Estefanía Vallejo recorre la historia del muralismo puertorriqueño en el marco del Festival Muraleza
SAN JUAN, Puerto Rico – En el marco del Festival Muraleza del Museo de Arte de Puerto Rico (MAPR), la historiadora del arte, artista y educadora Estefanía Vallejo Santiago ofreció una charla que fue mucho más que una lección cronológica: fue una afirmación crítica sobre cómo el muralismo puertorriqueño es una práctica en transformación constante, tan diversa y colectiva como las comunidades que lo crean.
Vallejo, quien actualmente realiza su disertación doctoral en Florida State University, investiga las representaciones visuales de lo puertorriqueño desde metodologías decoloniales y teoría crítica de la raza. Su investigación se centra en el muralismo como una herramienta para reafirmar la identidad comunitaria, visibilizar discursos sociales y rescatar historias marginadas tanto en Puerto Rico como en su diáspora.
Durante la charla, titulada “Historia del muralismo en Puerto Rico”, Vallejo expuso que, a diferencia de otros contextos donde el muralismo se concibe como una obra monumental fijada a un muro, en Puerto Rico la definición del mural es fluida. Aquí, explicó, el mural no es solo pintura sobre pared: también puede ser mosaico, grabado pegado, papel pasquinado, arte efímero o acción comunitaria. Lo que los une es su diálogo con el espacio y con la gente.
La charla estuvo marcada por una reflexión personal: los murales que marcaron su infancia en Carolina, y cómo al ser borrados con pintura gris, desapareció también un fragmento de su geografía emocional. “Esa pared me decía que estaba en casa”, recordó. A partir de esa vivencia, Vallejo propuso una pregunta clave para entender su tesis: ¿qué nos dicen los muros sobre quiénes somos como pueblo?
Esta idea fue desarrollada a través de una línea histórica que conectó las raíces del muralismo en las cuevas paleolíticas, su reformulación moderna tras la Revolución Mexicana con figuras como Diego Rivera, y su recepción y transformación en Puerto Rico.
Uno de los puntos más destacados fue la presentación del programa DIVEDCO (División de Educación de la Comunidad), creado en 1949 por el gobierno puertorriqueño. Este proyecto, dedicado a la educación popular a través del arte visual, produjo murales, grabados, cine y literatura accesible para comunidades rurales y obreras. Para Vallejo, DIVEDCO fue clave en expandir lo que entendemos por muralismo, llevándolo más allá del muro físico para habitar también el papel, el cine, el cartel y la voz colectiva.

Ni el grafiti ni el mural tienen dueño exclusivo
Vallejo también abordó las tensiones entre muralismo planificado y arte urbano o grafiti. En lugar de dividirlos, mostró cómo en Puerto Rico ambas formas se cruzan, se contaminan y dialogan. “Aquí el grafiti también es muralismo, y muchos murales nacen de prácticas gráficas callejeras. No podemos trazar líneas rígidas entre ambos”, explicó.
Con imágenes que mostraban desde murales públicos planificados hasta acciones visuales espontáneas en residenciales y muros de San Juan, la charla ilustró cómo el arte público en la Isla es una herramienta de afirmación, denuncia, memoria y pertenencia. Ejemplos como los murales de Cecilia Orta en mosaico (1961, Manatí), o la obra reciente de Damaris Cruz hecha con páginas amarillas pegadas, revelan cómo la técnica también comunica un posicionamiento político y cultural.
La charla incluyó, además, una revisión del muralismo en la diáspora, especialmente en Nueva York durante las décadas de 1970 y 1980. Vallejo destacó la labor de Nitza Tufiño, hija de Rafael Tufiño, y fundadora del colectivo Taller Boricua, que usó el muralismo, los grabados y los carteles como formas de afirmación cultural y política de los puertorriqueños en El Barrio (East Harlem).
Según Vallejo, esa historia demuestra que el muralismo no se queda en la Isla: viaja con su gente y se adapta al contexto migrante sin perder su raíz colectiva.






Más que un festival, una afirmación
La charla de Estefanía Vallejo fue parte del primer día del Festival Muraleza, una celebración que incluye la intervención de más de 10,000 pies cuadrados de muro por artistas como Don Rimx, Ana Marietta, Ekosaurio, Rafique, Sergio Stuff, Deider y Sofía Maldonado. Además de murales, el festival ofrece talleres, recorridos, narraciones orales y actividades al aire libre hasta el 22 de mayo.
La producción muralista es posible gracias a la colaboración de Master Paints, empresa puertorriqueña que donó materiales y más de 100 tonos de pintura.
“Es una forma de reafirmar nuestro compromiso con el arte, la cultura y la creatividad local. Nos honra poner color a esta iniciativa que busca inspirar a través del talento de nuestros artistas”, expresó Cristina Cardona, gerente de marca de la empresa.
Con su exposición, Vallejo reafirmó que el muralismo puertorriqueño no es solo una técnica, sino una práctica que se construye colectivamente.
“Aquí no pintamos para decorar, pintamos para recordar quiénes somos”, dijo. Y ese fue, sin duda, el aprendizaje central del día: en Puerto Rico, los muros no son fondo; son voz.
Historia del muralismo puertorriqueño
Una práctica colectiva, educativa y en constante transformación
Décadas de 1940–50
Influenciado por el muralismo mexicano y programas del New Deal en EE. UU., en Puerto Rico toma forma una expresión propia con la creación de la División de Educación de la Comunidad (DIVEDCO) en 1949. A través de grabados, cine educativo y carteles, se fomentó el arte como medio de alfabetización visual y cohesión social.
1950–60: Arte para el pueblo
Surgen colectivos como el Centro de Arte Puertorriqueño (CAP) que continúan esta misión fuera del marco estatal. Se afianza una visión del arte como herramienta pedagógica accesible, en formatos tanto murales como portátiles.
1961
Se crea el primer mural público en Puerto Rico, en Manatí. Su autora, Cecilia Orta, fue una artista negra formada en México. Usó mosaicos cerámicos para representar escenas históricas y sociales puertorriqueñas.
Décadas de 1970–80
El muralismo se extiende a residenciales y espacios urbanos, con artistas como Sonny Rivera y Carlos Rivera Villafañe. Se integran temas de identidad indígena, clase trabajadora y crítica social. En la diáspora, el colectivo Taller Boricua en Nueva York afirma la identidad puertorriqueña mediante murales y grabados.
Años 90 en adelante
El auge del arte urbano y el grafiti se entrelaza con el muralismo. Se consolida un enfoque más fluido, que incluye materiales no tradicionales, soportes móviles y participación comunitaria.
Hoy
El muralismo puertorriqueño combina técnicas clásicas con medios contemporáneos. Se proyecta dentro y fuera de la Isla como una forma de arte viva, accesible y enraizada en la memoria colectiva. Más que una técnica, es una práctica cultural en transformación constante.