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¿Estamos o no estamos en guerra? La tensa crisis entre Irán e Israel

Ey Boricua Por Ey Boricua
19/06/2025
En OPINIÓN
Tiempo de leer:7 mins de lectura
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Un intenso intercambio entre el senador Ted Cruz y el comentarista Tucker Carlson reaviva la controversia sobre la posible participación encubierta de Estados Unidos en una guerra entre Israel e Irán

Por Sandra D. Rodríguez Cotto

Por las respuestas del senador Ted Cruz al comentarista Tucker Carlson, algo pasa en el gobierno de Trump que el pueblo no sabe. ¿Será la guerra? ¿Y Puerto Rico?

Ayer, el comentarista Tucker Carlson llevó contra la pared al senador republicano Ted Cruz cuando le hizo varias preguntas sobre la amenaza de una guerra entre Israel e Irán. La discusión entre ambos republicanos pone de relieve la tensa crisis que se vive y la interrogante de si, en efecto, Estados Unidos se oculta tras Israel para seguir bombardeando y matando gente. Primero en Gaza, ahora en Irán.

Se sacaron chispas cuando el senador ni siquiera pudo contestar cuál era la población total en el país que quieren derrocar.

—Van a llevar a cabo ataques militares hoy —dijo Cruz.
A lo que Carlson ripostó: —Dijiste que Israel lo haría.
—Con nuestra ayuda. Dije “nosotros”. Israel está liderando, pero nosotros los estamos apoyando —respondió Cruz.
—Estás rompiendo la noticia aquí porque el gobierno de Estados Unidos lo negó anoche. El portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, Alex Pfeiffer, hablando en nombre de Trump, negó que estuviéramos actuando en nombre de Israel en ninguna capacidad —increpó Carlson.
—No los estamos bombardeando. Israel lo hace —ripostó el senador.
—Pero usted dijo “nosotros” —contestó Carlson.

Ese agresivo intercambio entre dos republicanos estadounidenses, blancos y con mucho poder, pone de relieve la pregunta que yace en las mentes de millones de personas en todo el mundo. Lo mismo que retumba en los pasillos de Washington, en los cafés de Bagdad o en los cuarteles de Tel Aviv: ¿Estamos en guerra? La respuesta es tan confusa como el propio conflicto. Es compleja y peligrosamente ambigua.

Aunque no hay una declaración oficial y formal, ni vemos ejércitos cruzando fronteras en masa, la paz se desdibuja como una ilusión ante cada ataque selectivo y cada advertencia velada.

La crisis actual no se trata de un conflicto convencional entre Irán e Israel como en el pasado. Ahora el escenario está dominado por un actor en la sombra y una trama trágica que afecta a ambos países de manera inevitablemente cruel y dolorosa. El verdadero enfrentamiento se da entre Israel y la República Islámica de Irán, y como una maldición sobre los habitantes del medio, el campo de batalla es Irak.

Durante muchos años consecutivos, Israel ha seguido una política claramente definida: hacer todo lo posible para evitar que Irán establezca un puente terrestre a través de Irak y Siria para armar a sus aliados, como Hezbolá en el Líbano. Es conocida como la “guerra entre guerras” por los estrategas israelíes. Esto implica ataques aéreos precisos y operaciones encubiertas contra convoyes de armamento, depósitos y bases operadas por milicias proiraníes en suelo iraquí y sirio.

Pero Siria cambió. Desde enero, el otrora insurgente Ahmed Huseín al-Charaa es el nuevo presidente de la República Árabe Siria. Derrocaron al régimen de Bashar al-Assad, quien tuvo que salir huyendo a Moscú, mientras Al-Charaa se paseaba por Europa y se reunía con líderes estadounidenses. Entonces queda Irán y su ayatolá Alí Hoseiní Jameneí, quien está en pie de lucha. En cuestión de una semana le han matado a científicos y líderes, pero siguen dando la batalla.

En América y Europa salen noticias de que Israel atacó una televisora en Irán y parece que están “ganando”. Pero poco a poco las noticias van cambiando y hasta los medios europeos han tenido que admitir los ataques iraníes, que incluso han penetrado el Domo de Hierro en Israel, aunque no siempre se quieran difundir.

Para Israel, es cuestión de vida o muerte. Es una prioridad nacional de supervivencia. Por eso, cada ataque percibido por las milicias es considerado como una ofensa que requiere represalias, en esa mentalidad belicosa de venganza. Mientras que para el gobierno en Bagdad, esto representa una violación a su soberanía que es difícil de frenar, al estar ellos entre medio de su alianza con Washington y la abrumadora influencia de Teherán.

En este complicado juego de ajedrez geopolítico, Estados Unidos juega el papel de un titán indeciso. El presidente Trump, al utilizar una retórica de “fuego y furia”, proyecta una imagen de fuerza impredecible. Sus afirmaciones —al decir “podemos atacar, pero estoy indeciso”— resumen la política estadounidense como una amenaza latente que busca disuadir a Irán, pero también revelan un temor real a ser arrastrados a otro conflicto de gran magnitud en el Medio Oriente. En Irak se encuentran desplegadas fuerzas estadounidenses, lo que las sitúa en la mira de las milicias y también actúa como un freno para una posible ofensiva israelí a gran escala, que pudiera generar una gran inestabilidad en toda la región.

La pregunta entonces es: ¿estamos en guerra o no? Pues no lo estamos en el sentido convencional de una guerra al estilo del siglo XX. Nos encontramos en medio de una guerra del siglo XXI; una guerra “proxy” o subsidiaria. Una guerra por poderes de baja intensidad, pero alta tecnología.

Se trata de una contienda que involucra drones, inteligencia artificial, ataques quirúrgicos y propaganda en redes sociales. No se libra una batalla en las trincheras tradicionales; más bien se combate en la “zona gris”, donde cada bando actúa sin reconocer su responsabilidad oficialmente, de modo que la situación se mantenga justo por debajo del umbral de una guerra total.

El riesgo aquí es cualquier error de cálculo. Un misil que falle su objetivo, un ataque que resulte en demasiadas víctimas civiles o una represalia desproporcionada podrían desencadenar una crisis regional de gran escala.

Y aunque los misiles caen a miles de kilómetros de distancia, las ondas de choque de este conflicto en la sombra se sienten incluso en el Caribe, específicamente en Puerto Rico. Como territorio no incorporado de los Estados Unidos, mi patria aporta un número significativo de sus ciudadanos a las fuerzas armadas. Cualquier escalada que involucre a las tropas de Estados Unidos no es una noticia lejana; es una amenaza directa para miles de familias boricuas, que esperan con angustia noticias de que sus seres queridos podrían ser desplegados en un conflicto definido por decisiones en las que no tienen representación electoral.

Económicamente, la vulnerabilidad es aún más cruda. Un conflicto en Oriente Medio inevitablemente dispara los precios del petróleo. Aun con el barco lleno de gas que anunció hoy con vítores la gobernadora Jenniffer González, el escenario es retante. Para Puerto Rico, que depende casi por completo de los combustibles fósiles importados para su frágil red eléctrica y su transporte, el impacto sería devastador, encareciendo desde la factura de la luz hasta la canasta básica de la compra. Este escenario subraya la dura realidad del estatus colonial: Puerto Rico asume los costos humanos y económicos de la política exterior de la metrópoli sin poseer las herramientas políticas para influir en ella.

La ausencia de una declaración de guerra no significa que haya paz. Significa que el conflicto se ha vuelto más sofisticado y, quizás, más peligroso. Para los civiles en Irak y Siria, cuyas vidas son interrumpidas por explosiones que nadie reivindica, la pregunta no es si la guerra llegará. Para ellos, y por extensión para las familias de los soldados en lugares como nuestro Puerto Rico, la guerra silenciosa ya está aquí.

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Tags: IránIsraelTed CruzTucker Carlson
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