hasta que entiendan que no te vas a someter al juego.
Debo aclarar que en la izquierda también hay otro extremo: los arrogantes que creen que no le deben explicaciones a nadie y van por la vida con un guille de superioridad que da asco. No hablo de esos, por lo menos en esta columna.
En este caso, me refiero a los que se someten una y otra vez a las mismas preguntas de encargo. Los que creen que con eso combaten la ignorancia.
Creo que en eso ha fallado la izquierda: en “complacer” la ignorancia de la que depende la derecha. No lo sigan haciendo. No funciona.
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Mi editora interna (misma) me señala que debo abundar sobre lo que deben saber los periodistas de izquierda y derecha —porque en algún lado están parados todos, aunque se canten imparciales—. ¿Qué deben saber sobre las dos ideologías que dicen enfrentarse en nuestro territorio: el capitalismo y la socialdemocracia?
Aquí voy. No me aplica el pecado de la sobreexplicación. No soy candidata a nada y este sí es mi trabajo: informar cuantas veces sea necesario.
Hay un nuevo juego de conceptos. Se usa ultraderecha y ultraizquierda para tratar de colocar cómodamente a la derecha y la izquierda tradicionales en un centrismo inexistente. Algo es innegable: antes, la confrontación izquierda vs. derecha era sobre ideología; ahora es sobre poder y punto.
La izquierda y la derecha nunca han dejado de existir desde que se acuñaron los conceptos en la Revolución Francesa en 1789, cuando en asamblea se sentaban los revolucionarios a la izquierda y los monárquicos a la derecha.
La izquierda antepone el bien común y la equidad; la derecha, la jerarquía y la riqueza. El centro no existe. Los centristas transcurren de derecha a izquierda a conveniencia. Son bi-conceptuales: conservadores en economía (capitalistas) y progresistas en derechos civiles (socialistas), por ejemplo. Eso podría sonar bien si no fuera tan cursi.
Llega el momento de tomar posiciones, y usted ve a los “centristas” tratando de explicar su centrismo como algunos periodistas explican su objetividad, que tampoco existe. Quieren cubrir todos los ángulos y acaban enredándose en sus propios pies. Le tienen pena a los palestinos, pero un genocidio se detiene negociando.
Existen gobiernos socialdemócratas que combinan la responsabilidad del Estado con la empresa privada, como Noruega, Suecia y otros cuantos. Gobiernan por acuerdos. Pero eso no es ideología, es un arreglo de poder.
Si usted le dice a un puertorriqueño que el bienestar básico de la población debe ser protegido y garantizado por el gobierno —luz, agua, salud, vivienda, educación, trabajo y comida—, y que la empresa privada se encargue del desarrollo económico de las actividades rentables —turismo, construcción, comercio, entretenimiento, carros, botes, caprichos, lujitos, vicios y chinchorreo, etc.—, le contesta que sí. Pero dígale que eso significa que es socialdemócrata y a usted lo mandan para buen sitio. Dicen no creer en eso, pero es lo que le exigen al gobierno: protección del pueblo, que les cede su representación.
Lo mismo pasa si usted le pregunta cuál es su ideología a muchos puertorriqueños. Le dicen muy orondos que son capitalistas. Pero no les pregunten cuál es su capital, porque también lo mandan para el sitio malo ese.
También hay que estar claro entre liberalismo y liberal. El liberalismo es una ideología que propone el individualismo, lo personal, como el motor del progreso. Cada cual a lo suyo y que sobreviva quien pueda, sin restricciones gubernamentales ni cortapisas sociales. Es el capitalismo con esteroides, y se defiende a tiro limpio. Si en la verja dice “propiedad privada”, ni te acerques.
El capitalismo cree en la empresa privada en manos de una élite que se debe encargar de dividir la recompensa sin intervención del Estado. Su postulado es que la igualdad se alcanza de manera natural como resultado de la competencia que aumenta el trabajo y baja los precios. Sí, Pepe.
El capitalismo cree en la privatización de todo por parte de los que deciden cómo se reparte. El liberalismo cree en el desarrollo de su entorno personal para beneficio de su familia o grupo sin intervención del Estado. Individualismo que protegen a tiro limpio si es necesario. Para eso, el derecho a estar armado. Son nacionalistas en el concepto de territorio, no de patria. “Esto es mío”, como dice mi nieto Matías. Solidaridad pa’l ya tú sabes.
Ahora bien, al que apoya el liberalismo se le llama libertario, para distinguirlo del liberal, que es el que aboga por la aceptación de las diferencias y los derechos a la igualdad.
No podemos dejar a un lado el conservadurismo que, aunque ideología por cuenta propia, por lo regular está presente en alianza con el capitalismo y el liberalismo. El conservadurismo tiene dos conceptos claves como norte: la moral y la tradición, y sostiene que hay que imponer ambos sobre la sociedad para que funcione. Por lo tanto, está adherido a movimientos religiosos fanáticos y a la inmovilidad de los valores que consideran esenciales para mantener el orden. Ley y orden.
¿Complicado, verdad? Hay que ir a la escuela o autoeducarse, y tener buenos periodistas que trabajen sobre la verdad.
Imposible entrar aquí sobre todas las vertientes de los conceptos que se exponen. Se dan combinaciones de todo tipo.
Lo que nos trae el centrismo. Como dije antes, es un comodín que trata de conciliar posiciones de izquierda y de derecha en un mismo movimiento. El problema es precisamente que esa intención cae en una ambigüedad que puede ser contradictoria y disfuncional. No tiene posturas definidas propias, permanentes y consistentes.
Lo que sí existen son gobiernos formados por alianzas y acuerdos que combinan tendencias, pudiendo ser un acuerdo de mínimos o decisiones políticas o económicas cruciales como país. Son acuerdos de y desde el poder o para conseguirlo.
Por último, es bueno tener en cuenta que a la autocracia, la dictadura y el fascismo se puede llegar desde cualquier lado.
